El amor puede ser muchas cosas; La razón de nuestro coraje, la semilla que dirija nuestro pensamiento y acción, un valle sosegado, la dichosa luz irradiando nuestros días, y también, un sol intocable…

En un bar, se escuchó el sonido de una copa rompiéndose. Pronto, pasos pesados se dirigían a la puerta, alguien estaba siendo arrastrado. Las puertas se abrieron de par en par, y un hombre fue arrojado en la entrada del bar bruscamente.

-¡Sin dinero, no hay bebida! –Grito un hombre fornido con una chaqueta negra.

El hombre en el suelo parecía un indigente. Ropa sucia, ojos rojos, con el cabello desaliñado y la barba de tres semanas, nadie dudaría que era un vagabundo.

Ante la oscura noche, sin un centavo en sus bolsillos y el estómago vacío, empezó a deambular por las calles mientras rememoraba –al igual que todos los días- como había terminado así.

Luis, no era un alcohólico sin remedio, al menos, hace 3 meses. Antes de caer en el alcohol, era dueño de una licorería llamada “Mi caimana”, la cual había logrado establecer gracias a la ayuda de su difunto padre. Él, siendo una persona muy diligente y honrada, no escatimaba gastos ni tiempo para garantizar la prosperidad de su negocio, después de todo, aunque no tenía una mujer, si era responsable de su madre quien no podía trabajar debido al intenso dolor provocado por la cervical.

La vida de Luis transcurría sin pena ni gloria, pero era feliz. Su madre, a pesar de la enfermedad le acompañaba el domingo, su único día libre. Ocasionalmente, tomaría cerveza con algún viejo compañero de la universidad para pasar el rato. Si había algo que Luis deseaba, sería la tan anhelada alma gemela.

Luis, quien no sabía nada de mujeres, rezaba ingenuamente a dios por una “buena mujer”. Sorprendentemente, le llego una mujer, pero solo dios sabía si era buena o mala...

Durante un tiempo, salió con “Rebeca”, una mujer innegablemente atractiva. Sus ojos azul rey, sedosa melena negra, y una piel tan blanca como la nieve, dejarían embriagado a cualquiera. Con la presencia de Rebeca, algunos hábitos cambiaron, ya no trabajaba seis días a la semana sino cinco, también, dinero que estaba destinado a ser invertido en el negocio, se vería gastado en la ropa de moda más reciente.

Desvivirse, era la palabra perfecta para describir el estado de Luis. Él estaba enamorado o quizás, “embobado” seria el término correcto. Gracias a la embriaguez de Luis, Rebeca pudo hacer y deshacer hasta el cansancio, sin embargo, llego el momento en que la gallina con huevos de oro ya no podía sostener el despilfarro de dinero provocado por la costosa vida de Rebeca.

Antes de siquiera darse cuenta, ya no podía mantener el negocio, y se vio obligado a alquilar el local para pagar algunas deudas. Al menos, se consolaba pensando que podía tener un regreso triunfante y así, ella volvería a su lado. La gran perdida, no le dolió tanto como lo hizo la nueva pareja de Rebeca.

Los días pasaban, y su madre le decía constantemente: no la llores que no está muerta. A esas duras palabras, el solo sonreía amargamente y se mantenía en silencio. Lo que no sabía, era que esa serían las últimas palabras de su madre. Dos meses después de la partida de Rebeca, Luis se vistió de negro, y la soledad calo hondo en su corazón. A partir de ese momento, perdió el control de sí mismo y se sumergió en una espiral sin retorno.

El sol se ocultaba, y la luna saludaba, pero todo esto le era indiferente. Sin su madre reprendiéndole y su alma gemela ausente, se convirtió en un despojo humano. Afortunadamente las deudas habían sido pagadas, sim embargo, el poco dinero que hacía con el alquiler, desaparecía tan rápido como llegaba. Deambulando por las calles, visitando los bares por las noches.

El día no era brillante, la noche desolada. En un intento vano de llenar su corazón, Luis, averiguo donde vivía Rebeca, y la rutina de su día a día. Sin ser consciente, se hizo muy bueno en ocultar su presencia y así, transcurrieron muchos días en los cuales se dedicaba a verla desde lejos.

Cada día, podía ver su sonrisa, sin embargo, esa misma sonrisa le causaba un dolor punzante en el pecho. El sol tan anhelado, le quemaba, y él lo sabía...

Un día, Mientras deambulaba por las calles, sin saberlo, tomo una ruta por la cual pasaba Rebeca ocasionalmente. Para su fortuna o desgracia, el cabello negro y los inconfundibles ojos azul rey, no pasaron desapercibidos para él. A varios metros de distancia, pudo ver como Rebeca discutía con un hombre muy alto, con su semblante enrojecido, quizás por la ira. Las expresiones corporales demostraban que no estaban en buenos términos.

Mientras se acercaba para ver la escena y escuchar un poco de la conversación, súbitamente, Luis entro en pánico al ver una navaja en la mano del hombre. Antes de percatarse, sus piernas se movieron y la sangre mancho el piso de rojo. Con sus últimas fuerzas, retiro la navaja de su vientre y la clavo varias en el corazón de aquel sujeto. Ahora, dos cuerpos yacían inertes en el suelo bajo la luz de la luna.

Esa noche, un hombre cuyo corazón se hallaba destrozado, decidió derramar su sangre para dejar una huella en la mujer que alguna vez le sonrió. El hizo eso sabiendo que podía ser en vano, pero cuando el amor es verdadero, las personas no piensan, solo actúan, aun si eso significa quemarse por aquel sol inalcanzable…