Esta es la mascota de la casa. Su nombre es Mía Pompilia, siguiendo mi gusto por darle un nombre de pila y un segundo nombre a los animales no humanos que entran por el umbral (por supuesto no bautizo cucarachas). A veces también me gusta darles un título administrativo o uno nobiliario, aunque aún no he pensado uno para Mía. El nombre "Pompilia", de todas formas, es en homenaje a un rey romano, de manera que ella podría ser la Infanta o la Patricia Pompilia.

Es una puddle o caniche mini toy, algo así como una "subraza" del caniche que es una raza de perros enanos de compañía y muy leales, comprendida dentro de la subespecie "perro" (canis lupus familiaris) de la especie lobo (canis lupus)... pero bueno, dejando de lado la lección de biología, Mía Pompilia es una perrita muy inquieta, tanto que hubo que sujetarla para tomarle estas fotos. La foto de arriba apenas se la dejó tomar, y así como la ven sólo estaba buscando el mejor ángulo para atacarme o darme besos... quién sabe. Ella es impredecible.

Fue un "regalo" que hizo Felipe, un compañero de clases de mi biológica, que va en quinto año de secundaria, con la intención de que se hicieran novios..., pero mi bio tiene sus prioridades, o más bien, altas exigencias, y no son los estudios precisamente. Tampoco lo han sido ninguno de los animales que ha traído a casa. Lo suyo no son los animales, sino las bestias, como su novio Jorge, pero esa ya es otra historia.

Tenemos que, prefiriendo mi bio entretenerse con los celulares y con las bestias, Mía Pompilia se encariñó conmigo y con mi mamá, quien se ha entregado (y rendido) por completo a ella. Por eso no me gusta llamar a los animales "mascotas" o creer que los poseemos: en verdad, a veces son ellos nuestros dueños, por toda la atención y cuidado que demandan. Sucede más con los gatos que son más independientes y tienen absoluto dominio de sí mismos, pero puede pasar también con los perros que acaban encaprichándose con los mimos y cariños que se les dispensan. De suerte que Mía Pompilia se hizo un miembro más de la familia; en principio era la hija de mi bio y la nieta de mi madre, mas la decisión que tomó ella misma ha hecho que los papeles se revuelvan y ahora es hija de mi madre y por tanto, mi hermana.

Mía Pompilia tiene ahora nueve meses. Llegó a casa cuando tenía un mes y tres días, es decir, antes de destetar. Ese día yo estaba muy preocupado por su salud, puesto que el calostro de la leche es indispensable para las defensas de los perros, y no consumirlo durante los primeros meses los hace demasiado vulnerables a virus y bactarias. Afortunadamente mientras ha estado con nosotros, jamás se ha enfermado, salvo por uno o dos episodios de vómito. Por esa separación brusca tenía problemas conductuales, pero últimamente me ha hecho sospechar que los ha superado. Para alivio de la espalda de mi madre, pues orinaba y defecaba donde le daba en gana y los puddles mini toy son campeones en eso: su metabolismo es muy acelerado y necesitan excretar y limpiar sus riñones varias veces al día... y cuando hacen lo hacen en abundancia.

Sentí impotencia por todo lo que pensé que Mía Pompilia tenía que pasar por haber sido separada tan temprano de su madre. Poca gente piensa que en la crisis humana que vive Venezuela, los animales no humanos son una de las poblaciones más vulnerables, junto a los indígenas y las mujeres. Como en este país el dinero se desvanece de las manos, la muchacha que la vendió habría estado necesitada de circulante, y no encontró mejor medio de remediarlo que vendiendo a destiempo la camada de cachorros. Puedo entenderla, pero no por eso dejo de ver ese acto como algo absolutamente criminal. Es una pena que la protección de los animales no esté contemplada en el derecho venezolano; así se evitarían y habría penas por muchos abusos y atropellos. Ojalá en medio de esta crisis o después de que haya pasado, y a pesar de todas estas vicisitudes que derrotan, la gente pueda seguir pensando en la posibilidad de un mundo más justo para los seres vivos, sean o no humanos. En Venezuela hay también una flora única y unas reservas de agua que se ignora o menosprecia en el primer caso, y se derrocha la segunda. Pero bien, es extraordinario que Mía haya podido crecer como una perrita sana.

A Mía Pompilia se le destinó una pequeña cesta acolchada junto al lavamanos delante del cuarto de mi madre para que hiciera las siestas y durmiera por las noches. Pasaba todo el día con mi madre y sólo era expulsada de la habitación cuando ella iba a dormir; pero Mía no lo tomaba a bien y seguía tocando la puerta hasta darse por vencida. Pues bien, recién me he enterado de que, como ya no arma berrinches ni moja la cama, duerme todas las noches con mi madre. Y bueno, como les dije, se salió con la suya.