Historias cortas con un giro |Roxanne, por @buff4aurelionsol

in Writing & Reviews3 years ago (edited)

Roxanne.

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—¡He dado con ella! —exclamó Elisa.

Erik sintió una mezcla de emoción y ansiedad que hizo brotar una sonrisa en su rostro; sus labios fueron temblando en espasmos, como sus manos. Él hombre soltó una pequeña risita, se puso de pie y recorrió la cabina llevándose las manos detrás de la espalda. El suelo emitió sonidos metálicos con cada paso que dio hasta ponerse al frente de la enorme ventana que tenía frente de él: miró las estrellas parpadear semejantes a luciérnagas en el frío espacio, la vista del espacio siempre le hacía recordar a Señora de la noche, la pintura que le había hecho querer aventurarse a las estrellas desde que era un niño.

—¿Estás completamente segura…, Elisa? —inquirió. Ella nunca le había dado motivos para desconfiar, al contrario, siempre se mostraba muy eficiente en las cosas que hacía.

—Sí, estoy segura que es Roxanne. Está viva, pude sentirla —exclamó la hija de la noche con tranquilidad; era prácticamente imposible hacerla sentir indignada. Casi. Solo una vez la había visto enojada y triste.

«Roxanne.» Cerró los ojos y la moldeó en sus pensamientos, la recordaba tan bien como siempre, nunca podría olvidar a la mujer que amaba. Roxanne, su esposa la cual unos monstruos la habían apartado de sí hacía ya tanto tiempo, era la meta que debía alcanzar para que su vida pudiera volver a como era antes, ella era la parte de la felicidad que le hacía falta. El saber que estaba viva le tranquilizaba enormemente; el que estuviera muerta había sido una duda que le había atormentado a la hora de dormir. Sin embargo, ahora sus esperanzas eran más fuertes que nunca…

Erik volteó a mirar a la hija de la luna y le sonrió. Ella tenía una forma corpórea, tersa, esbelta y que cualquier varón, sin importar la especie o raza, encontraría atractivo y perfecto. Su piel era de un color azul hielo. Su cabello era la noche misma.

—Muchas gracias. Has hecho un trabajo espléndido, Elisa.

Las mejillas de la hija de la luna se sonrojaron y mostró una radiante sonrisa mientras se precipitaba a los brazos de Erik. El abrazo de la hija de la noche era cálido y el tacto de la cabellera de la chica era refrescante. Ella, como todas las hijas de la noche, tenía el cabello morado al igual que sus ojos, los cuales tenían, además, algunas motitas azules que recordaban las estrellas en un cielo nocturno.

—Condúceme a donde está. Toda esta búsqueda por fin llegará a su fin.

A bordo de La luz de albor, les era sencillo recorrer millones de años luz en la mitad de tiempo que las naves más rápidas del Gobierno Único Espacial. La luz de albor era una ballena espacial, una legendaria especie que se encontraba extinta hacía millones de años, tan vieja como la creación del propio universo, sin embargo Elisa había traído de vuelta a la vida a aquél ser místico, de un puño de polvo estelar, porque de una conversación con Erik se había enterado que a este le gustaría encontrarse alguna vez con los huesos de alguna. «¿Por qué querer huesos si puedes desear tener una para ti?», había dicho, antes de soplar de su palma el polvo que daría forma a la ballena que brillaría tanto como una estrella misma, para luego adoptar colores morados y fundirse con las oscuridad del espacio mismo. Erik se había quedado tan impresionado por la luz inicial que casi le había cegado la vista, había decidido bautizar a la criatura como La luz de albor, o simplemente, Albor.

Les tomó una semana de viaje llegar al planeta de dónde provenían las señales de permanencia de Roxanne. Albor nadaba con tranquilidad en el cielo del planeta, desde la ventana en forma de estrella que tenía la criatura a en la frente —la cabina de control— Erik podía ver el paisaje que estaba ante sus ojos: una gran cordillera, con montañas tan altas que llegaban a quedar ocultas entre las nubes; un río de gran caudal serpenteante que se extendía hasta que se perdía de la vista. Un bosque ocupaba un tercio del valle que estaban sobrevolando; era un enorme mar arbóreo de colores marrones y verdes. Logró divisar a algunas de las águilas que vivían en las montañas sobrevolar los árboles, algunas caían en picado para luego regresar con conejos de grandes bigotes pobladas cejas negras o serpientes con pequeños cuernos, atenazadas en sus garras.


