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Encierros y rutinas almacenados en un frasco hecho de ladrillos y una sola ventana. Te miro, escucho tus pasos que corren libre entre el concreto, la tierra y la selva.

Te fuiste a la par del aire, del sol, mientras que yo imité a la luna cuando, espumosa y creciente, se asomó a merodear los balcones de quienes salieron a verla. Tú te camuflaste cuando te convertías en excusas y distancia, en cambio yo, me desfilé notablemente frente a la gente como el sol, pero solamente así quedé inadvertido.

Sé que tus hábitos de extraviarte no serían los mismos sin mí, me gusta pensar eso, sin embargo, en este momento de melancolía, no puedo sino compararme con el sol y la luna, que salen, se esconden, emergen, caen, van y viene, y solo los mejores entusiastas, esos que no se han distraído del todo, notan cada una de sus presencias.

Nadie lleva la cuenta de las veces que respira o parpadea. Nosotros no fuimos la excepción de enterarnos cuántas veces estuvimos frente al otro. Hoy sé que era importante simplemente estar ahí.

Aún no me queda claro quién soy yo sin ti, tampoco sé quién de los dos es el más asolado. Quizás, esta es la única competencia sin podios para algún ganador, no obstante, tiene dos plazas seguras para quienes se perdieron la vida de otro.

Salí de la rutina de ser tú y yo, ahora combato la misma rutina con otra persona que se parece a ti y a su vez es idéntica a mí, la llamo soledad.