Por lo general nos bañábamos juntos mi hermano Juan y yo, a eso de las cuatro de la tarde, era la mejor hora, pues el agua almacenada tenía una temperatura agradable después de haber recibido el calor de los rayos del sol durante ciertas horas del día.

Cuando llovía en casa de mis abuelos, las tejas formaban una cascada y en esos días recibíamos la bendición de una ducha creada por el agua de lluvia, podíamos quedarnos debajo de ella el tiempo que quisiéramos, tampoco nos enfermamos, ni llegamos a resfriarnos jamás. Claro nosotros nos bañábamos sin ropa alguna.

En una ocasión durante la época de invierno, salíamos del cine una amiga y yo, no había transporte por aquella zona, por lo que tuvimos que caminar, llevábamos un buen trecho recorrido y sentimos el olor a tierra mojada, uno de mis aromas preferidos, luego empezó a llover, era una lluvia suave, pero de pronto aumentó, aunque era más fuerte la brisa que la acompañaba; nuestros paraguas se voltearon, los acomodamos y seguimos caminando; de repente la lluvia era torrencial y el viento volvió a voltear nuestros paraguas con fuerza, arrastrándonos con ellos hacia atrás, tratamos de oponer resistencia hasta que fuimos haladas de un lado a otro pues el viento soplaba en distintas direcciones golpeando nuestros paraguas.