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El bosque finalizaba para dar paso a lo que Erik denominaba una ciudad improvisada. Edificaciones se repartían al azar por la ciudad; edificios tan grandes y feos que parecían un montón de rocas amontonadas encima de otras, que daban la impresión de estar inestables y que se vendrían abajo en cualquier momento; casas semejantes a cajas de zapatos o ataúdes, muy pegadas entre sí, se encargaban de que esa parte de la ciudad pareciera un gran cementerio. Las calles de la ciudad estaban hechas de roca de color rojo sangre.

«¿Có-cómo está eso aquí?». Estaba totalmente desconcertado cuando miró aquella extraña torre que recordaba a la primera letra del alfabeto humano. La Torre Eiffel se enseñoreaba orgullosamente en el centro de la ciudad, en la punta ondeaba la bandera con el símbolo de una halcón con una lanza en las garras, mientras a sus pies descansaba un palacio achaparrado que parecía más bien un templo muy grande sobrecargado de adornos.

Cuando Albor sobrevolaba el centro de la ciudad comenzaron a aparecer los personajes que vivían y trabajan en los edificios circundantes, aparecían en grandes cantidades, como si fueran hormigas saliendo de sus hormigueros y desde la altura en que estaban Erik los veía como tal. Él decidió que bajaría a buscar a su esposa en aquél lugar; Elisa decía que la mujer se encontraba justamente en el palacio que estaba debajo de la Torre Eiffel. «Es un mal chiste. Es lo que es.», pensó mientras se equipaba con las armas que utilizaría en el caso de que los habitantes se encargaran de intentar retrasar sus planes. De los oráculos de Albor salió disparada una gran cantidad de polvo estelar, era como humo de millones de colores, humo que fue bajando hasta las calles y que luego adoptó la forma de una Elisa y Erik hechos de polvillos estelar, luego hubo una gran luz de la que se formaron las formas corpóreas de ambos. Una gran mole de personas rodeaban a ambos, atraídos por Albor, se escuchaban exclamaciones de asombro al ver a una criatura de leyenda entre ellos, asimismo, cuando vieron a la hija de la noche también mostraron gran asombro; cuando miraban a Erik lo hacían con más curiosidad que impresión, era como cuando un niño ve por primera vez a una perro o a un gato.

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—Estamos buscando a una mujer humana, tiene cabello castaño y ojos verdes —inició Erik con voz demandante.

—El tiempo pasa y deja su marca en todo y en todos. No has sido tú la excepción, cariño. Es un gusto verte, Erik.

Erik se quedó clavado en el suelo con los ojos desorbitados al escuchar a la mujer que estaba siendo transportada en un palanquín por cuatro hombres. Era Roxanne, la mujer que buscaba con tanto afán desde hacía tantos años. Ella se veía tan hermosa como él día que la había perdido, quizás más: estaba vestida con un vestido crema que dejaba al descubierto una pierna y con un escote en v. Llevaba el cabello recogido y unos pendientes plateados que soltaban destellos. Los hombres que la llevaban tenían cola y facciones de mono, estaban cubierto de un pelaje de color marrón y unos ojos azules que contrastaban con la hosquedad de sus facciones. Luego, después de notar a aquellos hombres mono notó que todas las personas que los rodeaban tenían muchísimas semejanzas con animales. Unos tenían el pelo y orejas de perro, otros tenían grandes bigotes de roedores. Algunos tenían escamas. Otros eran una mezcla de varios animales a la vez.

—De verdad… De verdad eres tú, Roxanne —decía mientras iba tratando de abrirse paso dentro del gentío. Olvido por un momento que estaba rodeado de todas esas criaturas, del recelo que provocaban en él, solo para estar cerca de su esposa y poder tocarle el rostro. Quería tocarla para saber que ella no era una ilusión, quería estar seguro que era real. La mujer había hecho un gesto a sus guardias para que le dejaran acercase hasta ella. Cuando logró tocarla aguantó la respiración y los temblores de sus labios volvieron para mostrar una sonrisa harto desagradable.

—Tus dotes atractivos siguen teniendo bastante encanto incluso cuando ya serás tan viejo como una tortuga adulta —dijo la mujer con una sonrisa encantadora—. Por favor, vamos a mi palacio, allí podremos hablar con tranquilidad. Así también dejaremos que mi reino pueda observar a la ballena celestial y así me cuentas dónde encontraste semejante hermosura.

Erik sonrió y había dado un paso cuando algo tiró de su camisa.

—Erik…

—La mujer que te acompaña también puede venir. Podrá comer lo que guste, le diré al encargado de la cocine que le preparé lo que a ella le apetezca —dijo con delicadeza Roxanne cuando escuchó a la hija de la noche hablar con aquél tono tan desesperanzando y aferrara su mano a él como si temiera que el hombre la fuera a abandonar.

