Tal vez había sido uno de esos niños a los que jamás debieron castigar por no comerse la sopa, sino que tal vez pedía más cuando veía el plato vacío. Eso era lo que imaginaba Alicia luego de ver que cada día, puntualmente, Arturo llegaba al puesto de comida de Alicia y pedía la sopa del día:

_¿Qué tiene para hoy, bella dama? -era la pregunta de siempre. Y Alicia le enumeraba las sopas que tenían.

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Luego de la sopa, Arturo pedía su café y después de un rato, pedía la cuenta. Al marcharse, lo hacía con una sonrisa y con la promesa de volver al día siguiente.

Muchas veces, Alicia tuvo que disculparse con él porque no había abierto cierto día o había cerrado antes de que él llegara.

_Ayer vine con muchas ganas de tomar sopa y encontré el lugar cerrado. Me fui para mi casa con mucho pesar y hambre -le decía Arturo a Alicia, quien se disculpaba por el cierre.

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Pero cierto día, luego de haber tomado la sopa y mientras leía el periódico y saboreaba su café, un hombre muy guapo llegó al puesto de comida y le dio un beso en la boca a Alicia. Luego, ella tomó su cartera y salió del local con el recién llegado. Nadie supo cuándo se fue Arturo porque no se escuchó el saludo de siempre donde prometía su regreso al día siguiente. Cuentan que después de aquello, Arturo no volvió más nunca, ni siquiera a pagar la cuenta de aquel día: una sopa de pollo con crutones y una taza de café americano.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS