Cuando era muy niña, en la casa de bahareque de mi abuela, teníamos una finca con muchos árboles frutales y lo que más se producía era maíz, coco, plátano y cambur.

Yo solía caminar todos los días y caminaba 10 kilómetros hacia un rio que estaba cerca de allí y se veía un camino largo lleno de árboles que parecía como un puente, al llegar al rio había que tener cuidado al bañarse ya que se pegaban las garrapatas en ese rio se metían los animales de la pradera.

Seguí mi camino por el sendero lleno de árboles y a lo lejos vi unas montañas, eran altas y frondosas con grandes árboles que estaban a su alrededor, vi a varias personas en las montañas que estaban orando y meditando, otros leyendo y algunos buscaban solo un momento de paz en sus vidas.

Eran unas montañas bendecidas, algo especial resplandecía en ese lugar y se sentía en el aire, era como un encuentro entre el cielo y la tierra, uno se sentía como en otro mundo y decidí sentarme en el pico de la montaña cerrar mis ojos y dejarme llevar entre en una meditación profundad y mi alma sintió que estaba en las nubes reencontrándome conmigo misma, fue hermoso y maravilloso sentir la presencia de Dios en mi ser y haberme reencontrado a misma para darme cuenta de lo especial que es mi vida