Capítulo 22 | La metamorfosis de Kay

in #spanish7 years ago

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Stella llamó desde el otro lado del mundo para contarme los destrozos que la prensa hizo de la familia real a nivel mundial. Ella subía a una remota parte de una de los edificios y buscaba la señal telefónica o de internet inalámbrico, pero casi nunca funcionaba. Al parecer era indebido estar conectado en medio de una guerra.

―Kay, la prensa te destrozó después de esa entrevista ―articuló Stella.
―¿Crees que no lo sé? He visto cada noticia en la web durante días —solté un bufido seguido de un quejido—. No acaban sus estúpidas especulaciones.
Escuchaba la briza azotar el auricular, un ruido de un helicóptero y algunas voces hablando un idioma desconocido. No tenía idea de cómo Stella logró entender ese idioma en tan poco tiempo, aunque llevaba años en ese lugar, pero al principio debió ser difícil para ella. No cualquier se marcha de su país por amor al arte o un desbocado sentimiento de retratar a las personas en el peor momento de sus vidas.
―¿Qué opina tu perfecto esposo de todo eso?
―No le gustó.
—¡Era de suponerse! —vociferó ella al escuchar un duro golpe contra algo de concreto o una dura pared—. Imagino como estará tu madre.
―Ha cambiado mucho, Stella. No es la sombra de la persona que era antes o la mujer que conociste durante años. Se podría decir que lavaron su cerebro.
―Espero que para siempre.
Reímos a carcajadas, mientras ingería unas fresas que Nora llevó al jardín. Lo agrio de la fruta no quitaba el sabor de las malas noticias que me comentó al principio. No estaban ganando la guerra o ayudando a las personas. Stella estaba en un lugar donde la misericordia no existía, la paz fue usada para limpiarle el trasero a un bebé y la mediación voló en pedazos con la detonación de un carro bomba.
Me preocupaba en demasía la situación en la que Stella estaba involucrada, pero ella ratificó un millón de veces que estaba bien. Sabía a perfección los “estoy bien” de las personas, siendo utilizados por mí más de una vez. Quería creer que eso terminaría en algún momento, pero todo sabíamos que nada termina hasta que uno de los dos muere o se rinde, y eso no pasaría con tanta facilidad o en el menor tiempo posible.
―¿Cómo esta todo? —le pregunté para evitar pensar cosas malas.
―Si pensabas que aún sigo con todos mis órganos y sin heridas de bala, estás en lo correcto —respondió en tono jocoso, como si su salud fuera un chiste—. No tienes idea de cuánto tráfico de órgano existe en este país. La semana pasada dejaron una estela de riñones al aire libre, cuando un coche explotó en una plaza pública.
Stella era genial, en todos los sentidos, pero cuando comenzaba con sus ejemplos sanguinarios, se convertía en la persona menos genial que conocía. No podía ni pensar en lo mucho que me asqueaba una situación que ella veía hilarante o normal. La verdad no sabía si se trataba de un nuevo humor negro o solo era un camuflaje, pero me extraía asquerosas náuseas pensar en la cantidad de cadáveres que veía todos los días.
Inspiré profundo antes de continuar, retrasando lo inevitable.
―Dime la verdad, Stella.
―Estoy bien —replicó un poco irritada—. ¿Qué me dices tú?
—Perfecta ―emití al sentir un extraño picor en mi garganta. Ambas sabíamos que mentíamos, pero en ocasiones la mentira es mejor asimilada que una cruel verdad que solo nos destrozaría las esperanzas de volvernos a ver―. ¿Cómo esta Miller?
―Esta por aquí. —Por segundos la comunicación se cortaba, como si estuviesen intervenidos o hubiese una falla técnica. Se escuchaba solo una parte o nada—. Retrata la belleza de Afganistán antes que lleguen los terroristas.
Un agudo dolor retumbó en mi cabeza. No me gustaba que Stella o Miller corrieran un riesgo innecesario al estar tan cerca del peligro. No tenían nada que hacer allí, sin más gratificación que una paga cada quince días, mientras exploraban un lugar más árido que el desierto de Sahara. Stella se empeñaba en ser alguien diferente, a costa de su propio bienestar. Si hubiese sido por mí, jamás le hubiese permitido ir a ese país.
