SV- Escritura || La tienda de relojes antiguos

En un pequeño pueblo olvidado, distante de las grandes ciudades, pero con gran calor humano entre sus habitantes, había una tienda de relojes antiguos. Su dueño, era un anciano de baja estatura, barba canosa, manos arrugadas, ojos grandes y una gran sabiduria, al que todos conocían como Don Cristobal, quien se pasaba los días cuidando de una númerosa colección de relojes de muchas épocas, diferentes tamaños y mecanismos de engranajes. Según las creencias de este anciano, cada reloj era especial y único, con una historia propia, y un secreto que albergar.

Ya hacian varios años, que la tienda había dejado atrás esa etapa dorada, en que la que fue muy visitada y concurrida por clientes, pues la tecnología con sus continuos avances y aparatos electrónicos, se habia apoderado del mercado, formando parte esencial en la vida cotidiana de las personas, y los relojes de mecanismos antiguos y analogicos, habían sido reemplazados por los relojes digitales, quedando su interés relegado solo para los coleccionistas. Sin embargo, esto no era motivo alguno para que Don Cristobal, dejara de ser dedicado y perdiera ese gran ímpetu de trabajo, que siempre mantuvo consigo desde su mejor época.

Los habitantes de aquel pueblo y más que todo los jóvenes, siempre solían compartir historias sobre el viejo Don Cristóbal y sus relojes pasados de moda. Eran tantas las cosas que solian decir e inventar, que algunos de manera sarcástica se atrevían a asegurar que el anciano podía leer el futuro y viajar en el tiempo a través de esos relojes, mientras que otros decían que estos estaban encantados y que algunos concedian deseos, pero lo único cierto de todo ello, era que ninguna de las cosas que solian decir eran reales y que todos desconocian las verdaderas motivaciones de aquel anciano.

Un día cualquiera, una joven con espíritu aventurero llamada Clara, decidió visitar aquella tienda, atraida principalmente por las numerosas historias que había escuchado, pero también por la curiosidad que siempre había formado parte de su personalidad. Al entrar en aquel lugar, se vió rodeada de relojes antiguos de todo tipo: de péndulo, de bolsillo, de pared, algunos con tamaños muy grandes y otros muy pequeños, pero todos tenian algo en común, ya no tenian cabida en este mundo actual, porque pertenecian a una época muy distante, una que ya era parte de la historia. Don Cristobal, la recibió con una cálida sonrisa, la misma que siempre habia mostrado a sus clientes y visitantes durante muchos años.

—Bienvenida, joven —dijo Don Cristobal, mientras limpiaba cuidadosamente con un trozo de fina tela, el polvillo que se posaba sobre un reloj de péndulo con estante de madera pintada en color negro y adornos de enchapado metálico en color amarillo —. ¿Has venido a la tienda por un reloj de verdad o solo quieres saciar tu curiosidad? —preguntó.

Clara, era una chica a la que nunca le había gustado ser igual a los otros, sus gustos e intereses, forma de pensar y pasatiempos, siempre diferian de los demás, por lo que su círculo de amigos podia contarse con los dedos de una mano, razones estás que daban la impresión de ser una persona de espíritu mayor, atrapado en el cuerpo de una jovencita. Ella había llegado en búsqueda de un regalo para su mejor amiga, deseaba encontrar algo distinto, poco común y especial. Apenas ingresó a la tienda, se sintió maravillada por el lugar.

—Estoy buscando algo especial para alguien a quien quiero mucho, pero creó que es mi curiosidad la que me trajo aquí. —respondió Clara con naturalidad.

—En está tienda hay muchos relojes especiales a los ojos de quienes saben apreciarlos. —contestó Don Cristóbal sonriente.

—Es la primera vez que veo tantos relojes antiguos juntos. —dijó Clara, mientras seguía asombrada y escaneaba con su vista los númerosos relojes de diferentes tamaños, colores y formas, que el anciano exhibía en la tienda.

Don Cristóbal, rió suavemente, sintiéndose alagado y emocionado, mientras contemplaba el asombro en los gestos y expresiones faciales de Clara.

—Son muchos años adquiriendolos, reparandolos y cuidandolos. El trabajo de toda mi vida. —replicó orgullosamente Don Cristóbal, dejando entrever la fascinación que sentía por ese oficio.

—¿Por qué sigue con ellos, si ya no tienen compradores? —preguntó Clara, tratando de escudriñar sobre las motivaciones de aquel anciano.

—Para muchos puede que solo sean relojes viejos y obsoletos, pero para ojos más exigentes, son muy valiosos jovencita. —contestó Don Cristóbal, con mucha naturalidad dando muestras de un gran conocimiento en la materia.

—¡Usted se refiere a coleccionistas de antigüedades! —exclamó Clara, habiendo entendido las palabras de Don Cristóbal.

—Asi es jóven. De igual forma como una pintura, un libro antiguo, una vieja escultura o un vehiculo antiguo, estos relojes resultan ser muy valiosos para un coleccionista o un alquimista —dijó Don Cristóbal—. Ellos también representan una parte de la historia, y la historia siempre será valiosa. —añadió después, haciendo referencia a todos los relojes que exhibía en la tienda.

Ante tales palabras Clara frunció el ceño y después solo sonrió, se sentía intrigada, al igual que satisfecha con tan loable explicación. Había comprendido cuál era la motivación del anciano, y que todas las cosas que había escuchado sobre él y sus relojes, estaban muy lejos de la realidad.

—Entiendo lo que me acaba de explicar, es muy admirable de su parte. No todas las personas tienen la capacidad de apreciar la historia. —contestó Clara, con un pensamiento mucho más maduro al respecto.

—¡Claro jovencita! Muchos piensan que porque las cosas viejas están fuera de moda, ya no valen nada. Gran equivocacion. —replicó Don Cristóbal.

No hizo falta oir, ni escudriñar más para que la jóven comprendiera, como había sido posible que el negocio de Don Cristóbal, lograra sostenerse y perdurar en el tiempo, sin que prácticamente existiese una afluencia de clientes, ni vendiese casi nada.

—Creó que mejor iré a otro lugar, acá no encontraré un regaló que mi amiga sepa apreciar. —se despidió de esa manera Clara, sin haberse atrevido a preguntar por el precio de alguna de aquellas antigüedades. Entendió que estaban fuera de su alcance.

De ese modo, Clara se marchó de aquella tienda, con esa conversación haciendo eco en sus pensamientos. No compró ningún reloj, sabia que no contaba con el dinero suficiente para pagar por uno de ellos, y aunque no adquirió allí el regalo para su amiga, se llevó consigo una gran lección, una que le hizo cambiar de perspectiva sobre como apreciar y preservar las cosas antiguas, que anterior a ese instante carecían de un gran valor por ser obsoletas según ella. La joven se fue con un poco más de sabiduría, esa que le obsequió aquel anciano al que muchos subestimaban inventando historias sarcásticas, que le había hecho entender que las cosas, no siempre tienen el mismo valor para todos.

---

• Imagen ilustrativa generada con Bing.com y editada con InCollage App.

---