La casa solitaria. Un relato

La casa resentía su ausencia, la manera que tenía de abandonar sus recovecos, de pasar cerca, detrás de las puertas, sin entrar jamás.

Los recién casados se habían mudado hacía un poco más de un año. Al principio abrieron cada puerta y hurgaron en cada escondrijo sin pudor alguno. Las manos tocaron todo; los ojos vieron todo. La estancia se presentaba lúgubre y llena de muebles viejos, portarretratos que apresaban vidas pasadas entre sus marcos de hojalata y herrumbre y el eco mudo de las últimas ancianas de la familia García, todas señoritas. Los nuevos dueños decidieron era demasiado grande para su presupuesto y en un pestañear, la mitad de la casa fue declarada muerta y junto con ella fueron enterrados todos los recuerdos, hasta que del otro lado no quedó ni una cucharilla que hablara de un antiguo dueño.

Pero aún en la muerte, ella escuchaba, veía.

El matrimonio acabó mal y rápido. La mujer se quedó en la casa, maldiciendo, resintiendo cada chirrido de las maderas viejas, asqueada de lo que estaba segura era la pestilencia de alimañas, pero determinada a no dar su brazo a torcer y perder quizá lo único que podría reclamar como suyo alguna vez.

El olor empeoraba cada día. La casa se había hecho de la humedad y la tibieza necesarias para seducir a las cucarachas que tanto asqueaban a quien se iba perfilando ya no como una amiga, sino como su rival. Pensó que tal vez lograría que entrara, pero la mujer solo se acercaba para rociar insecticida por debajo de la puerta. Era la máxima frustración. Día tras día, decenas de bichos que no lograban huir, morían y con ello la perseverancia del ala clausurada se transformaba en un inquietante frenesí.

Pronto los ciempiés acudieron al llamado del espacio abandonado y lleno de los cadáveres patéticos y asquerosos de una variedad de sabandijas. Y desde allí, poco a poco, se colaron al otro lado. Al principio, la mujer logró deshacerse de bastantes de ellos, pero pronto la tarea la sobrepasó; no podía descuidarse un segundo. En cuestión de una semana, incluso dormir se volvió imposible, pues todo el lugar estaba infestado.

Una mañana, sin pensarlo mucho, la mujer decidió contratar un servicio de exterminadores que probablemente no podría costear, pero que tampoco podía seguir postergando. Se quedó unos días con una amiga y luego regresó a la residencia, adonde no quedaba ni una hormiga que rondara sus pasos.

Sin siquiera pensar en limpiar u organizar el desorden, se sentó en el piso y comenzó a pensar en todas las desdichas que había volcado en su vida un divorcio problemático, las cuales incluían una inminente debacle financiera y, tal vez, su pronto suicidio. Tomó sus pastillas, esperando que la hicieran sentir mejor. Consideró los pros y contras de conservar la vieja mansión. Recordó los horrores de su pasado y sintió lástima de sí misma. Estaba sumida en estos pensamientos terribles, cuando de repente la escuchó. Le pareció que no era la primera vez que la oía. La voz llamaba su nombre, su nombre real, Patricia. Nadie la llamaba así; había abandonado ese nombre hacía muchos años cuando dejó su antigua vida. Seguramente alguien le jugaba una broma pesada; con suerte, alguien vendría y acabaría con su desgracia y al fin descansaría de todo y de todos. Así que siguió la voz hasta el otro lado y al fin abrió la puerta olvidada.

Se miró los pies inmóviles y durante varios minutos intentó, sin éxito, juntar la valentía para cruzar el umbral, pues lo que la aguardaba nunca lo hubiese imaginado. Eran las García; la invitaban a tomar el café de la tarde y a ignorar la voz quejosa de la casa solitaria.


Imagen libre en Pxfuel

Gracias por leer.

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Bonita historia. Saludos.

Muchas gracias. Saludos :)

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