Me levanté de la silla y caminé hasta los rosales de Rose. Una extensa gama de flores exóticas adornaban su jardín frontal, mientras los rayos de un imponente sol le infundían algo de vitamina a sus plantas. Todos necesitamos del sol, así sea para secar la ropa que lavamos o calentar el té sobre la mesa de metal.
―¿Corren peligro? —pregunté al tocar uno de los pétalos.
―No más del que tú corres en ese nido de serpientes.
―Tienes razón.
Stella sabía cómo replicar cuando algo no le gustaba. Por un momento pensé en pedirle consejos y levantar mi voz para decir lo que en verdad me gustaba, pero luego recordé que aunque recibiera un magister en cómo ser agresiva, jamás sería tan feroz como las personas querían que fuera. Dominic siempre me dijo que era tiempo de elevar mi voz como lo que era: la princesa de Inglaterra, pero nunca pude hacerlo.
Por otra parte estaba mi debilidad: Drake. Él me inspiraba a ser una mejor persona; bondadosa, amorosa e incluso un poco cariñosa. No sabía a quién creerle o los pasos de quién seguir, pero cuando todo fue revelado ante mí, agradecí no seguir los pasos de ninguno de los dos. Cuando la venda se cayó de mis ojos, necesité ser una guerrera para afrontar las consecuencias de una maldición ajena, sin darle lugar a la bondad.
Drake me enseñó cómo ser bondadosa y carismática, pero lo que me hizo pasar, nunca se lo perdonaría. Su verdad me destruyó la vida, me arrancó más de una lágrima y me hizo derramar sangre para cumplir la maldición. Amé en demasía a un hombre que amaba más la oscuridad que a la mujer que engañó de la forma más vil existente.
—¿Cómo va tu matrimonio, Kay? —preguntó Stella después de un silencio.
—Nada mal. Dominic esta de viaje, así que estoy sola en casa de Rose.
—¡Ja! —gruñó ella—. Por esa razón no te va mal. ¡No vives con él!
Hablamos un poco más y reímos como hacía tiempo no lo hacíamos, hasta que una bocina en la entrada de la casa me alertó. Giré en dirección a la entrada y atisbé uno de los autos de William junto a las escaleras, con la insignia de los Bush en una de las puertas laterales. Caminé detrás de los rosales y me escondí en una de las esquinas de la casa, mientras observaba a Dominic y William descender del auto emblema.
Mi corazón se detuvo al ver a Dominic después de dos semanas, pero no sentía nada similar al pálpito por Drake. Eso me hizo sentir aún más traicionera que tiempo atrás, pero también me ayudó a conocer mis verdaderos sentimientos. No vi a Dominic durante dos semanas, pero ese tiempo bastó para enamorarme de alguien distinto.
Permanecí escondida mientras los periodistas se aglomeraban como hormigas a un cubo de azúcar y le gritaban a mi esposo que necesitaban hablar con él, tomarle una fotografía o escuchar sus declaraciones. Los periodistas se acuchillaban entre ellos por una entrevista en vivo y directo con el esposo de la princesa. Querían saber de sus propios labios que se sentía ser traicionado por su propio hermano, el cual se escabulló y cargó a su prometida mientras los idiotas los fotografiaban.
―Stella, debo irme. La prensa se esta comiendo vivo a Dominic en la entrada.
Stella rio al pensar que bromeaba, pero cuando le aseguré que lo decía en serio, carraspeó su garganta y mostró indicios de preocupación, aun cuando nunca le importó mi esposo o lo que sucediera con él. Quizá encontrar al amor de su vida le había ablandado el corazón o la volvió menos inmune a las frívolas situaciones.
―Suerte, Kay. ¡Cuídate mucho!
—Tú también.
Colgué y permanecí escondida entre los rosales. Por suerte usaba una manta para cubrirme de la brisa helada, así que la utilicé para evitar pinchazos con las rosas. Dominic saludó a todos los periodistas, más no dio ninguna entrevista. Fue una excelente idea aumentar la seguridad en los alrededores y al salir de la casa. Y aunque siempre salía con Peter y un auto señuelo que cambiábamos para despistar, nunca estaba de más albergar algo de malicia con las personas que buscaban hacernos daño.
Observé todo su recorrido hasta las escaleras, pero al acercarse a las puertas dobles de la entrada, giró en mi dirección, frunció el ceño y dibujó una sonrisa en su rostro. No le importó que estuviesen viendo en nuestra dirección, cuando el muy descarado llevó una mano a sus labios y me lanzó un beso fugaz. De inmediato las personas giraron en mi dirección, me obligaron a correr a la puerta trasera y esconderme como una prófuga.
Cuando entré a la casa, observé mejor a Dominic y a William; ambos caminaban lo suficientemente cerca uno del otro como para escucharse las respiraciones.
Mis débiles piernas hicieron el recorrido hasta el salón, mientras Dominic caminaba en mi dirección y me elevaba en sus brazos. Dejó el maletín a un lado y estampó un fuerte beso en mis labios, seguido de un caluroso abrazo que calentó hasta la última célula de mi cuerpo. Fue uno de esos abrazos que rompen costillas, te sacan hasta la última porción de aire y te dejan adolorida. Dominic regresó con mayor fuerza, como si hubiese estado en un gimnasio veinticuatro por siete o se hubiese inyectado una inmensa dosis de esteroides. Su abrazo me dolió demasiado, pero también me gustó.
Primero saludé a Dominic y después a William, el cual depósito un fuerte beso en mis mejillas, me apretó en otro abrazo y examinó mi cuerpo. Dejó su portafolio sobre el piso, colocó sus manos en mis antebrazos y amplió sus ojos. Rose estaba junto a él, igual de preocupada que el resto de los miembros de esa familia.
―¿Estás enferma, Kay? ―preguntó William―. Te noto muy pálida.
―Estoy resfriada.
—¿Por qué no has ido al médico?
—Rose se cansó de insistir que visitara un médico, pero al negarme reiteradas ocasiones, finalmente desistió —comenté con la mirada en las tres personas frente a mí—. No se preocupe, William. Me encuentro mejor que algunos días atrás.
Dominic sabía qué ocurría, y en sus ojos veía proyectado el dolor que sentía al ser impotente ante mi destino. No soportaba ver en lo que me estaba transformando; la nueva Kay que no podía sujetar un vaso de agua sin que sus manos temblaran. Y aunque me sentía mucho mejor que una semana atrás, todavía sentía malestares que circulaban por mi cuerpo como un cable de corriente sujetado por un niño de pies mojados.
―Me alegra que haya regresado a casa —concluí con una sonrisa.
—Momento ideal para un rico pie de manzana —animó Rose.
Rose nos condujo al comedor, mientras le indicaba a una de las empleadas que buscara los platos, los colocara sobre la mesa y nos sirviera el postre. Nos sentamos en las alargadas sillas, uno junto al otro, observándonos como si lleváramos años sin vernos frente a frente. Rose estaba que estallaba de la emoción por William, mientras yo me encontraba en una difícil situación de la que no saldría bien librada.
Una vez que todo fue servido, junto con una copa de vino blanco, Rose le comentó a William los pormenores de lo sucedido las últimas dos semanas. Todo marchaba bien, entre risas y anécdotas del viaje de los hombres, cuando a Rose se le ocurrió la flamante de idea de contar algo que Dominic no sabía y planeaba mantener en secreto.
―Drake no pudo verlos —emitió al ingerir un poco de vino—. Se marchó triste.
Dominic giró de inmediato hacia mí, proyectando esa dureza en su mirada. De todas formas se enteraría, pero no esperaba que lo hiciera por Rose, en el momento menos adecuado, a menos de una hora de haberlos recibido en casa. La incomodidad me acompañó en las siguientes bocanadas de aire y un ligero sorbo de vino, antes que la conversación siguiera fluyendo como un litro de agua en un escabroso río.
―¿Cuánto tiempo estuvo aquí? ―preguntó Dominic.
―Dos semanas —respondió Rose con una sonrisa en sus labios.
—Qué tristeza no haberlo visto —articuló William con un bocado en su boca.
Comí mi trozo de pie con calma y en silencio total, mientras William y Rose ignoraban la incomodidad que existía entre nosotros.
Nos contaron un poco más sobre el viaje y sacaron los obsequios que habían comprado en una tienda de antigüedades en Grecia. William le había comprado a Rose una hermosa esmeralda para su colección de joyería, mientras Dominic mantuvo su regalo como una sorpresa que me entregaría una vez estuviésemos solos. Al anochecer, después de una inmensa cena familiar, nos retiramos a las habitaciones. Fui directo a la cama sin enfocar mi mirada en nada más que no fueran las sábanas acolchadas.
