Tenue

in #ensayo7 years ago

  La vida es como un océano; nosotros, los seres humanos, somos las islas que se encuentran desperdigadas a lo largo y ancho de él. Mejor dicho, nosotros somos los únicos habitantes de estos pedazos aislados de tierra, la existencia personal.

Pienso que los tiempos que nos ha tocado vivir a escala amplia y total están marcados por un ritmo veloz y desenfrenado. Pareciera que todas las cosas se desarrollasen a una velocidad de dos mil kilómetros por hora; hay una urgencia constante y sonante por parte de cada aspecto de nuestras vidas que nos impide establecer periodos duraderos de reflexión e introspección a un nivel que supere las capas superficiales de la misma. Todos llegamos a cierto punto de la revisión interna antes de tomar la vía rápida y regresar a estratos más visibles y próximos al sol. Hay más profundidad, por supuesto que la hay. Sin embargo, se nos es muy complicado trascender cierto límite por falta de tiempo, o de valor; quizás nos restringimos a escarbar más porque probablemente no sea de nuestro agrado lo que sea que vayamos a encontrar allí abajo, en los callejones oscuros de nuestro pensamiento.

Si es tan difícil conocernos a nosotros mismos, entrar en contacto con nuestra realidad interna y elemental, ¿cómo podemos pretender trasladar esa conexión a un plano interpersonal? Es un paisaje diferente y muchísimo más complejo. Un nuevo universo entra en el mapa de la situación; un conjunto de variables que, aunque estemos al tanto de los rasgos de algunas de ellas porque las hemos experimentado previamente, no sabemos a ciencia cierta cómo ese individuo pudo haberlas asimilado. Hay un grado de incertidumbre que nos impide dejar por completo el aislamiento y adentrarnos en ese campo de bruma y misterio que son las relaciones humanas interpersonales. No podemos vivir sin ellas, más allá de lo inciertas y confusas que puedan parecernos; todos queremos la tan anhelada sensación de que somos importantes y/o influyentes en la cotidianidad de alguien más porque, como es bien sabido, nadie quiere verse a sí mismo como un espectro cuyo andar escapa de la percepción de los otros.


Es aquí cuando entra la contemporaneidad. Estamos respirando y caminando inestabilidad. Las cosas cambian a un ritmo ridículamente alto que acorta la duración de lo concreto y existente a tramos ínfimos y escurridizos a nuestra cosmovisión. Tenemos plantada la idea de que nos desenvolvemos en diversos estados de tiempo y espacio que se ordenan secuencialmente uno detrás del otro hasta un punto determinado, que será la muerte. Naturalmente, forjaremos vínculos afectivos con las personas que surjan en cada estado porque no tenemos de otra, somos humanos. No obstante, tenemos perfectamente presente de que ese tiempo que compartamos con el otro está sentenciado a culminar; la relación morirá, o, en un giro menos cruel de los acontecimientos, se enfriará lentamente hasta mutar a una apariencia irreconocible para los integrantes, una expresión tan desconocida y gélida que no motivará en modo alguno interacciones que infundan nuevos aires y dimensiones a la relación, dejándola en "coma" perpetuo, suspendiéndola hasta que alguien entienda que no hay nada que buscar en el otro ser, y lo abandone por completo. Se revelan las siguientes interrogantes: "¿por qué yo quisiera conocer a profundidad a una persona que muy probablemente será pasajera en mi vida?" "¿qué ganaría yo entregándome a alguien que no estará siempre allí?"


Somos náufragos. Cada persona es un mundo, y muy difícilmente esos mundos pueden enlazarse de un modo verdadero y sostenible en un plazo largo de tiempo. Siendo así... pareciera que estamos destinados a estar a la deriva uno del otro en un océano negro y cubierto por la neblina, sabiendo que hay otras islas alrededor de nosotros que quizás sean similares, pero son reducidas las ocasiones donde ocurre un salto de fe y nos atrevemos a superar nuestro miedo al abandono y al dolor que significaría encontrar un semejante. Los vínculos afectivos son temporales y rara vez genuinos; son líquidos, se escurren a través de las rejillas de la indiferencia, la distancia, el olvido, el descuido, la desidia. La realidad humana, la vida humana, es solitaria y fría. Es una isla perdida en la inmensidad de un negro océano.

26/10/17  

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