EL MEDICO

in #busy7 years ago (edited)

EL MÉDICO.

En el principio fue el brujo. Y si hoy conviven con la civilización el curandero, el chamán, el piache y el callahuaya es porque, si bien los médicos han dejado hace muchos años de ser brujos, los simples mortales no hemos dejado de temer a la muerte. Quién con esta tenga tratos podrá contar siempre con nuestro respeto y miedo ancestral. El conocimiento científico ha sustituido a las invocaciones y la preparación universitaria a los ritos de iniciación, pero para nosotros la bata blanca sigue siendo la piel del animal sagrado, el estetoscopio la maraca y el martillo de reflejos el percutor de los grandes tambores. Eso para no mencionar el tapaboca de los cirujanos, tan impresionante como la máscara de un hechicero africano y, en el fondo lo mismo.

El distinguido historiados de la Medicina Mr. Douglas Guthier, M.D., F.R.C. Ed., F.R.S.E. afirma que “la enfermedad es mucho más antigua que el hombre, como lo demostró el profesor Roy Moodie con su descubrimiento en Wyoming de un dinosaurio (Apatosaurus) con un tumor en las vértebras caudales”. Esta genial afirmación del profesor Guthier, que con mucho gusto habría suscrito Mr. Perus Grulloug, Ph. D., R.P.M., L.Q.Q.D., aunque demuestra que probablemente la muerte también es anterior al hombre, es incompleta por cuanto no asienta que el médico es más antiguo que la enfermedad. en efecto ¿cómo haríamos los hombres para saber que estamos enfermos sin un médico que nos los diga?.

El médico apareció sobre la tierra cuando se empezó a notar que ciertos individuos vivían más de la cuenta sin explicación razonable. Los doctores tomaron entonces cartas en el asunto y no crearon la enfermedad, que ya existía, sino el concepto de tal, que vino a ser el primer esfuerzo de la humanidad en la lucha contra la explosión demográfica. A partir de la aparición de los médicos, el hombre primitivo llegó a saber que la carne de mamut era indigesta, que el humo de las antorchas era cancerígeno y comerse un venado o jabalí entero sin darle su parte al médico podía causar males irreparables.

Hoy el mamut no existe y es muy poca la gente que se alumbra con antorchas, pero la advertencia con respecto al venado y al jabalí sigue vigente, lo que demuestra la infinita sabiduría de los médicos.

Las primera evidencias de tratamiento médico-quirúrgico conocida por los arqueólogos se remota la los tiempos paleolíticos, a los cuales corresponde una gran cantidad de cráneos trepanados hallados en diversos puntos de Europa. Pero los reyes de la trepanación parecen haber sido los antiguos peruanos: en el sitio arqueológico de Paracas se han hallado cráneos que presentan hasta cinco perforaciones, según el peruanista J. Alden Mason, y esto ilustra de paso acerca del origen de la palabra paciente. Respecto a los antiguos aztecas, dice el arqueólogo Walter Krickberg que “es muy probable que los médicos aztecas poseyeran buenos conocimientos de anatomía gracias a los numerosos sacrificios humanos”. A propósito de sacrificios, es muy curioso el hecho de que se haya descubierto multitud de cráneos trepanados, esqueletos con fracturas reparadas, etc., pero jamás se haya encontrado una cuenta de médico en tan importante exploraciones. Esto parece indicar que en aquella época remota es la única en el Seguro social ha funcionado como es debido.

Lo actual:

Ninguna profesión tiene más detractores ni más defensores que la del médico. Sobre ninguna se ha amontonado igual cúmulo de lugares comunes y cursilerías. De ninguna se tiene un concepto tan exagerado en todos los sentidos. Un mismo médico puede tener aureola de santo ante los ojos de un paciente y cuernos y pezuñas de diablo en los otros. “La medicina es un apostolado”, dice el primero. “La medicina es un negocio”, dice el segundo, ¿quién tiene la razón?. Podríamos decir que ambos, o sea que la medicina es un negocio apostólico o un apostolado que puede ser un buen negocio. Pero mejor es ver actuar al doctor, y que cada lector saque sus conclusiones.

