Concurso de escritura creativa: El Bestiario de Borges. "Con tinta seminal". "El mono de la tinta".

Antes de iniciar nuestra relación, yo sabía que ella era callada y distante. Se excusaba diciéndome que sus diálogos más intensos los sostenía en sus obras literarias. Eso no me reconfortaba, pero para ella era un argumento válido.

Pasaba horas y horas, días y noches recargada en su escritorio, pluma en mano, escribiendo novelas de amor y erotismo. Hablaba sola - o quizás con sus personajes de ficción -y hasta sonreía y gesticulaba de una manera que a mí me parecía un poco exagerada.

Por mucho que le insistiera, nunca se iba a la cama a la hora que yo lo hacía. Sin mirarme siquiera, me decía que en un rato me alcanzaba que ya estaba por colocarle el punto final al párrafo en el que estaba.

Yo me quedaba dormido de cansancio y de pena de mí mismo. ¿Cómo podía disfrutar más en su trabajo que conmigo en la cama?

Una mañana noté que tenía tinta en el valle entre sus senos. Me dijo que accidentalmente había dejado caer el tintero.

Me pareció muy extraño porque sus pechos quedaban muy por encima del nivel de su mesa de escribir. Luego pensé ¿y si se quedó dormida encima de éste? Le pedí detalles de ese accidente, pero solo sonrió sin mirarme.

Otra mañana, al notar que su ropa íntima estaba muy manchada de tinta se lo señalé y le dije: “Creo que vas a tener que usar un impermeable.”

A pesar de la densa penumbra de nuestra habitación, noté que ella se sonrojó. Pasó un mechón de cabello detrás de su oreja y respondió: “Olvidé tapar el tintero y tropecé con él cuando ya me venía a la cama.”

Se levantó de un brinco para ponerle fin a aquella conversación y en ese momento noté que la parte posterior de su pantaleta estaba mucho más manchada de tinta que la parte delantera.

Dejé la cama y fui directo a su mesa de trabajo. El frasco, perfectamente tapado, tenía mucho más de la mitad del contenido. No hallé ni una gota de esa sustancia en el escritorio, la silla o el piso.

Me metí a la ducha para bañarme con ella y vi que de su sexo salía un río de tinta que llegaba hasta el piso y, diluido por el agua, corría hacia el desagüe.