Concurso de cuentos #fotocuento - semana 11: Deliciosa oscuridad

El olor a tierra húmeda, acompañado del crepitar de los insectos al andar por la oscuridad de la caverna, la belleza del sonido que producía una gota al caer contra la enorme laguna, los huesos de los infortunados que se atravesaron en mi camino. Y es que todo lo que cubría la negrura era mío, desde las gemas que guardaba celosamente el suelo, hasta las paredes de roca caliza y el río que discurría silencioso por los parajes de mi subterraneo ámbito.

Las criaturas del subsuelo sabían de mi potestad, temían que fueran mis próximas víctimas, o se volvieran mis meros juguetes en mi rutina de las profundidades. Allí nunca hacía calor y rara vez el ruido se notaba. El que moría, lo hacía en perfecta mudez. Disfrutaba pasar por los ductos corriendo en cuatro patas, percibiendo con mi lengua y el resonar leve de mi cola que me permitía admirar todo mi vasto reino.

En mi territorio no importaba el tamaño, sino la forma de atacar y la rapidez para matar. Pero lo que más me gustaba era comer a los Dospatas, seres que rara vez se adentraban en mi caverna. Venían del mundo de afuera, aquel que no me interesaba, lo que quería estaba en mi cueva. Y los Dospatas siempre se aventuraban en ella. De ellos me encantaba su cuero peludo que cubría cierta área en su cráneo, las piernas raras que poseían y las raras esferas que se ubicaban en la cara. Aunque, no podía darme mi tiempo degustándolos, su sabor era tan exquisito, tan delicioso, tan tierno. El gusto quedaba esparcido por todo mi cuerpo.

La figura de los Dospatas resultaba diferente a lo que distinguía en el subsuelo. Poseían una abertura con innumerables huesos, que me tomaba tiempo escupir luego de absorberlos con rapidez, solo aquello me exaltaba. De resto su estructura se disolvía con inmediatez que ni gritaban, ni me notaban al enrollarme de sus cuerpos. Asistían a mis dominios en manada con equipos que algunas veces lograban cegarme y hasta me lastimaba; pero el dolor era necesario para sorberlos. Mi adicción se acrecentaba, que ansiaba su presencia en los ratos quietos.

Siempre aparecían de improvisto en mi reino, pero yo también estaba atento a su manifiesto.