Nadie se dio cuenta cuando el muchacho de los mandados le entregó a Doña Cecilia un papelito doblado y perfumado enviado por Don Jorge, dueño de la pulpería. Nadie se percató que Doña Cecilia metió el papelito doblado entre los pechos, mientras se dirigió a la habitación y la cerró con llave. Adentro, sin que nadie la viera, abrió el papel, lo leyó y luego se lo pegó a los labios como en un beso silencioso.

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Nadie sospechó, ni siquiera el marido, cuando Doña Cecilia dijo que daría un paseo por el parque para airearse un poco y que prefería, no como era costumbre que iba acompañada de una de las cocineras, ir sola. Cómo podían dudar de aquella salida, si Doña Cecilia, mujer de reputación intachable y de buen comportamiento, estaba casada desde hacía muchos años y era feliz.

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Por eso, cuando Doña Cecilia y Don Jorge se encontraron en el parque del pueblo y permanecieron largo rato hablando, mirándose, comiéndose con los ojos, intercambiando suspiros y riendo, nadie mostró extrañeza. Por qué habría que sospechar de aquel encuentro, si Don Jorge, hombre también de reputación intachable, estaba felizmente casado y era el mejor amigo del esposo de Doña Cecilia.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS