HÉROE DE GUERRA (Cuarta parte) Por G. J. Villegas

Después de la maravillosa aceptación de esta narración por parte de los lectores, no puedo continuar sin antes agradecer todo el apoyo y el interés genuino que han manifestado. Esta historia pretende mostrar la realidad de los conflictos armados, su efecto en la gente que los vive y las desagradables consecuencias para todos los implicados. Me complace presentar a todos ustedes la cuarta entrega de esta serie, espero la disfruten.

TIMOTHY y Cory yacían en el suelo, tendidos uno a cada lado de la habitación. El perro lloraba como si estuviera herido pero el polvo impedía ver lo que ocurría. Lentamente despertaron, el soldado y el niño, con un silbido agudo que les golpeaba el oído. La pared que daba a la calle había desaparecido, y una cortina de escombros cubría el piso. Lo que quedaba del edificio temblaba con cada detonación, una bomba tras otra caían en todo el vecindario.

El oficial se incorporó, y tomando a Timothy por un brazo, lo sacó del lugar. El niño regresó a buscar a su perro.

—¿A dónde vas? —preguntó el soldado.

—¡Voy por Dosher! —replicó el niño.

—¡No, déjalo! Tenemos que salir de aquí. Vamos a morir si nos quedamos.

—No quiero dejarlo. ¡Dosher! —gritó el pequeño haciendo señas al perro.

Dosher los siguió escaleras abajo. La noche se veía iluminada por los destellos de las explosiones. El fuerte crujir del concreto, la madera partida y los vidrios rotos, superaban el llanto del perro y del niño. Cuando llegaron a la calle, densas nubes de humo y un horrendo olor a pólvora impregnaban el ambiente. Erupciones de tierra reventaban por todas partes y apenas podían mantenerse en pie mientras escapaban en la dirección que, según Cory, los alejaría del ataque.

Poderosos aviones dejaban caer miles de cargas sobre aquel pueblo. Era un sitio estratégico, grupos de soldados enemigos operaban en él, o al menos eso decían los reportes de inteligencia. Lo cierto era que hace semanas toda la gente se había marchado y, salvo alguna patrulla que merodeara por allí, la población actual se limitaba a un soldado desertor, un niño huérfano y su mascota. En pocos minutos, las bombas lograron transformar la zona, de un pueblo abandonado, a un pueblo en ruinas.

Timothy lloraba desconsoladamente. Sabía bien que estaba en medio de una guerra, ya había experimentado antes el miedo y el dolor, pero nada prepara a un niño para el terror de un bombardeo, para la destrucción descontrolada, injusta y abusiva que lo caracteriza. El soldado tuvo que cargarlo para poder avanzar, y mientras corrían, fueron muchas las veces que cayeron al suelo por efecto de los estallidos.

Al doblar una esquina, divisaron lo que parecía una entrada a un sótano. Cory entonces corrió hacia el esperando hallar refugio. Las bombas parecían caer cada vez más cerca de ellos. Cuando llegaron, la puerta del sótano estaba cerrada. Cory pateó el candado con su bota y pudo hacer entrar al niño y su perro. Una munición impactó en el edificio a sus espaldas y una lámina de metal, que se desprendió de un letrero, lo golpeó en un costado lacerándole una costilla.

Al caer, se lastimó la cabeza y quedó inconsciente. Su herida en el costado sangraba lentamente, parecía ser una herida grave. Pronto comenzó a soñar con su familia. Veía la hermosa figura de su esposa regresando del establo con un tobo lleno de leche. Su cabello largo ondeaba al viento y un ramillete de flores silvestres le adornaba la mano. Su hijo pequeño buscaba ranas cerca del estanque mientras el cortaba leña para cocinar el desayuno. Las risas de ellos sonaban como eco en su mente. Una sensación de bienestar lo embargó al escuchar a su esposa decir su nombre. Era todo un contraste entre el ambiente que estaba soñando y el que realmente estaba viviendo. En su mente fantaseaba con la vida pacífica en su granja junto a los suyos, pero su cuerpo estaba desplomado a la entrada de un sótano, muy lejos de casa, con su uniforme bañado en sangre.

Pasó allí el resto de la noche. Al amanecer, Timothy salió con cautela del sótano y se acercó al cuerpo del soldado.

Lo miró con tristeza inclinándose sobre su cabeza. Estaba lleno de polvo y un gran charco de sangre se dibujaba en el piso. Dosher lo olfateaba y le ladraba como queriendo despertarlo. El niño se sentó a su lado de piernas cruzadas y una expresión de devastación en el rostro. La imagen era desoladora. Ya no se oían explosiones, un silencio profundo dominaba todo el lugar. Timothy miró al soldado de arriba abajo y una lágrima corrió por su mejilla. Pasaron algunos minutos antes de que pensara continuar su camino.

De pronto el perro dio un ladrido eufórico. El soldado despertó dando un corto gemido de dolor. Timothy se levantó de un salto, estaba muy alegre de que su amigo estuviera vivo.

—¡Cory! —dijo el niño emocionado sujetando la cabeza del oficial.

—¿Dónde estoy? —preguntó confundido el soldado.

—Anoche lanzaron bombas, te hirieron. ¿Te puedes levantar? —respondió Timothy.

Cory recobró más la consciencia, y con mucha dificultad logró sentarse en el suelo. Miró la herida que tenía y percibió que necesitaba atenderla pronto.

—Ayúdame a levantarme niño —pidió Cory apoyando su brazo en Timothy.

Cuando logró ponerse en pie echó un vistazo a su alrededor y vio los edificios destruidos y las columnas de humo que todavía salían de algunos de ellos.

—Debemos seguir —dijo el soldado y agregó—: Aquí no es seguro, debemos seguir hacia la línea de la frontera, por allá —indicó señalando con el dedo.

Los tres se pusieron en marcha. Cory apenas podía marcar el paso, el dolor que sentía era muy fuerte. Solo avanzaban de a pocos metros porque al soldado le costaba resistir los mareos. Su condición no era muy buena. Pero estaba decidido a dejar aquel lugar gobernado por la muerte.

Para la tarde, habían logrado llegar al otro lado del pueblo. Caminaron abiertamente por las calles destruidas, sin sentir peligro alguno en aquel desierto urbano. El bombardeo de la noche anterior no había dejado nada a su paso, solo escombros y ruinas.

Entonces Dosher percibió un olor que lo alertó y rápidamente ladró señalando hacia una de las casas abandonadas que tenían en frente. Cory intentó callarlo, una patrulla enemiga podría estar vigilando o haciendo reconocimiento en el sitio, pero el perro salió corriendo como siguiendo un rastro.

—¡Dosher! —gritó Timothy a su mascota.

—No grites, guarda silencio —dijo el soldado tapándole la boca.

Cory no tenía fuerzas para defenderse de un ataque. Era evidente que el perro había detectado a alguien. Sus temores se hicieron mayores cuando una figura, a la distancia, parecía asomarse en una ventana. El soldado se sujetó fuertemente del niño, pero su estado débil y la impresión del peligro inminente, fueron mucho para él. Cayó de bruces en el piso, desmayado.

continuará…

Héroe de Guerra (Primera parte)

Héroe de Guerra (Segunda parte)

Héroe de Guerra (Tercera parte)