Dominic se desplomó a mi lado, besó mi frente y sonrió. Extrañaba la familiaridad de dormir junto a alguien, despertar acompañada o no sentirme tan sola durante las noches frías. Extrañaba la familiaridad que solo sentía con Dominic: un buen amigo que se convirtió en algo más cuando la verdad se descubrió. Era increíble la piscina de mentiras en la que nadaba para llegar a la verdad, pero valió la pena el cansancio.
―Tengo algo para ti ―comentó al levantarse de la cama y buscar el obsequio en su maletín. Se acercó de nuevo, con las manos en la espalda. Sonrió con esa sonrisa de superioridad antes de entregarme un hermoso atrapa sueños.
―Es precioso —emití al sentir las piedras en mis dedos—. ¡Me encanta!
―Espero que ayude a canalizar lo que quieras saber. Recorría Grecia pensando en ti y al girar en una venta clandestina de artículos antiguos, lo encontré. Supe que era perfecto para ti, para ayudarte a descubrir la verdad. ―Lo quitó de mis manos y colgó en la parte derecha de la cama, donde dormía cada jodida noche―. Cuidará tus sueños y no permitirá que te suceda nada malo, o eso me prometió la vendedora.
Se desplomó de nuevo junto a mí, con mi rostro en su cuello. Inhalé el aroma de su perfume mientras mis ojos se cerraban por el cansancio del día. No hacía nada en todo el día y me sentía como si hubiese barrido la ciudad entera con media escoba y una pala de bebé. Me dolían todos los huesos; hasta las pestañas me ardían. Era un malestar que no le deseaba ni a la persona menos querida de todo el planeta.
Aún con Dominic a mi lado, extrañaba a Drake. Con él sentía algo muy diferente; era un fuego incendiario que me quemaba por dentro, me consumía hasta volverme ceniza y me lanzaba al mar. Cerré los ojos y pedí por él donde sea que se encontrara. Pedí que estuviera a salvo y pensara aunque sea unos segundos en mí. Me sentía ansiosa por saber si me extrañaba tanto como yo a él, sí que tomé una terrible decisión.
Dominic relajó los músculos de sus brazos y alentó las palpitaciones de su corazón.
―Kay, no quiero molestarte ni discutir ―comentó al respirar con suavidad y comenzar lo que fue nuestra segunda pelea―. ¿Por qué no me contaste sobre Drake?
Me retiré de su lado y me senté sobre mis piernas. Sabía que lo sacaría en algún momento, así que era mejor que aclarábamos todo de una vez. No quería iniciar una pelea que terminaría con su retirada de la habitación tal como lo hizo en Canadá, pero no podía callar lo sucedido durante su ausencia. Muchas cosas cambiaron, lo quisiera o no admitir, así que Dominic debía estar listo para mi decisión final.
―Tarde o temprano lo sabrías, así que no le vi importancia arruinar tu viaje al contarte de la visita de tu hermano. —Respiré profundo y apreté mis manos—. Además no pasó nada entre nosotros. Estuve muy ocupada con la prensa y la maldición.
―No le llames así.
―¿Entonces cómo? —Elevé unos grados la voz.
Observé como fruncía el ceño ante mi cortante respuesta. No iba a ser una persona que no era por alguien que no me importaba. Quería a Dominic tanto o menos de lo que sus padres me agradaban, así que no debía ser una niña buena con él. Todos en esa vida tuvimos lo que merecimos, comenzando por nosotros. Yo obtuve un amor imposible que nunca olvidé y él ganó un trono que hubiese tenido si abandonaba la monarquía.
Ellos ganaban mucho más que yo al seguir con esa maldita farsa.
Intentó acariciarme para calmar mi iracundia, pero detuve su mano antes de posarse en mí una vez más. En ese preciso instante atisbé una mueca diferente en el rostro de Dominic. Él lucía enojado, con un brillo singular en su mirada y una fuerza extraordinaria en sus manos al quitar la mía de su brazo. Me confundió por unos segundos, antes de cerrar sus ojos y elevar las manos en señal de paz.
—¿Podrías perdonarme? —inquirió al unir sus manos en una plegaria.
―No, Dominic ―concluí antes de sacar la sábana de la cama y arropar mi cuerpo con ella―. No quiero discutir más. Por favor, déjame descansar.
Dominic asintió y caminó hasta el baño. Escuché la llave de la ducha abrirse durante largo rato. Mantuve mis ojos abiertos hasta que él salió. Cerré de inmediato mis ojos cuando él entró a la habitación, caminó hasta la cama y se acostó a mi lado. Inhalé el aroma de su jabón y el enjuague bucal, seguido de su calor corporal. Él no hizo ningún movimiento que pudiera despertarme, pero sí se acercó a mí y besó mi cabeza.
―Te extrañé, princesa ―susurró sobre mi cabello.


25 de octubre, 1885

Lo arrugado de mi piel se intensifica con los años. No poseo la misma energía en mis músculos ni elasticidad de la piel, menos aún puedo sentarme por largas horas a escribir sobre alguien que solo quedó grabado en mi cabeza. Mi hija y nieta suelen visitarme muy a menudo, pero las extraño cuando se marcha de mi lado. Mi mente no ha olvidado nada. Recuerdo cada sórdido detalle de mi juventud y adultez, desde la quema viva de mi esposo hasta el día que mi nieta cumplió quince años.
Ahora, a los ochenta y siete años, no me arrepiento de ninguna de las coas que hice para asegurar el bienestar de mi familia. Terminé mi vida de una manera poco común y con una asombrosa historia ―poco creíble por mi nieta o cualquier persona que se aventura a escuchar a una vieja hablar―, pero muy importante para mí.
Nunca más volví a tener el placer de ver a Luciano frente a frente, pero sus palabras me dejaron marcada para toda la vida. No puedo decir que al cerrar los ojos veo su rostro, porque no es verdad, jamás pude verlo. Pero algo en mí se ha encendido esta noche. Tengo una especie de epifanía y siento que algo malo sucederá llegado el momento de conocer cada uno de los oscuros secretos de la noche.
Mi ser lo sabe y mi desgastado cuerpo lo siente, pero no puedo decir nada o quedaría como la loca de la familia. Durante años lo fui, por lo que estoy cansada de ser la persona a la que te tienen lástima. Un día sabrán la verdad. Estoy segura.


―Lo lamento, Dominic ―comenté la mañana siguiente, durante el desayuno. Lo pensé mientras estaba despierta y concluí que fui injusta con él.
Dominic troceaba un panque con jarabe al escuchar mis palabras, por lo que dejó el cubierto a un lado del plato, unió sus manos sobre la comida y fijó su atención solo en mí. Éramos los únicos en el comedor, así que fue sencillo disculparme con una persona que nunca quiso el mal para mí o alguna de las personas que me rodeaban. Dominic no merecía ninguno de mis desplantes, aun cuando los aceptó como todo un caballero.
―¿Por qué? ―preguntó él con el ceño fruncido.
—Por todo. No quería descargarme contigo anoche. Fue un error que lamento.
―Kay, tu significas todo para mí —comentó con ese amor desbordándose por su mirada de angelito del cielo—. No te haría daño ni me molestaría contigo por algo tan simple como eso. Ni siquiera llegó a una discusión, así que no te disculpes.
―Gracias por ser tan compasivo, Dominic. Entiendes cosas que nadie más haría.
―Lo hago porque te quiero, así que ahora mismo prometo no volver a dejarte sola.
Era tan lindo cuando se proponía serlo, que te derretía como mantequilla en pan caliente. Pero la mantequilla que Dominic intentaba derretir no se fundía en un pan tan frío como las noches en la Antártida. De igual forma agradecía los gestos tan bonitos que tenía conmigo, como regalarme un atrapa sueños que impidió tener una pesadilla más esa primera noche. Quizá eran psicologías baratas, pero su regalo funcionó.
―No quiero que prometas nada, Dominic. Nunca me interpondré en tu familia y jamás te colocaría en esa posición de elegirme sobre ella.
―Te elegí cuando me casé contigo. Eres mi todo, Kay Greenwood.
Dominic besó mi mano, sonreímos y nos enfocamos de nuevo en terminar el desayuno. La comida lucía divina: panques bañados en jarabe de chocolate, fruta troceada y crema batida. Era el desayuno perfecto de cualquier niño, aun cuando lo consumíamos personas que sobrepasaban la edad de la niñez. Me encantaba consumir esa clase de comida en el desayuno; mientras más grasosa mejor.
