“URBANIDAD Y BUENAS MANERAS”

in #spanish7 years ago

MANUEL A. CARREÑO

MANUAL DE CARREÑO

DEBERES MORALES DEL HOMBRE

CAPÍTULO PRIMERO

DE LOS DEBERES PARA CON DIOS

Basta dirigir una mirada al firmamento, o a cualquiera de las maravillas de la

creación y contemplar instante los infinitos bienes y comodidades que frece la tierra, para

concebir desde luego la sabiduría y grandeza de Dios, y todo lo que debemos amor, a su

bondad y a su misericordia.

En efecto, ¿quién sino Dios ha creado el mundo y gobierna, quién ha establecido y

conserva es. orden inalterable con que atraviesa los tiempos la masa formidable y

portentosa del Universo, quién vela incesantemente por nuestra felicidad y la de todos los

objetos que nos son queridos en la tierra, y por último quién sino Él puede ofrecernos, y nos

ofrece, la dicha inmensa de la salvación eterna? Sómosle, pues, deudores de todo nuestro

amor, de toda nuestra

gratitud, y de la más profunda adoración y obediencia; y en todas las situaciones de la vida

en medio de los placeres inocentes que su mano generosa derrama en el camino de nuestra

existencia, como en el seno de la desgracia con que en los juicios inescrutables de su

sabiduría infinita prueba a veces nuestra paciencia y nuestra fe, estamos obligados a

rendirle nuestros homenajes, y a dirigirle nuestros ruegos fervorosos, para que nos haga

merecedores de sus beneficios en el mundo, y de la gloria que reserva a nuestras virtudes en

el Cielo.![dios-2.jpg]()

Dios es el ser que reúne la inmensidad de la grandeza y de la perfección; y

nosotros, aunque criaturas suyas y destinados a gozarle por toda una eternidad, somos unos

seres muy humildes e imperfectos; así es que nuestras alabanzas nada pueden añadir a sus

soberanos atributos. Pero El se complace en ellas y las recibe como un homenaje debido a

la majestad de su gloria, y como prendas de adoración y amor que el corazón le ofrece en la

efusión de sus más sublimes sentimientos, y nada puede, por tanto, excusarnos de

dirigírselas. Tampoco nuestros ruegos le pueden hacer más justo, porque todos sus atributos

son infinitos, ni por otra parte le son necesarios para conocer nuestras necesidades y

nuestros deseos, porque El penetra en lo más íntimo de nuestros corazones, pero esos

ruegos son una expresión sincera del reconocimiento en que vivimos de que El es la fuente

de todo bien de todo consuelo y de toda felicidad, y con ellos movemos su misericordia, y

aplacamos la severidad de su divina justicia, irritada por nuestras ofensas, porque El es

Dios de bondad y su bondad tampoco tiene límites. ¡Cuán propio y natural no es que el

hombre se dirija a su Creador, le hable de sus penas con la confianza de un hijo que habla al

padre más tierno y amoroso, le pida el alivio de sus dolores y el perdón de sus

culpas, y con una mirada dulce y llena de unción religiosa, le muestra su amor y su fe como

los títulos de su esperanza!

Así al acto de acostarnos como al de levantarnos, elevaremos nuestra alma a Dios;

y con todo el fervor de un corazón sensible y agradecido, le dirigiremos nuestras alabanzas,

le daremos gracias por todos sus beneficios y le rogaremos nos los siga dispensando. Le

pediremos por nuestros padres, por nuestras familias, por nuestra patria, por nuestros

bienhechores y amigos, así como también por nuestros enemigos, y haremos votos por la

felicidad del género humano, y especialmente por el consuelo de los afligidos y

desgraciados, y por aquellas almas que se encuentren extraviadas de la senda de la

bienaventuranza. Y recogiendo entonces nuestro espíritu, y rogando a Dios nos ilumine con

las luces de la razón y de la gracia, examinaremos nuestra conciencia, y nos propondremos

emplear los medios más eficaces para evitar las faltas que hayamos cometido en el

transcurso del día. Tales son nuestros deberes al entregarnos al sueño, y al despertarnos, en

los cuales, además de la satisfacción de haber cumplido con Dios y de haber consagrado un

momento a la filantropía, encontraremos la inestimable ventaja de ir diariamente

corrigiendo -nuestros defectos, mejorando nuestra condición moral y avanzando en el

camino de la virtud, único que conduce a la verdadera dicha.

Es también un acto debido a Dios, y propio de un corazón agradecido, el

manifestarle siempre nuestro reconocimiento al levantarnos de la mesa. Si nunca debemos

olvidarnos de dar las gracias a la persona de quien recibimos un servicio por pequeño que

sea, ¿con cuánta más razón no deberemos darlas a la Providencia cada vez que nos dispensa

el mayor de los beneficios, cual es el medio de conservar la vida? ![DQmUfovY2GC2duvArpGAGNqEmJHt6JcYmPEpUeDyJkMau4r.gif]()


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