Vivir es un desafío constante
La vida incluye lo bueno y lo no tan bueno que nos pasa, altibajos y desafíos. La forma en que enfrentamos los desafíos de la vida puede definirnos y abrirnos a nuevas oportunidades o hundirnos, si no lo manejamos adecuadamente. De esto trata el tema propuesto por @ecotrain esta semana; compartir una historia sobre un desafío de la vida. Esto causa una implosión de recuerdos para llevarnos a hacernos conscientes de cómo venimos asumiendo los retos que nos ha planteado la vida y cómo hemos reaccionado, cambiado o crecido con cada reto.
En mi caso, haciendo una retrospección indagatoria he podido concientizar que cuando algo de la vida me ofrece resistencia o no se da como yo me propongo que se dé, me estreso tanto, tanto que me enfermo. La molestia mental o emocional, enferma mi cuerpo por un tiempo,hasta que reacciono, me re enfoco y salto hacia un cambio de circunstancia, poniendo toda mi energía ya bien clara en cambiar el statu quo, a mi favor.
Recuerdo que cuando inicié mi labor como educadora, luego de culminar mi carrera universitaria, me tocó trabajar en un pueblo a una hora de viaje de mi ciudad de residencia. Debía despertarme muy temprano, antes de las 5 a.m para tomar el transporte, de forma tal, que llegara antes de las 7:30 a.m, previendo cualquier percance en la vía. La jornada de trabajo era de 7:30 a 12:30, pero yo llegaba a casa de vuelta entre 2:00 y 2:20 p.m, pues el transporte era lento de tomar, no siempre había carros disponibles y tocaba esperar que se llenara para salir.
Durante cuatro años cumplí mi ruralidad y ya no veía el momento de conseguir trabajo en mi ciudad, así que comencé las gestiones para lograr el cambio. Cuando comencé a trabajar en la Escuela, éramos tres docentes nuevas de la misma ciudad. Así,que muchas veces nos fuimos juntas y regresábamos juntas. La primera en gestionar el cambio fui yo, pero resulté ser la última en lograrlo. Me quedé sola por un año más que ellas y eso me sumió en una depresión, al inicio y luego, en un estrés constante que se transformó en hipertensión y gastritis. Pero, mi intención de ser transferida a mi ciudad no claudicó, al contrario, iba todas las semanas a la Zona Educativa a recordar al funcionario a quien le competía mi caso que ya era tiempo de cambiarme. Lo bueno es que esas diligencias dieron fruto porque al iniciarse el nuevo Año Escolar, fui cambiada y ¡OH, SORPRESA! mi cuerpo soltó el estrés y mi salud fue restaurada.
En mi ciudad, me tocó trabajar en una Institución Educativa que abarcaba tres niveles: Pre escolar, Primaria y Secundaria, siendo asignada a Primaria, a pesar de ser especialista en Castellano y Literatura, un Área de Secundaria. Para mí, no fue problema adaptarme, sobre todo porque estaba agradecida por el cambio, ya no tendría que viajar todos los días. Con lo que no contaba es con que los niños eran provenientes de un barrio de bajo estrato social, lo cual incidía en su comportamiento violento, hasta el punto de tener que intervenir a diario para separar peleas demasiado agresivas, robos de sus escasas pertenencias y actitudes irrespetuosas. Yo venía de trabajar en un pueblo donde los niños y adolescentes eran respetuosos, amables y considerados, así que el choque fue brutal y mi salud también lo sintió. Me dio una crisis que requirió atención médica neurológica y, posteriormente, psiquiátrica. Pero, no me dejé vencer por las circunstancias: volver al trabajo era un reto, a mí me encantan los retos y lo asumí con éxito. Logré no sólo cambiar el estado de las cosas en el aula, sino mejorar el rendimiento académico y conductual de los niños. Tanto, que me nombraron "Maestra del año", ese periodo escolar.