Erik se subió en el palanquín con Roxanne y los hombres monos lo alzaron y comenzaron a caminar dentro del palacio que tenían dentro, solamente hasta entrar. En los pasillos del palacio Erik contó a tres hombres inmutables mientras caminaba con Roxanne, tenían grandes garras en las manos, tenía grandes cejas pobladas cubiertas tanto de pelo y plumas, tan grandes que daban la impresión de ser grandes orejas sobre su cabeza y le daban una permanente expresión adusta, eran búhos. Llevaban el cuerpo cubierto con una capa de color verde y crema con el símbolo del búho con la lanza en las garras. Habría jurado que más de uno había lanzado, airado, un juramento contra la luz del sol que se filtraba por las ventanas y les golpeaba los ojos. Roxanne había logrado deshacerse de Elisa dejándola en la cocina, incluso cuando la hija de la noche se mostraba un poco reacia, sin embargo solo unas pocas palabras de la mujer la lograron hacer cambiar de opinión mientras un rubor aparecía en sus mejillas.

—¿Qué le dijiste a Elisa para que se quedara en la cocina? Ella normalmente no le gusta estar lejos de mí —preguntó con curiosidad.

—Cosas de mujeres. Sigues siendo tan curioso como siempre —puntualizó ella mientras enarcaba una ceja y abría la puerta redondeada que tenía enfrente.

Estaba en lo que parecía ser los aposentos de una reina, una reina con los malos gustos de decoración que Roxanne. Él nunca podía entender como ella podía ser una mujer con tan buen gusto para vestirse pero con tan poca habilidad para decorar una casa o una habitación. Esa habitación y la ciudad tenían la firma de ella por todas partes.

—Roxanne, no sabes todo el tiempo que he estado buscándote. La conciencia me hacía jugarretas todas las noches antes de acostarme a dormir. Yo tenía la esperanza de que estuvieras viva, de que no te hubiera pasado nada malo, donde sea que estuvieras.
Ella se acercó a él, se abrazó al cuello del hombre y lo calló con un beso.

—Demasiada charla… no recuerdo que fueras tan parlanchín antes.

—Roxanne, yo…

Ella lo silenció colocándole el índice entre los labios.

—¿Recuerdas cuando nos casamos? Mejor dicho, nuestra luna de miel. Estuviste maravilloso esa noche. Me cantaste Roxanne, de The Police. Vino, burbujas en la tina —decía muy cerca de sus labios—, recordemos eso. Luego hablaremos todo lo que desees… Eras un hombre antes y tienes que demostrarme que aún lo eres.

La mujer lo empujó a la cama y se subió encima de él.

—Parece que simplemente voy a tener que hacerte recordar lo bueno que eras, corazón —se quitó el vestido por encima de su cabeza y luego comenzó a besarle.

Las horas habían pasado y los dos yacían al lado del otro, completamente desnudos y despeinados. Roxanne acariciaba el pecho de Erik mientras le daba algunos besos en el cuello. La noche ya había llegado. La mujer se levantó de la cama y comenzó a peinar su cabello, mientras miraba a Erik por el reflejo del espejo

—Ha sido como en los viejos tiempos —dijo ella con picardía.

—Sí —respondió él calma. Luego, caminó hasta ella, colocó su mano en el hombro de la chica y lo acarició suavemente—. Roxanne, ¿se supone que eres la reina de toda esta gente? ¿Qué fue lo que pasó cuando aquellos monstruos te llevaron? Yo… quiero entender las cosas, Roxanne. Todo esto es muy extraño para mí.

—Está bien, cariño —dijo sosteniéndole la mano.

Ella giró la silla y le miró a los ojos para poder mirarle de manera más cómoda.

—Pero primero quiero que me acompañes a un evento. Estoy segura que te gustará.

Los dos se habían vestido y habían salido del palacio nuevamente en palanquín, sin embargo, esta vez, además de los monos que los alzaban, venían los cuatro guardias búhos que se había encontrado en la mañana. Al estar más cerca y más tiempo con ellos pudo observarlos más detenidamente y se percató de ciertas cosas que le perturbaron un poco, conseguía algunas características en aquellos tres hombres similares a alguien en específico, sin embargo no lograba identificar a quién le recordaba.

