En una casa muy vieja cuyas ventanas estaban rotas, se encontraba un joven de unos 18 años frente a un desconocido encapuchado. El joven platicaba con el encapuchado y cada tanto le hacía ciertas preguntas tales como ¿es seguro?, a lo cual, el encapuchado respondía asintiendo con una leve sonrisa.

El joven, miró fijamente al encapuchado como si estuviera intentando descifrar si le mentía o no, para su mala suerte, esa leve sonrisa permanecía igual de inescrutable. Sin más opciones a su disposición, el joven le confió al encapuchado una tarea muy importante. Él quería ayudar a su hermana menor, quien se hallaba al borde de la muerte, pero no había forma de salvarla, al menos, a través de un método corriente.

El encapuchado le pidió al joven la pertenencia más preciada de su hermana menor, y en consecuencia, trajo un oso de peluche ataviado con una camisa de cuadros color celeste, la cual tenía un único ojal y extrañamente, ningún botón.

El encapuchado dijo “no te preocupes Mauricio, yo nunca he fallado en alguna solicitud, siempre cumplo mi trabajo”.

Al escuchar esas palabras, por un instante, Mauricio sintió un escalofrió recorriendo su columna vertebral, los pelos de sus brazos se erizaron y estuvo a punto de vomitar. Por fortuna, logro calmarse mientras veía como el encapuchado se retiraba. Pocos minutos después, el encapuchado volvió con un maletín de útiles para coser.

Lo que hizo el encapuchado fue bastante sencillo en realidad. Tomo el oso y le cosió un botón amarillo, luego guardo sus útiles y muy resueltamente dijo: “ya está”. Cuando Mauricio le escucho decir eso, justo antes de que pronunciara una palabra, el hombre encapuchado levanto lentamente la mano derecha, hasta colocar el dedo índice en su labio inferior.

Silencio, no digas nada, no preguntes nada, no pienses en nada, si algo quieres saber, entonces calla. Mauricio escucho claramente esas palabras como si alguien le susurrara al oído, pero en ningún momento, el encapuchado abrió la boca para hablar, simplemente se limitó a sonreír durante unos minutos antes de decir.

-Esta noche dormirás con ese oso, luego entrégaselo a tu hermana antes de las 12 del mediodía, con esto culmina mi trabajo.

El hombre se levantó y acompaño a Mauricio hasta la salida. Poco tiempo después Mauricio siguió las instrucciones del hombre misterioso y logro salvar a su hermana. Gracias a ello, los padres de Mauricio estaban más felices que nunca, empero, el joven Mauricio no sabía el precio necesario para tal hazaña. Con el pasar del tiempo Mauricio fue cambiando, él, se volvió incapaz de sonreír, y a medida que pasaban los años, incapaz de ser feliz.

A los dos años Mauricio adquirió una peculiaridad, el lloraba todas las noches mientras dormía, lagrimas corrían por su rostro, y al amanecer, sus ojos estaban enrojecidos. El cansancio en su tez era visible y sus pasos pesados, como si tuviera un ataúd atado en ambos pies. Los padres de Mauricio cayeron en pánico pues pensaban que su hijo sufría de depresión y podría intentar suicidarse, pero ese no era el caso…

No importa cual médico inspeccionara a Mauricio, ninguno podía decir que tenía. En total contraste, su hermana era radiante como un sol y parecía nunca estar cansada ni triste, de hecho, en ninguna ocasión se le vio llorar después de su recuperación. Transcurrieron 10 años desde que Mauricio había hecho el trato con el hombre misterioso. Durante ese tiempo, la apariencia y conducta de Mauricio cambio radicalmente, él había envejecido 50 años en una década y ya no se podía ver una brizna de felicidad en su semblante, solo quedaba una desgarradora aura de melancolía.

Con las pocas fuerzas que le restaban, Mauricio hizo un viaje a la morada del encapuchado, la cual seguía en las mismas condiciones que antes. Incluso su dueño, parecía no verse afectado por el paso del tiempo, con su sonrisa imperturbable y ese halo de misterio rodeándole. Ese día, Mauricio fue directo al grano, y le pregunto secamente: ¿Cuál fue el precio?

Al oír tal pregunta, la sonrisa del hombre se ensancho mientras respondía.

-Yo no lo llamaría precio, más bien, sería un intercambio equivalente. Ofreces algo por otra cosa de igual valor.

Esas palabras fueron como dagas hundiéndose en el frágil cuerpo de Mauricio. Lagrimas azul claro corrían por sus mejillas y su cuerpo tembló visiblemente.

-Responde. Susurro Mauricio.

-Es la felicidad, le di toda tu felicidad a esa niña. De esa forma ella recuperaría su vitalidad, a cambio, ella perdió la capacidad de ser triste y en consecuencia tus energías negativas se multiplicaron varias veces más de lo normal, tu estado actual es solo un resultado lógico.

Lógico, lógico, lógico...

Mauricio se levantó calmadamente y se fue sin pronunciar una palabra. Pocos días después, se suicidó. La pena y el dolor de perder un hijo invadió los corazones de los padres de Mauricio, sin embargo, algo peculiar pudo ser visto por todos los convalecientes que estuvieron en el velorio del fallecido, su hermana, estaba sonriendo mientras preguntaba constantemente, ¿Por qué lloran?