Mi esposo me preguntó cómo estaba y no pude mentirle. Podía engañar a cualquier otra persona de la casa, pero Dominic siempre me conoció mejor que el resto.
―Me siento muy cansada. Estoy en una especie de extenuación perenne aunque no hago nada. Mi cuerpo se marchita poco a poco, y no sé cuánto más aguantaré.
Su semblante cambió, e incluso alejó la comida. Era la sempiterna preocupación de todas las personas en la casa, desde la empleada hasta la dueña de la misma. Todos querían hacer algo por mí, lo cual era lindo, si en verdad tuviese una enfermedad terrenal y no algo espiritual. No existía medicina para mi inestabilidad, así que no valía la pena asistir a un centro de salud para que me dijeran que estaba bien.
―Te llevaré de nuevo con mi tía. Ella sabrá qué hacer.
―Giselle estuvo aquí ayer —emití con las manos en mi regazo—. Me aclaró muchas cosas y me leyó unas atemorizantes cartas el tarot. Esta al tanto de mi estado.
―¿Por qué no me contaste cuando te llamé? Hubiera regresado de inmediato.
―No le vi relevancia. —Ingerí un poco de jugo de naranja—. Lo que vaya a ocurrir será inevitable, Dominic. Es hora de rendirse a la realidad. Tu esposa no será una mujer que se rinda con tanta facilidad, pero tampoco me opondré a mi destino.
―Y yo no permitiré que nada malo te ocurra ―respondió con firmeza―. Jamás me rendiré, no sin antes asegurar tu vida.
Me acerqué y apreté su barbilla. Los vellos que comenzaban a crecer picaban en mis manos, pero me agradaba la sensación. El Dominic que conocía tiempo atrás no se hubiese dejado crecer la barba o aceptado usar un poncho en navidad, pero lo domé a mi antojo y plenitud, sin permitirle ser lo que en realidad era. Dominic cambió por mí, aun cuando yo no hice ningún cambio importante por él.
―¿A qué precio piensas mantenerme a salvo?
―¡El que sea! —gruñó—. No me importa lo que pase. Estaré contigo hasta el final.
—Espero que no te arrepientas.
—No me he arrepentido en todos estos años.
Sus últimas palabras me causaron ruido en el cerebro, pero cuando sus respiraciones socavaban el aire a nuestro alrededor, olvidé lo que tanto me preocupaba. Me enfoqué en los hermosos ojos de Dominic, el golpeteo en mi corazón por las decisiones tan peligrosas que debía tomar y las repercusiones de las mismas.
Dominic tenía muchas esperanzas en lo que elegiría; esperanzas que imploraba tener en mi corazón y no conseguía aunque rogara. Me era imposible apagar esa llama que sentía con Drake, la sensación de ahogo mientras no estaba o la preocupación por él. Sentía que algo malo estaba a punto de ocurrirle; era como un presentimiento del mal.
Estar con Dominic era un eterno recordatorio del daño que haría si revelaba mis bajos instintos, siendo imperativo enterrar ese sentimiento en la parte más profunda de mi corazón. Deseaba lo que Keyla tuvo y nunca valoró. Y aunque no sabía qué le ocurrió, ni el precio que pagó por su nefasto deseo o la maldición que dejó sobre mí, sabía que nada bueno podría salir de pactar con un maldito demonio.
La página del diario que leí ese día en la mañana, se remontaba a sesenta años después de la última parte interesante del mismo. Keyla era una anciana, con semblante cansado y menor energía que la muchacha de veinte años. Tenía una hija y nieta, las mismas que mi madre me reveló la tarde que la visité. Eran muchas interrogantes las que aún quedaban en toda esa historia, así que debía darme prisa.
Lo único que sí sabía era que no permitiría que Luciano ganara la batalla que por generaciones sobrepasó y me alcanzó a mí. Nunca en la vida permitiría que alguien sufriera por mi culpa, pagara por mis pecados o muriera en beneficio de alguien que no merecía la vida de un inocente. Era una princesa, no la dueña del universo.
Antes de poner una vida en peligro, prefería quitarme la mía.

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¡Hola! Espero estés bien... Tenia tiempo sin leerte 😟 Disculpa. De igual modo seguiré apoyándote, aunque me haya saltado algunos capítulos 😘

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