El fondo de mares silenciosos | Cuento (6 de 8)

in #cuento5 years ago

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6

Llegaron en la mañana, con el sol ya alto. Atravesaron el golfo en un zodiac del laboratorio. Lo dejaron en la playa y descargaron unas livianas bolsas de viaje.

El interior de la estación biológica –una vieja casa en un pueblo abandonado– olía a pescado podrido. El calor era sofocante. Las muestras se habían dañado hace mucho. El aire acondicionado no funcionaba. Lucía se acercó a una de las ventanas que daban a la calle, mientras Marcano abría un escritorio y buscaba entre las cajones. Afuera, el viento levantaba remolinos de polvo y sal.

–Vamos –escuchó la voz de Marcano decidida y con un matiz de irritación. Salieron por otra puerta a la calle. Allí estaba el jeep con el logo del instituto en la puerta del chofer.

No vieron muchas casas destruidas, aunque sí torcidas, con las paredes inclinadas en ángulos inverosímiles, con grietas zigzagueantes en sus fachadas. Había, también, una blanca capa de sal que comenzaba a cubrir la parte baja de las viviendas.

–Se dice –afirmó Lucía con voz clara, casi alegre– que todavía viven algunas mujeres aquí, entre estas ruinas. La mayoría de los hombres, las familias, se marcharon después del terremoto; luego los peces dejaron de reproducirse, se acabó la pesca y los que quedaban también se fueron.

–Todos los pueblos costeros están muertos.

–No del todo. Al menos, es lo que se dice. Algunas mujeres permanecen; esperan el regreso de sus hombres. No se les ve a la luz del sol. Sólo de noche se atreven a salir de sus casas en ruinas. Temen que el gobierno las obligue a irse y cuando sus hombres vuelvan no las encuentren.

Marcano la miró, sin decidirse a sonreír. Se preguntaba si la mujer hablaba en serio o se estaría burlando de él.

Habían dejado atrás las casas devoradas por el salitre. Transitaban por una estrecha y recta carretera de tierra entre las aguas estancadas del mar y las aguas color violeta de la antigua Laguna Madre, origen de la sal que se acumulaba en las orillas y era arrastrada por el viento en forma de espuma.

La Laguna se extendía hasta donde la vista podía abarcar. Sus aguas daban al paisaje una apariencia espectral. Sobre la superficie se elevaban carcomidas estructuras metálicas cubiertas de sal, como muñones blanqueados de animales muertos mucho tiempo atrás. La brisa arrastraba copos de sal que se adherían al parabrisas del vehículo. La topografía había cambiado; Marcano recordaba vagamente los límites de las aguas de su última visita anterior al terremoto. No eran ni la mitad de los actuales. La carretera que salía del pueblo y llevaba al resto de la península había desaparecido tragada por el movimiento de tierra y la posterior expansión de la Laguna.

–Y bien, ¿por dónde? –preguntó al tiempo que detenía el vehículo manteniendo el motor encendido. Frente a ellos, las aguas inverosímiles reflejaban el cielo azul, los cerros pelados, rocas.

–Sigue adelante en línea recta; aquí el agua solo tiene unos pocos centímetros de profundidad. Debajo aún está la carretera, o lo que queda de ella.

Sujetó con firmeza el volante y condujo como Lucía le indicaba: había decidido confiar en ella. Una vez del otro lado subieron una pequeña loma. Detrás apareció una estrecha senda que serpenteaba entre cerros y rocas desprendidas. Bajaron con cuidado. Los neumáticos chirriaban entre la arena y la piedra menuda. En el camino entre los cerros soplaba una brisa caliente, seca, que los hizo sudar en minutos. Lucía saco un pañuelo y secó su cara, su cuello y el nacimiento de los senos. Marcano la miró brevemente antes de prestar atención otra vez al camino. Desde la noche anterior casi no habían hablado, apenas intercambiaban las palabras precisas para llegar a su destino. Él, ahora, tenía ganas de hablar pero no estaba seguro de lo que quería decir. A ella no parecía importarle el silencio; sabía mantenerse aparte sin hostilidad ni indiferencia. Marcano comenzó a decir algo sobre el paisaje y se detuvo. Luego habló nuevamente:

–¿Nos estarán esperando?

–No te preocupes. Ella siempre nos espera.

–No estoy preocupado.

 


Gracias por la visita. Vuelvan cuando quieran.

 


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