Era nuestra costumbre estudiar bajo la luz de aquella bombilla en la esquina de la calle, muy cerca de la casa solitaria, donde dicen que se ahorcó un hombre, por eso nadie la compró nunca.

Pero yo no hacía caso de eso, era la que quedaba más alejada, así mis manos se escurrían hasta las de ella, y la noche presenciaba muestra pasión de adolescentes.

Su mamá Agustina la llamaba:

-Chelitaaa - apúrate que es tarde.

Y ella le respondía:

-Ya va, la tarea de matemáticas es muy larga.

En una oportunidad ella me dijo:

-¿Será verdad que el hombre que se ahorcó en esa casa sale en las noches a caminar por la calle?

No le respondí nada, ya era muy tarde, y me dio como un escalofrío, todas las casas estaban apagadas, no quedábamos sino nosotros despiertos, se escuchó el silbido del viento, sentimos unos pasos que se acercaban, y allí frente a nosotros estaba la sombra de un encapuchado.

La pena más grande es que corrí tan duro que dejé sola a Chelita, llegué a la casa con el corazón en la boca.

Ella nunca más me habló, tuvo otros novios de la calle, y yo otras novias, y cuando la gente hablaba del ahorcado yo decía que era embuste, que los muertos no salen.

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