El año escolar siguiente, me ofrecieron la oportunidad de pasar a trabajar en el nivel de Secundaria y no lo dudé, para mí era una especie de premio y no lo iba a rechazar: por salud y por gusto, pues amaba la Literatura y a eso me dedicaría. Pasé varios años trabajando muy a gusto hasta que cambiaron los directivos y tuve ciertos choques con la Directora, quien veía en mí competencia en el cariño de la gente y en su propio desempeño. Así que me sacó de aula para ocupar una Coordinación, lo cual era bueno, pero no tanto, porque cada vez que terminaba un Año Escolar, me cambiaba de Coordinación sin permitir que arraigara. Primero fui Jefa de Seccional y lo hacía bien, me llevaba bien con los profesores y con los estudiantes y hasta me nombraron Madrina de Graduación. Pero, parece que a ella no le gustó mucho porque al siguiente año me pasó para la Coordinación de Bienestar Estudiantil. Allí descubrí que eso me encantaba y trabajaba duro y con mucho entusiasmo.
No obstante, al iniciar el siguiente Año Escolar, la Directora pretendió cambiarme para la Biblioteca, cosa que no acepté y me fui a la Zona Educativa con mi Resumen Curricular bajo el brazo, acababa de culminar una Maestría en Gerencia Educacional, así que con mucha determinación me apersoné en el Distrito Escolar y fui seleccionada para ser Supervisora, un cargo más alto que el de la Directora que pretendió apagar mi luz y entusiasmo por mi trabajo, pero la encendió aún más y mató el miedo a innovar.
Como Supervisor, lo hice muy bien. Me encantó ayudar a los gerentes a mi cargo a promover sus instituciones. Tenía la potestad de hacer mi agenda. Hubo días difíciles y días suaves y, en general, mucha responsabilidad, pero estaba preparada y muy comprometida. Con los años, el trabajo se politizó y tuvo que responder a las políticas educativas de un gobierno que ama las improvisaciones y las imposiciones. Muchas cosas cambiaron y los Supervisores se convirtieron en funcionarios "de confianza" para obligar al personal a asumir cambios en los que la mayoría no creía, en fomentar la ideologización de los estudiantes y el colectivo de trabajadores de las instituciones educativas. Una de las actividades de un Supervisor era obligar a los Directores a asistir a desfiles político-partidistas, trabajar los sábados y días festivos en cualquier invención del Ministro en funciones,
Todo esto agudizó mi antigua tendencia a relacionar el malestar mental y emocional con la autorización al cerebro para enfermar mi cuerpo y la crisis de estrés regresó, acompañada de episodios de imsomnio y laberintitis. Luego reanudé el control psiquiátrico, la medicación y la fuerte determinación de renunciar al cargo de Supervisor por no encontrar en él un incentivo para seguir trabajando con amor y entusiasmo. Ante este panorama, emití una carta de renuncia irrevocable y tomé mis vacaciones pospuestas, que duraron casi un año.
El reposo me prestó y mi salud fue restablecida. Solicité reingreso como Coordinadora de Bienestar Estudiantil en una de las instituciones que atendí en mis tiempos de Supervisora y allí reencontré mi vocación, servir al centro del proceso educativo: el estudiante.
El tiempo me ha demostrado que la vida es buena, que los desafíos son trampolines para dar saltos de fe y lanzarnos en pos de nuevas experiencias. La vida es guerra y paz, paz y guerra; entrelazadas para sacar lo mejor de nosotros como guerreros de la vida, para retarnos a nosotros mismos y conseguir cristalizar nuestros sueños.
15/08/2019
Las imágenes son de Pixabay CC0 Creative Commons
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Admiro tu perseverancia y optimismo ante los retos que has enfrentado.
No es fácil, mucho menos en el ámbito educativo.
Supongo que ya estás en situación de retiro. Otra etapa de adaptación que pone la salud física y mental a prueba.
Tú sabes cómo es eso: mucho trabajo, responsabilidad y compromiso, pero baja estimulación. Sí, estoy en proceso de jubilación.