Una noche de lluvia tormentosa, relámpagos por doquier acompañados de truenos que parecieran dejar caer el cielo sobre la tierra, el ruido de la lluvia golpeando las ventanas y las puertas, vientos fuertes que arremeten contra las copas de los árboles volcándolos de un lado a otro como un niño jugando con flores en un jardín.

Despierto, o eso creo..., reviso las puertas y ventanas, reviso que no se esté metiendo el agua, que todo esté asegurado, los relámpagos acompañan a los truenos haciendo sombras viles y espeluznantes dejando que la imaginación recree espacios, sombras y monstruos por todos lados, hay un frío de muerte.

En la cocina, enciendo la estufa, caliento chocolate para despertar mis impulsos y mis nervios, para estar bien atento, una vez hirviendo, lo vierto en una taza grande, apago la llama, me siento en la sala, de repente, falla la electricidad, todo queda sumido en una oscuridad profunda, en un negro dominante, tenebroso.

Un peculiar olor penetra en la sala, entre la humedad, la lluvia, los rayos y centellas cayendo, iluminando todo, las ventanas vibrando por la fuerza del viento empujando a la lluvia chocando contra ellas, hago una pausa, trato de escuchar... se hace un silencio, un ligero silbido llama mi atención, viene de la cocina. ¿Qué criatura estará allí escondida esperándome en la sombra? ¿Qué intenciones tendrá para mi?

Entro con cautela, mi corazón se acelera, hay un olor cada vez más penetrante pero no logro identificarlo, no puedo distinguirlo, sin embargo, mis pulmones y garganta se ven afectados, me cuesta respirar, ¡esa criatura quiere envenenarme!, sin dudar, estiro los brazos hacia la ventana, logro llegar a ella, una centella ilumina toda la casa, la luz penetra por todas partes, ¡No veo nada!, el olor persiste, logro abrir una ventana, entra la brisa refrescando la habitación, el viento y la lluvia entran invitados por la apertura de la ventana, vuelve a mí la vida, llega la electricidad, me siento en el piso, y jadeando por la falta de aire, me doy cuenta de mi torpeza, apagué la llama de la estufa al calentar el chocolate, pero no había cerrado bien la llave, había dejado un escape de gas leve, pero de no haber abierto la ventana, hubiese sido mortal.