Con el tiempo terminaron llegando al que era una copia exacta del gran Coliseo Romano. Ellos entraron y subieron entre el gentío que había para ocupar los asientos de honor. En la arena del coliseo se miraban a hombres robustos con grandes melenas doradas y colmillos, hombres que aullaban, otros que mugían. Sin embargo, todos tenían algo en común: todos peleaban entre sí en una gran orgía cruenta y salvaje. Aquello era el mismísimo infierno. Cuando un hombre león clavó sus grandes colmillos en yugular de un hombre de aspecto lobuno y dejó su cabeza colgando, chorreante de sangre, de un solo lado, la gente se alzó en vítores.
Erik se sentía asqueado de tal brutalidad sin sentido y buscó alguna explicación de Roxanne.


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La mujer suspiró con pesadez y decidió comenzar por el inicio de todo:

—El día que ellos me llevaron, a mí y a todas las personas del edificio en donde nos encontrábamos yo estaba muy asustada, todo era tan aterrador para mí, estaba sin ti, por todos los pasillos habían gritos, gritos de terror y desconocimiento. Las criaturas me llevaron hasta este lugar, ellos… son una especie que carecen de mujeres con las cuales reproducirse, por ello necesitaban de mujeres con las que pudieran hacerlo. Las mujeres que venían conmigo y yo tuvimos que ser los recipientes que cargarían con la nueva generación del pueblo olvidado. Sin embargo, la mayoría de las mujeres no lograban soportar el embarazo o como máximo lograban dar a luz un solo niño. Solamente yo fui la única que demostró potencial para dar nuevos bebes, sanos y vigorosos, con gran potencial de vida. Fui convertida en su reina, su diosa… he sido yo quien ha erigido esta ciudad a mi placer. Solamente tengo que seguir garantizando la reproducción de mi gente.

Con cada palabra que la mujer iba diciendo le hacía sentir más y más que estaba dentro de una pesadilla, todo parecía tan absurdo y sub-realista. Él se fue alejando de la mujer. Se sentía mareado y agotado, sentía que en cualquier momento se vendría abajo. Quería ahorcar a la mujer. Quería matar a todos cada uno de los engendros que habitaban ese maldito planeta. Lo que más le molestaba era la calma y tranquilidad con la que estaba hablando, como si aquello fuera lo más normal del mundo.

—No tienes que hacer esto, Roxanne —dijo tratando de que su voz no sonara tan alterada—, vine a rescatarte. Puedo sacarte de aquí. Con La luz de albor puedo llevarte a donde queramos, podremos ser felices, como siempre quisimos. Podré estar juntos por el resto de nuestras vidas, Roxanne.

La mujer lo miró con el semblante totalmente cambiado, lo miró con una seriedad y frialdad impropia de ella.

—Querrás decir que podrás llevarme a donde tú quieras y que serás feliz tú y solamente tú. Siempre has pensado solamente en ti y nunca has pensado en la opinión de las demás. ¿Alguna vez te has preguntado si quiera por qué esa muchachita que vuela te sigue a todas partes, alguna vez te has preguntado lo que quiere? No. No lo haces. Simplemente al llegar aquí te encargaste de hacerla a un lado —ella cerró los ojos con fuerza y recobró la calma.

—Quédate aquí. No tenemos porqué irnos. Solamente…

—¿Cuál es la recompensa de esta carnicería? —interrumpió Erik con voz gélida—. ¡Dime!

—El ganador será el siguiente con el que tendré el deber de concebir un nuevo bebé.

Erik fue presa de la ira, que iba en aumento, como una llama que va convirtiéndose en una hoguera y luego en un gran incendio que arrasa todo un bosque a su paso. Una pequeña bolita de luz vino desde el cielo hasta donde estaba él y tomó la forma corpórea de Elisa. Esta la miraba con preocupación, mientras flotaba y le sostenía las mejillas.

—¿Qué sucede, Erik?

—Enciéndelas —decía mientras tenía su labio temblando de ira.

La hija de la noche lo miró unos segundos dubitativa, pero luego de que él le gritará que las encendiera, por segunda vez, decidió actuar. Con un movimiento de arco de sus manos hizo que en la espalda de Erik apareciera un rifle azul oscuro con adornos en plata, con el cual apuntó al hombre león y no dudó en presionar el gatillo. Se escuchó el ruido de la bala láser siendo disparada y todos prorrumpieron en gritos cuando vieron a la bestia caer al piso, inerte. Luego, el hombre decidió aplicar eso mismo con todas las demás de personas que estaban en la arena, sin embargo solo pudo a darle a dos como mucho, porque luego que se hubieran dado cuenta de donde provenían los disparos, los guerreros de la arena comenzaron a esconderse mientras la guardia de búhos extendían sus alas y volaban hacia él. Por toda la arena del coliseo habían charcos de sangre. Él les disparó a aquellos búhos, pero estos esquivaron las balas con una grácil elegancia; estos llevaban en las manos semejantes lanzas blancas perladas. Verlos acercarse les hizo sentir terror por primera vez.