El doctor:

¿Cómo es el doctor?. Veinte o treinta años atrás está pregunta era fácil de responder; es un señor de barbita que lleva su maletín y sabe de todo. Hoy semejante idea resulta ridícula, primero porque cualquiera puede usar barbita sin saber una palabra de medicina y segundo porque el médico de ahora no sabe todo sino que lo sabe todo acerca de una sola cosa. Con el triunfo de la especialización, se puede decir que ya no existe el médico en el sentido de la totalidad, sino una serie de fracciones que en conjunto constituyen un médico. Un gastroenterólogo mas un laboratorista más un dermatólogo más un laboratorista más un internista más un laboratorista más un cardiólogo más un laboratorista más un psiquiatra más un laboratorista, etc., igual a un médico. De manera que cuando usted va al consultorio el que lo ve es un pedacito de médico que le manda a hacer como cuarenta exámenes de laboratorio para luego remitirlo a otro pedacito de médico que le mando otra ve a hacer como cuarenta exámenes de laboratorio y así ad infinitum, hasta que usted convencido de que, si no es la persona más enferma del universo, por lo menos su enfermedad es la más rara del mundo. La medicina moderna es pues como la cadena de montaje de una fábrica de automóviles, con la diferencia de que al final no sale un automóvil nuevo sino un cacharro lamentable que debe reingresar a la cadena por nuevos ajustes. En otras palabras, hoy en día no hay personas sanas sino pacientes que no han pasado por todos los especialistas. Pruebe usted y por muy sano que se sienta le apostamos que algo descubren en algún punto de la cadena.

Mago, confesor, verdugo, padre, compadre, detective, todo en una sola pieza ha de ser el médico cualquiera que sea su especialidad. Debe saber inspirar al mismo tiempo confianza y temor, ser cruel y a la vez tierno, serio y jovial de manera que el paciente jamás llegue a enterarse de lo que realmente piensa. En principio el paciente debe interpretar al revés las palabras del médico. Si el doctor le dice, por ejemplo, que “esas telangiectasias no me gustan nada, yo creo que tendremos que hacer una prueba de Molligtein y un tiempo de saponificación a ver si hay esclerotrombitis idiopática de la duramadre”, el paciente puede estar tranquilo: el doctor está simplemente redondeando la factura. Pero si en cambio le dice que “no hombre, no se preocupe por eso, eso no es nada, una tontería: usted va a ir ahora con este papelito a cada del doctor Gutiérrez, le vamos a hacer una pequeña biopsia, ¿verdad?, y cuando el le dé el resultado me lo trae. Mientras tanto, si le duele la barriga, se toma estas góticas que le vamos a recetar y procure no comer mucha manteca”, entonces que se amarre los pantalones porque lo que viene es cirugía mayor y quien sabe sí....

El doctor se caracteriza por dos cosas: una pulcritud impresionante y unas manos más impresionantes todavía. Cuando el dice desvístase y acuéstese ahí, el paciente debe prepararse para lo peor. Porque ahí entra en acción las manos del médico, unas manos muy limpias, muy grandes y velludas. La cosa empieza como un juego. El doctor le toma un brazo al paciente y se lo flexiona suavemente. Le examina las uñas. Le pone estetoscopio, previamente frotado para calentarlo si se trata de un paciente particular, helado si de un miembro de la clientela hospitalaria, y le pide que tosa. Luego tamborilea sobre las costillas -¡es que me hace cosquillas doctor! Y cuando menos lo espera el paciente ¿zas! Encaja una de esas manazas en el hígado y se deja ir con todo su peso.

-¿duele? –pregunta
-ay, sí!
-Aja...

El paciente cree que la tortura ha terminado. De pronto la mano vuela al lado opuesto del abdomen, más feroz todavía:

-Y aquí, ¿duele?

