«Sustitución» [Relato de suspenso]

in #cervantes6 years ago (edited)

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A menudo me desvío en las excursiones con la hermana Inés. Mientras el grupo aprende sobre las propiedades del tomillo o recolecta semerucos, yo me dedico a buscar las madrigueras de los conejos, trepo a los árboles para ver los nidos de las aves o me limito a deambular en paralelo a mis compañeras por los matorrales.

   Fue así como me topé con Miya.

 Estaba hurgando la tierra bajo unos helechos cuando la encontré. Al principio, el movimiento de las hojas me hizo pensar en un animal grande y tomé un palo para examinar lo que se escondía entre la espesura. Los ojos de la niña me sorprendieron. En un primer vistazo, me pareció que eran amarillos, como el bordado en las togas de los santos, pero luego de un parpadeo se vieron tan marrones como los míos. Se incorporó lentamente y noté que también teníamos la misma altura. Sin embargo, ella llevaba puesto solo un camisón raído y sucio y estaba descalza. Su mirada seguía la rama seca que yo cargaba en las manos, como si estuviera aguardando mi ataque. Solté mi "arma" e hice ademán de acercarme a ella. Retrocedió. Ninguna de mis preguntas logró hacerla hablar, mucho menos decirme su nombre. Decidí referirme a ella como "Miya", porque me recordaba a una muñeca que la hermana Inés mantenía en el salón de detención, donde yo solía pasar la mayor parte de mi tiempo después de clases.

—¡Raquel! ¿¡Dónde estás!?

 Era la hermana Inés. Volví la vista un segundo para indicarle mi ubicación. Cuando quise contarle sobre Miya, esta se había ido.

 La hermana Inés no me creyó. Conforme colocaba libros sobre mis manos —cada uno más pesado que el anterior— insistía en que no había forma de que una niña estuviera vagando por los terrenos del internado sin que el personal lo supiera. Me dijo que las mentiras debían compartirse durante la confesión para que el cielo me absolviera de toda culpa. Pasé dos horas sobre mis rodillas con la pila de libros alzada por encima de mi cabeza.

 Amelia, mi compañera de habitación, interrumpió sus risas cuando le comenté el porqué de mi castigo.

—Debes tener cuidado, Ra. A veces los demonios esperan el menor descuido para suplantarnos. Nos siguen de cerca para asimilar nuestras vidas a la menor oportunidad. Si vuelves a ver a esa cosa, corre y encomiéndate a Dios —sus manos aferraron un crucifijo mientras hablaba.

—Es una niña, Amelia, no una "cosa" —repliqué, tumbándome de brazos abiertos en la cama inferior de la litera.

 El eco despertó a la hermana Inés: alguien la estaba llamando.

 Confundida, se sentó al borde de la cama y tanteó la pared para descolgar la túnica del perchero. Ahí estaba de nuevo la voz... sonaba muy parecida a la de Raquel Dubois. Si la atrapaba fuera de su dormitorio, le impondría el castigo más severo que alguna vez hubiera aplicado a otra pupila. Tenía a la Virgen santísima por testigo. Ya había tolerado demasiadas travesuras de esa estudiante.

 Salió al pasillo en dirección a los dormitorios, todavía con los ojos empañados de sueño, y cuando estaba por subir las escaleras hacia la primera planta escuchó pasos rápidos sobre la gravilla del jardín. Se reía. Raquel se reía. La hermana Inés encendió una de las linternas de la recepción y fue en su busca. Nubes grises hacían verónicas cerca de la luna de tanto en tanto, aumentando la penumbra. La monja daba voces, demandando el paradero de la alumna.

—Estoy aquí, hermana Inés —oyó a sus espaldas.

 Una silueta pequeña sobresalía por detrás de la fuente de los querubines. La hermana Inés parpadeó, extrañada, ¿acaso había visto unos ojos amarillos?

—Señorita Dubois, sabe usted que está prohibido abandonar el dormitorio de noche y...—se detuvo.

 La luz de la linterna daba de lleno en el rostro de la niña.

 No era Raquel.

  Todo el internado supo la noticia: la hermana Inés había encontrado a la niña que rondaba la institución. Ra estaba exultante, aquello demostraba que había estado en lo cierto. Yo no podía sumarme a su felicidad. He tenido un mal presentimiento desde que me mencionó a "Miya", nombre que la extraña adoptó para identificarse frente a otros. Al parecer, solo ha dicho dos palabras durante el interrogatorio de las monjas y maestros: "Miya" y "Raquel". Así que los adultos resolvieron hacer que Ra acompañe a la niña en tanto reciben instrucciones de las autoridades. Creen que Ra puede ayudarla a "adaptarse" y ella incluso ha dejado colar que no tiene problema en que las tres compartamos habitación. Yo no estoy de acuerdo. Lo único que quiero es que esa niña se vaya. La veo sostenerme la mirada desde abajo —estoy en la cama superior de la litera— y siento que se me revuelve el estómago y el oxígeno pesa en mis pulmones.

