Crímenes contados: centro y periferia desde la violencia y el crimen en nuevos autores del relato negro venezolano (Parte 4)

in #critica5 years ago (edited)


Estimados amigos. Dejo para ustedes la cuarta parte de este texto crítico. Como señalé anteriormente, trata un género que me apasiona: el relato policial. Adicionalmente, me da la oportunidad de dar a conocer algunos escritores regionales que aprecio por su gran talento (aparecen al final, así que paciencia).
Pueden encontrar la versión primaria (sin la revisión a que la someto aquí) en la revista Argos Vol. 29 Nº 56. 2012 / pp. 17-39.
Espero que encuentre nuevos lectores entre ustedes.
Quedo agradecida, como siempre.

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El presente artículo tiene como marco temporal los primeros cinco años de narrativa venezolana del presente siglo. Precisamente, años de producción marcados por una acentuada exploración narrativa del género (con algunos ejemplos particularmente bien recibidos por el público lector y por la crítica). Tal es el caso de La otra isla (2005), de Francisco Suniaga; Una larga fila de hombres (2005), de Rodrigo Blanco Calderón; Intriga en el Car Wash (2006), de Salvador Fleján; Un vampiro en Maracaibo (2008), de Norberto José Olivar; Piedras Lunares (2008), de Fedosy Santaella y Los ojos del ángel (2005), de Luis Aristimuño; libros total o parcialmente dedicados al relato negro, novelas y cuentos de los primeros cinco años de este siglo, que inscriben sus notas particulares en el desarrollo del relato negro.
Estos ejemplos de narrativa venezolana contemporánea se inscriben en la misma línea renovadora desarrollada por el policial latinoamericano. En todo caso, asumiendo el riesgo del enfoque aparentemente restringido de la lectura desde las convenciones de los géneros (y sabemos que el arte siempre desborda las formas que lo contienen)(3), trataremos de distinguir en estos ejemplos algunos rasgos distintivos de la práctica actual del relato negro: el desplazamiento de la intriga desde la urbe capitalina hacia los márgenes del territorio nacional, y, ligado a ello, el crimen como vehículo de la construcción narrativa de identidades urbanas de la periferia, no citadinas o rurales.
Las novelas La otra isla, de Francisco Suniaga, y Un vampiro en Maracaibo, de Norberto José Olivar, así como los cuentos “Darse vuelta la vida” y “Debió oírse al viento soplar”, de Luis Aristimuño, comparten dos lazos evidentes: son relatos que tienen como centro anecdótico la actividad criminal y, adicionalmente, sitúan sus historias en el interior del país. Si bien la primera concordancia es fundamental para considerar su adscripción al género negro, la segunda parece, en un primer momento, irrelevante para establecer estas filiaciones.
Mientras el acontecimiento (efectivo o aparente) de un crimen forma parte de las convenciones constitutivas del género, el lugar de los hechos forma parte de las preconvenciones, cuya incidencia en las consideraciones estéticas ha de juzgarse desde los movimientos de coordinación entre el lector y la obra. Es decir, su consideración como elemento de fuerza para un juicio pasa por determinar hasta qué punto estas estrategias, recurrentes pero no obligatorias, provocan efectos de consideración estética, histórica, ideológica o cultural. La importancia de estos últimos señalamientos reside en que tanto para lectores como para autores rige la dinámica imaginaria de la ficción erigida por las tradiciones genéricas, y literarias en general.
Parte de esta dinámica consiste en construir, en el seno de la diversidad de las ficciones, esquemas recurrentes de ordenación ontológica (Pavel, 1989, p. 169). El espacio puede tener un grado muy alto de injerencia en la constitución de algunos de estos esquemas, como sucede en la novela de caballería, de viajes o gótica, por ejemplo. El género negro no escapa a ello, y en particular su génesis aparece ya ligada a determinaciones espaciales.

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Raymond ChandlerFuente


Dice Raymond Chandler en “El simple arte de matar” (1944/1980): “Hammet extrajo el crimen del jarrón veneciano y lo depositó en el callejón” (p. 22). Esta frase ha sido citada con frecuencia para retratar el movimiento de ruptura que ejecuta este fundador de la novela negra norteamericana, en varios sentidos. Uno de ellos apunta al paso del recinto cerrado que esconde el enigma del crimen, del misterio de la mansión burguesa, al delito que comienza a ser representado en los escenarios que le son naturales en la sociedad contemporánea: las calles marginales, congestionadas, indiferentes o sórdidas de las urbes. Esta determinación espacial resultará cardinal para la evolución del género (4).


3. Advierten J. Lafforgue y J. B. Ribera (1995): “Cabe preguntarse, en este sentido, si lo “detectivesco” en autores como Ricardo Piglia, Alberto Laiseca y Gustavo Feinman –para citar sólo tres casos en los que la adopción de reglas de juego “policiales” parece más provisional y adventicia–, no excede, en cierta forma, el puro marco de las convenciones genéricas, y se conecta con indagaciones filosóficas y semiológicas más complejas sobre la naturaleza de la ficción, el lenguaje, la identidad del escritor, etc.” (p. 44)
4. No obstante, vale la pena tener en cuenta que la génesis de este cambio espacial se puede rastrear mucho más atrás. La novela de enigma pareció prestar poca atención en su lectura de Edgar Allan Poe a que los crímenes de la calle Morgue eran ya crímenes de ciudad, posibilitados en cierta forma por el hacinamiento urbano. Y hay otro elemento de consideración: es este orden urbano creciente el que determina históricamente la aparición de un sistema policial profesional.


Campánula negra.png

Fuente de la imagen de fondo (modificada)
Parte 1
Parte 2
Parte 3

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