Foto de mi autoría tomada con un smartphone

 

Abrió los ojos y se quedó mirando una mancha redonda y simétrica en el techo. Se preguntaba que podría haberla formado allí y comenzó a imaginar estilos y colores para ella, ¿cómo transformar aquel círculo en algo hermoso? Luego de unos minutos decidió levantarse y al mirarse en el espejo se sorprendió de su larga barba blanca. No podía recordar cuando se la había dejado crecer y menos cuando su pelo había perdido el color. A su alrededor vio su cama pequeña arrinconada hacia la pared, un caballete y todo lleno de restos de pintura.
Regresó al espejo y esta vez se concentró en sus ojos, trató de ver más allá de sus pupilas, de descubrir su historia y entender la oscuridad que lo envolvía.

Allí en lo más profundo encontró a un niño y un anciano tomados de la mano paseando por la plaza de los pintores y recordó sus dibujos infantiles. También recordó una mirada profunda y abrazos sin rostro pero muy cercanos.
Se acercó al caballete y allí estaba él, otra vez, igual al del espejo pero con un sombrero que descubrió colgado al lado de la puerta.
Con pasos cansados tomó su caja de pinturas, el caballete y su propio retrato. No sabía por qué, solo seguía su instinto. Cerro la puerta tras de sí y bajó tres pisos de escaleras muy gastadas. Al abrir la puerta de abajo una ráfaga de aire helado lo envolvió. Dejó su carga a un lado de la puerta y en medio de un suspiro de resignación volvió a subir.

Con pasos cansados fue a buscar su abrigo. El esfuerzo fue grande y jadeaba cuando volvió a alcanzar la puerta.
Allí estaba la plaza que recordaba y algunos pintores comenzaban a ocupar sus lugares. Hizo lo mismo y algunos transeúntes que pasaban a su lado y que parecían conocerlo lo saludaban con un movimiento de cabeza.
Apoyó su pintura cerca el caballete y comenzó a preparar sus pinturas y lienzos, cada movimiento y cada acto lo iba llevando al siguiente sin entender por completo por qué lo hacía. El olor a café recién hecho lo hizo reaccionar y entonces la vio a su lado.

Era casi tan mayor como él, llevaba una larga falda estampada y capas y capas de ropa sobre ella, unos guantes raídos medio cubrían sus manos y un montón de arrugas rodeaban unos ojos preciosos y expresivos.
Con una sonrisa le ofreció el café y se sentó en un banco cercano a contemplar como poco a poco él atrapaba sus recuerdos. Sabía que a media tarde se sentaría a su lado y ella volvería a explicarle algunas cosas qué ya había olvidado hasta que los envolviera la noche en medio de risas y de una copa de vino.

 

 

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