Historias cortas con un giro | La extranjera de cabello color sangre por @zmoreno

_{Creado por mí, Isabella Moreno, en Canva.}

«Te prometo que, cuando me sienta feliz y libre, escucharé nuestro álbum favorito a orillas de alguna maravilla del mundo» le dijo la chica a la anciana que lentamente fallecía en la cama, «lo escucharé por las dos».

La chica del cabello rojo se paseaba por los laberínticos caminos de la vida sin más compañía que su mochila y su fiero temperamento. Desde las lejanías se notaba que tenía las venas pesadas; era una mujer testaruda, fuerte y de afán incontrolable que a cada paso parecía dictar con mayor certeza que se hallaba plenamente sola en su viaje por aquella existencia sin límites.

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Muchos años atrás la chica del cabello rojo se había decidido a cambiar su destino. Aunque nada podría curarle la cicatriz que llevaba en el corazón, se dijo a sí misma que los mares y las tierras remotas podrían arrancarle la sensación asfixiante del pecho y acabar por distraerla del recuerdo doloroso hasta que la muerte le diera un fin a su historia. Al ser ella una criatura bastarda, sin un lugar de donde partir o un lugar a donde llegar, sin una persona a la que extrañar o una persona que la extrañara, irse fue tan sencillo como cruzar fronteras y afrontar vientos turbulentos, mares, dormir en placetas o moteles y el frío de las noches solitarias.

La noche antes de partir se dijo a sí misma que borraría su nombre del mapa. Tomó el dinero de la herencia y arregló sus papeles. Agarró sus greñas y las tintó con un rojo fuerte que se deslizaba por sus dedos callosos como sangre fresca. Desde ese momento no sería más que la extranjera de greñas color sangre.

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Transcurrieron muchos años. A veces solía quedarse un mes en alguna localidad remota de nombre extraño, pero poco tiempo podía aguantar en un mismo lugar; le picaban los pies y, en un parpadeo, ya estaba en otro lugar completamente diferente. Lo único que llevaba consigo era una compacta mochila envejecida en la que guardaba un viejo reproductor de música, donde se encontraba su único recuerdo del pasado: Synchronicity de la banda The Police.

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Una mañana abrió un ojo y era otra de las mochileras que se aglomeraban en las esquinas de París. Tomó una larga caminata con sus roídas zapatillas hasta llegar frente a la inminente Torre Eiffel. Era una ciudad romántica, sumamente turística, a donde las personas añoraban viajar con su amor idílico. Sin embargo, la extranjera de greñas color sangre se erguía frente a una de los monumentos más importantes de la historia humana totalmente sola. Resaltaba entre la multitud por su piel grisácea, ojeras de trasnocho y cabello sumamente exótico y desarreglado. No tenía nombre; los ojos que le permitían conocer y vivir eran su identidad.

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Aunque lucía abandonada con su apariencia mugrienta y descuidada, nadie entendería que en aquella jornada como cualquier otra, una mujer que había vivido demasiado para sus desgastados ánimos, se reencontró con el fantasma que tanto tiempo había estado esperando y que significaba la completa consagración de su propósito. La extranjera de greñas color sangre colocó en sus orejas unos audífonos carcomidos por los viajes y dejó que su reproductor iniciara una canción que muy forzadamente hubiera logrado olvidar.

I have stood here before inside the pouring rain
With the world turning circles running 'round my brain
I guess I'm always hoping that you'll end this reign
But it's my destiny to be the king of pain…

Los recuerdos se arremolinaron en sus ojos y una lágrima cayó por su mejilla. A su lado, la anciana que todo le había dado surgía como una aparición invisible. Sintió el calor de la única madre que tuvo alrededor de sus brazos. Le agradeció con todo el amor que le quedaba para dar, las últimas energías que había guardado para concederle esa última promesa de tiempos atrás, mientras una solitaria canción acompañaba ese abrazo de conexión entre dos mundos.

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«Finalmente soy libre» le susurró a la anciana antes de que se desapareciera, «soy libre».

Pronto la policía hallaría a una chica muerta en las cercanías de la máxima atracción de París. La chica, con un centelleante tinte de mal gusto en la cabeza, no llevaba identificación o alguna pertenencia que desvelara de quién se trataba, por lo que fue tratado como uno de esos seres errantes de la sociedad que no van a parar a ninguna parte, sin nombre, sin familia y sin amigos conocidos.

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Los policías determinaron que enfermedad terminal había estado carcomiéndole los órganos durante años, pero extrañamente había logrado vivir más de lo esperado. En su mochila llevaba cuentas de todos los lugares que había visitado, pero por ningún lado formulaba París. Simplemente había escrito en la parte trasera de su anticuado reproductor de música las palabras «para el último destino».

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