Necesito prestar atención. Si mi corazonada es cierta, estamos en peligro.

 Miya aprende rápido. Imita cada cosa que hago a la perfección. Hay profesores que se equivocan y en ocasiones la llaman por mi nombre después de contestar alguna pregunta en la clase. Está muy unida a mí, tanto así que ha habido momentos en los que no tengo que hablar porque ella adivina lo que pienso y reacciona como yo lo haría. He comenzado a desear en secreto que la policía nunca dé con su familia, de ese modo podremos permanecer juntas. No hay día en que no le pregunte al director si sabe acerca de la investigación, me siento satisfecha cuando me asegura que "está en proceso", lo que en realidad significa que no tienen ni una pista.

 Amelia, por otro lado, está celosa.

—¿No te das cuenta de cómo te ve? —me susurró una tarde en la hora de Religión. Miya no suele venir a esta clase porque le resulta aburrida y no la culpo. —Es como si... quisiera comerte.

—Eso es una tontería, Amelia.

—No, no lo es. Piensa, Ra. ¿Por qué no está aquí hoy? ¿Por qué tenía esa expresión de pánico cuando el padre Rafael nos hizo cruces en la frente con agua bendita después de la última eucaristía?

—Porque no es precisamente fan del contacto físico y hasta tú te has dado cuenta de que el padre Rafael es un morb...

—Haz la prueba esta noche —me atajó ella.—Pon agua bendita en su jugo de la cena. Si no pasa nada, estoy loca, de lo contrario...—de manera disimulada puso una botellita de cristal en el bolsillo de mi uniforme —ya veremos.

 «No ocurrió nada». Escupo, enjuago, vuelvo a cepillar los dientes. «Estaba segura de que el agua bendita la delataría. Nada. Miya se bebió el jugo, impasible. Hasta me guiñó un ojo al tiempo que chocaba el vaso de peltre vacío contra el mesón. ¿Será que Ra le advirtió? Aun en ese caso, yo misma añadí una dosis a la jarra de jugo a modo de prevención. No había forma de que no lo tomara». Lavo el cepillo bajo el chorro del grifo. El sonido de las regaderas me sobresalta, pensé que estaba sola en el baño.

—¿Quién está ahí?

—¿Amelia? ¿Tienes jabón? Se me olvidó traerlo.

 Suspiro aliviada, se trata de Ra.

—Te pasas de lenta —río, revisando en mi estuche. Saco un jabón pequeño. —Ajá, ya te lo llevo.

—Eres un sol —me responde, apartando un poco la cortina de las duchas para estirar la mano.

 El desagüe produce un eco grave a causa del agua que baja por la tubería.

—Mira, quería decirte —respiro hondo, colocando la pastilla sobre su palma— tenías razón, me equivoqué con Miya.

 Justo entonces me percato del aspecto de sus uñas, eran en extremo cortas y mostraban un color púrpura oscuro, como si se las hubiese pisado con una puerta.

—Bueno, ya no volverás a molestarla ¿verdad? —los dedos se cierran en torno a mi muñeca. El jabón cae al piso con un ruido sordo.

 Puedo escuchar el traqueteo de los huesos de mi brazo al romperse y grito.

 Amelia está muerta. El crucifijo de plata que colgaba de su cuello está clavado en su garganta. Rumores nerviosos aventuran que quizá fue producto de la caída, los dedos temblorosos apuntan a la azotea.

 Las monjas intentaron ocultarnos la visión de su cuerpo desarticulado en el suelo pero fuimos demasiado rápidas. Gritos y lamentos cortan el aire. La hermana Inés atraviesa el círculo de estudiantes con una sábana blanca en las manos. La extiende sobre Amelia. Sobre el cadáver de Amelia. No puedo aceptar esto, no puede ser real. En una tentativa por calmarme busco a Miya entre la multitud. Por fin, la localizo a varios metros de distancia, en la entrada del internado. El corazón me da un vuelco.

 Esta vez no ha sido una ilusión, sus ojos son amarillos mientras me mira y su boca se ensancha más de lo humanamente posible al sonreír. La verdad me traviesa como una flecha: yo soy el próximo objetivo.

 Dios mío, ¿qué he hecho?


Foto: Pixabay


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Abrazo,
Dev


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Dios... me tuviste con los pelos de punta desde el inicio hasta el final. Me encanta como escribes, estoy fascinada. Tienes una nueva seguidora sin duda

¡Hola! Muchas gracias por la lectura y por las palabras, lo aprecio de verdad <3

Excelente, @devinalivaudais. Miya es una figura arquetipal del horror. Felicitaciones.

¡Gracias, @rjguerra! Estoy "ensayando" un poco con el género y sé que tengo mucho por pulir todavía (necesito quitarme la mala costumbre de usar la fragmentación como centro de la estructura), pero ahí voy, te agradezco mucho la lectura.

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