Una tarde fría caminando por aquella calles, donde solo se podía contemplar la humedad que recorría el suelo, vi sus ojos, con tan solo unos segundos supe que eran aquellos ojos que se hacían únicos entre tantas miradas congeladas.

Sentado en el banco a lo lejos vi como poco a poco mi mirada se fue reflejando en la suya, desde ese momento supe que una historia había nacido, la llama del amor había surgido.

Me acerque a el con ligeros pasos, me senté a su lado y el me siguió observando contemplando aquel momento, sentí el rose de su gabardina, su aroma embriagador hicieron despertar en mi deseos que para mi misma que obligaron a cerras mis ojos y a respirar profundo controlando mis pensamientos.

Platicamos hasta que nuestros cuerpos desdieron retirarse y desde ese entonces decidimos buscarnos entre las calles, los parques, tiendas y bares, había encontrado a alguien que me hiciera sentir bien, que me hiciera creer en mi, alguien que me hiciera sentir amor.

Nuestros días fueron pasando, nuestro tiempo fue corriendo, cada día supe que el era un regalo que la vida me había dado.

Un día, sentí que habían palabras que aún no se habían dicho, cosas que no sabía de él, fue ahí que se abrió y gritando para mi que me quería como yo a el lo quería, lagrimas en sus ojos caían a la vez que susurraba que nuestra historia no podía continuar, su confesión acerca de su signo positivo hicieron creer en el miedo de alejarme y dejarlo allí.

Tome su rostro entre mis manos y le susurre que no habría nada en este mundo que me hiciera cambiar de parecer, lo quería, lo amaba, deseaba y no habría nada en este mundo que interviniera en mi forma de quererlo a el.

De sus ojos corrían lagrimas, con pasado, con presente, con o sin enfermedad o quiero seguir comiéndote a besos, en las esquinas de mi vida eres tu, no tu sangre quien me invade de felicidad, eres tu quien me enamora.