El paciente no responde: se ha desmayado. Indudablemente este es candidato a una esplenectomía, si el doctor no se la practicó ya con la mano. Esplenectomía, por supuesto, quiere decir extirpación del bazo.

El taller:

El taller donde trabaja estos mecánicos de hombres se denomina consultorios. Tal como sucede con el bufete del abogado, la categoría del médico se mide por la organización de su consultorio. Este consistes esencialmente en un saloncito de cuyas paredes penden algunos cuadros anónimos aunque estén firmados (casi nunca falta una marina) y una copia del juramento hipocrático en letras góticas, impresa en papel imitación pergamino con un marco dorado. Al fondo hay una puerta misteriosa, tras la cual nadie sabe que pasa, como suele suceder con la puerta que en los aviones separa los pasajeros de los pilotos. El mobiliario está constituido por un sofá, dos sillones y una señorita muy bonita. Esta señorita es el contacto entre el doctor y el mundo exterior. Es a ella a quien el paciente debe explicarle, rojo de vergüenza, de que se ocupan u ocupaban los padres, a que edad tuvo su primer contacto sexual, cuantas veces al día hace pupú y otros detalles no menos tristes.

Y cuando adentro, en el consultorio propiamente dicho -un diván, una báscula, una vitrina llena de muestras médicas y otra donde se mezcla libros y unos instrumentos de uso desconocido- el doctor termina con el paciente y le extienda la receta (¿Qué como sabe el doctor tantos nombres de medicina?. Muy sencillo se los enseña el visitador médico) y surge la temblorosa pregunta:

-¿Cuánto le debo doctor?.
El interpelado responde con una sonrisa.
-Hable con la señorita.

Pero al final, como siempre, es la señorita quien habla con el paciente, porque este se ha quedado mudo al enterarse lo que cuesta la consulta.

¿Ángel o demonio?. ¿Benefactor o mal necesario?. Imposible definir al médico en estar cortas líneas. Se necesita volúmenes y volúmenes para dar siquiera una idea general de los que es la profesión médica. Por algo, aparte de que muchos grandes literatos –Rabelais, Baroja, Chejov, Conan Doyle y entre nosotros Lazo Martí- han sido médicos, la literatura le ha dedicado millones de palabras, casi siempre en contra, desde antes de Molieri hasta nuestros días. El propio Don miguel de Cervantes dice a través de su Licenciado Vidriera, que “el juez nos puede torcer o dilatar la justicia; el letrado sustentar por su interés, nuestra injusta demanda; el mercader chuparnos la hacienda; finalmente todas las personas con quien de necesidad tratamos nos pueden hacer algún daño; pero quitarnos la vida sin quedar sujetos al temor del castigo, ninguno, solo los médicos nos pueden matar y nos matan sin temor y a pie quedo, sin desenvainar otra espada que la un récipe; y no hay de descubrirse sus delitos, porque al momento los meten bajo la tierra”.

Esto le dice Cervantes, naturalmente de los malos médicos. También habla de los buenos y citando nada menos que el Eclesiástico, lo malo es que la parte que se refiere a los buenos médicos esta en latín.

Sort:  

Hola de nuevo @angesuarez han pasado varios días desde que publicaste este post y no sé si posees más información sobre algunos puntos a tener en cuenta a la hora de publicar.

Te aconsejo, que evites copiar y pegar literalmente. Está bien que te apoyes en Internet para obtener información e incluso conocimiento sobre algo. Si es sobre algún tema, libro, articulo, noticia que has leído escribe siempre desde tu punto de vista, pero recuerda de incluir la fuente original de dónde la obtuviste, dicha información o conocimiento.

Te dejo por aqui una serie de publicaciones que te va a venir de lujo para aprender sobre estas buenas practicas: 1, 2, 3, 4, 5.

Saludos!

Si, muchas gracias para el momento que lo publique no sabia que no se podía copiar y pegar, mis disculpas a todos ya he publicado nuevos post de mi autoría @reimerlin

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