Carta de una joven venezolana (foto+relato)

  Y entonces, sentí en mi pecho el dolor de aquellas madres que lloraron insaciablemente a sus hijos, caídos en  una guerra que no era de ellos. Sentí mi estomago estremecerse durante horas, estaba vacío. Lloré sin parar las lágrimas de los niños sin nombre que duermen en cartones y ruegan comida, Me consumió el frío de los hospitales, de las morgues y de las funerarias en donde habitaban cuerpos cuyas vidas habían sido arrebatadas por la ignorancia. Frente al espejo, vi el rostro de millones de personas rotas, con  ojos secos, sin luz. Contemplé a tu madre llorando en su cuarto, en silencio. Oré, grité, dormí. Pedí respuestas y no las obtuve. Lo sentí todo, el maldito dolor que arde en el pecho, cargué por un momento el peso de un país masacrado sin piedad. Odio y angustia. Quise desvanecerme pero no pude. Lo más bello que tuve entre mis brazos se encontraba sumergido en el caos, agonizando. Soporté la pérdida de todos los que ya se fueron. Luego, no sentí más nada.