Y, en efecto, así era. Un día llegó mi vecina, como a eso de las doce del mediodía, a pedirme el favor de que la llevara a una gallera que quedaba cerca de la casa, ya que había negociado un gallo y el sol estaba muy fuerte para ir caminando hasta allá. Así que me arreglé, prendí el carro y en un instante estuvimos en la gallera. El dueño del gallo salió a recibirnos y dijo:

-Aquí lo tienes mujer, como me lo pediste, el mejor gallo de pelea que tuvimos aquí, pero ya está viejo. Cuesta un millón de bolívares.

Eso era un dineral. Yo le dije: "¿Estás loca? ¡Eso es mucha plata! Cómprate un montón de pollo y comes como por un año".

Ella se rió y me dijo:"Este gallo es la garantía de mi matrimonio. Por eso gasto lo que tenga. Así me quede arruinada".

Yo estaba asustada. Al gallo le faltaba un ojo, pero no se dejaba agarrar. El dueño hizo gala de su maestría de gallero para amarrarle las patas y las alas. Además le cortó el pico con una tijera de hierro.

Sentí miedo ante la presencia del animal. Por fortuna, la casa estaba cerca. Cuando metí el carro en el estacionamiento y me disponía a terminar de hacer el almuerzo sentí olores a tabaco y a pólvora. Me asomé al patio de la vecina y vi cómo degollaba al gallo. Su cara, sus manos, su cabello, su ropa estaban salpicadas de sangre. La comadre de mi vecina era quien fumaba el tabaco, hicieron un círculo en el suelo, en el medio estaba una foto del esposo de mi vecina y allí lanzaron al gallo que, a pesar de sus heridas, seguía batallando tratando de pactar con la vida como si de una pelea de otrora se tratara. Me asusté mucho con la escena. Recordé el cuento "La gallina degollada", y me bajé de la escalera como si yo hubiese matado al gallo. Mi corazón latía a millón.

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