—¡Haz que Albor ataque! ¡Hazlo! —le gritó a Elisa. La hija de la noche cerró sus ojos para entrar en contacto con Albor y darle sus órdenes.

Al momento apareció la gran ballena; sin embargo, esta estaba ahora con un intenso color escarlata mientras una enorme aureola estaba encima de la cabeza de la criatura. La ballena emitió su hermoso canto y comenzaron a salir de su cuerpo misiles de luz que atacaron a todas las personas animales que se encontraba en el camino. Grandes explosiones de tierra, ladrillos, sangre se oyeron y vieron, amortiguando levemente a los terribles alaridos que daba el gentío. Muchas personas se vieron muertas, pero Erik tenía la necesidad de que Albor matara a los búhos, cuando ellos estaban cerca suyo le hacían sentir como si fuera a morir. Debía deshacerse de ellos. Sintió como tiraban de él con violencia y entró en pánico, pero cuando vio los ojos de pánico de Roxanne se sintió más calmado, hasta avergonzado de su cobardía.

—¡Detén esto, detente, por favor! ¡Ya no mates a mis hijos, ya no más! —gemía con los ojos anegados de lágrimas.

—¡Ellos te enloquecieron, deben pagar por ello! ¡Los mataré a todos! ¡Los castigaré! —gritaba Erik con furia, quiso abofetearla para liberarla de su locura, quería volverla a como era antes, quería hacerle entender de que todo esto no era más que una locura. Un infierno.

—¡No, tú eres el que está loco, loco y lleno de ira y de egoísmo, estás cegado por tu ego, o te das cuenta de que mi amor es verdadero, amo a esta gente, los amo a todos y amo a mis hijos! ¿Quién decida a quien debemos amar, quién lo hace? ¿Quién plasmó alguna vez que amar a alguien diferente estaba errado mientras que amar a algo más común y aceptable estaba bien? Dime, es esa la razón por la cual nunca has visto a esta mujer como lo que es, una mujer, y no como alguien que tiene diferencias. Por favor, no mates a mis hijos…

—Dime la verdad, sé sincera: una vez me dijiste que me amabas más que a nada en el mundo, más que a tu propia vida, ¿mentías? Maldita sea, mujer, dime si mentías…

—No lo hacía.

—¿Amas más a esta gente que lo que me amaste a mí alguna vez?

—El amor no es algo que se pueda medir, el amor simplemente se da y no se da. Nosotros no decidimos a quien o a que amamos, simplemente lo hacemos. Si tu pregunta es si los amo como alguna vez te amé a ti, la respuesta es sí. Los amo con un amor tan intenso como el que sentí por ti.
Erik apretó los puños y la dentadura hasta hacerla rechinar. Luego, él miró a Elisa y dijo en voz calmada:

—Dile a Albor que se detenga.

La matanza se había detenido. Erik y Elisa se habían escapado a la boca de Albor cuando tuvieron oportunidad. La aureola que coronaba la ballena había desaparecido y esta había vuelto a su color normal. Ya había pasado un año de todos aquellos acontecimientos. Él ni siquiera se había despedido de Roxanne como era debido. Sin embargo, aquellas personas, sus gritos de sufrimiento, la Torre Eiffel y las últimas palabras de Roxanne aún resonaban en su mente. Lo más importante de aquél viaje era que ella le había abierto los ojos con la cruda realidad: él no la había buscado porque estuviera meramente preocupado por ella, la buscaba porque estaba preocupado de no poder ser feliz si ella no estaba más. Estaba agradecido de haberla encontrado, por ello. Ahora mismo, aprendía a lidiar con su propia existencia. Albor era libre, pero había decidido quedarse junto a él, de hecho, se había negado a abandonarlo. Elisa era tan fiel a él como al inicio; gracias a las palabras de Roxanne había logrado ser consciente de su error y cada día trataba de enmendarlo. Por fin comenzaba a ver las cosas desde una perspectiva diferente. Ahora ella y Albor no eran simplemente herramientas, ahora los consideraba lo que eran: amigos.

Los pasos resonaron debajo del suelo metálico dentro de Albor y miró por la ventana que tenía frente a él y miró la belleza del espacio. Se preguntó a donde querría ir Elisa y Albor.

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Buenas noches, comunidad, hoy estaré participando una vez más en el concurso semanal "Historias cortas con un giro", el cual nos invitó @belenguerra y @fendit. Muchas gracias una vez más por esto y espero que la historia haya sido de su agrado.

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 3 years ago 

Congrats on being one of the winners of this week!! 😊

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Thanks! :D

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