Yoko: El Nacimiento de la Estrella
Una corriente de aire entra por la ventana y me hace dar cuenta que ya deben haber pasado horas desde que estoy acá, normalmente es en el transcurso de la tarde cuando las ventiscas comienzan a ondear. Me incorporo, más sigo echada en el piso, no quiero ver hacia afuera para comprobar. Después de la coronación, todavía puedo recordar estar en el balcón haciendo acto de presencia ante todos mis súbditos, y ver las miradas, las infinitas miradas de derrotismo en la cara de todos al unsonó.
Tras la ceremonia lo primero que hice fue encerrarme en mi habitación y dejar que las lágrimas removiesen mi maquillaje, ¿cómo es posible que toda esta gente me odie tanto?, ¿qué hice para merecer esto?, y ahí yo misma me respondo, no es lo que yo haya hecho, es lo que mi padre hizo.
Vuelvo en sí, algunos rayos de luz externa entran a través de los varios huecos que hay en la torre. Siempre me ha gusto ver los atardeceres, por lo que reúno el coraje necesario y me elevo hacia la pequeña ventana con barrotes que hay treinta pies por encima del suelo. Me asomo con cautela, precavida de que nadie pueda verme desde donde estoy, doy una rápida vista panorámica, no hay nadie, desciendo al piso, bajo veloz por los avejentados y polvorientos escalones de la torre, al llegar a la puerta salgo con tanta rapidez y ansiedad que me precipito a aventarla tras mío, lo cual hace un escandaloso azote.
- ¡Maldita sea!, todo el castillo debe haberse percatado del portazo. -pienso.
En cualquier momento varios soldados y guardias estarán acá, eso es seguro. Me apuro y corro el pequeño camino que hay entre la aislada torre abandonada y la parte posterior del palacio, me debato entre si ir hacia el frente o volar directamente a mi habitación, me determino por lo ultimo, especialmente tras oír voces que vienen hacia mi dirección, me alzo en el aire y vuelo pegada a la pared, ocultándome en la sombra. Tras evadir unas pocas ventanas que no parecen las más idóneas a las cuales entrar volando, principalmente porque parecen tener gente dentro, opto por descender en uno de los pequeños tramos descubiertos que conectan el ala este con la oeste. Casi nadie pasa por acá por lo extenso que es.
Dirijo mi vista hacia el cielo, observo la enorme barrera mágica que recubre todo el reino, que va de un lado donde el limite fronterizo se vuelve una indefinida linea en el horizonte y termina hasta donde la vista me lo permite y mi percepcion desaparece, protegiéndonos de esa negrura; de ella.
El lienzo celestial va tornándose de un color azul cálido, a una variación de morado y violeta, lentamente mezclándose con un rojizo y naranja, ambos colores se funden con ligereza despidiendo unas vetas de un tenue color ruibarbo, que siempre me maravilla, para culminar en un radiante color cobre intenso que va apagándose suavemente hasta tornarse en un azul profundo. Es una metamorfosis auténticamente sublime, siempre me he preguntado como es posible que este fantástico fenómeno ocurra.
Camino calmada por el tramo hacia las escaleras que me conducen a la sala principal, hay mucha gente acá, claro, la junta real será mañana, los señores Feudales, los Marqueses, y quizá El Emperador vengan en cualquier momento para pasar la noche en el palacio. Mañana es un día decisivo en lo que será mi reinado; debo organizar una estrategia para mañana, decido irme a mi habitación e ingeniar algún plan o maniobra, pero, antes de irme del lugar, diviso en la mesa que hay uno de los panes de diseño cruzado, que sé, uno de los Feudales ama, y yo también. Al no ver a nadie cerca, con un ademan hago a uno flotar hacia mí, lo tomo y salgo volando hacia mi habitación.
Mi noche es nuevamente invadida por ese confuso sueño; yo, tensa con un velo de oscuridad siguiendo cada uno de mis pasos, mi padre ausente, tentáculos y serpientes oscuras, llamas por todos lados y la aparición de esa mujer.
Al despertar, me alisto para lo que está por ocurrir el día de hoy, voy a mi armario y tomo uno de los vestidos monocromáticos, camino al tocador para hacerme una simple y rápida trenza con mi cabello ensortijándolo todo con un sostenedor. Decido no usar ninguna clase de joyería, ni aplicarme maquillaje, solo colocarme el pequeño velo que use el día de mi coronación, por lo que al entrar el equipo de peinado y maquillaje se vuelve un tema a discutir, más yo tengo la ultima palabra y no le doy espacio para que se vuelva una infructuosa disputa. Todos no hacen más que responder.
- Si, su alteza -y se retiran.
Doy un último vistazo al espejo, atenta de que el breve argumento no haya entorpecido mi peinado.
Al salir veo que Fausto está esperando fuera de mi habitación.
- Gracias a Dios está aquí conmigo -digo dentro de mí.
Ambos caminamos por el pasillo en silencio, cruzamos varias de las puertas hasta llegar a una parte del palacio la cual ya no me es familiar. Me sudan las manos y mi confianza comienza a consumirse como una vela en mitad de una ráfaga, tiemblo un poco y las cienes me palpitan ligeramente. Fausto me da una palmada en la espalda, e instintivamente me enderezo, y por un momento la jauría de miedos e inseguridades que corren libres en mi mente, callan. Respiro hondo y entro a la sala de reuniones.
El salón es una habitación amplia, con paredes de un material diferente al del resto del castillo, ¿a qué se deberá?, hay tres ventanas tan grandes como puertas al otro lado de la habitación, sin embargo, están divididas en varios pequeños cuadros cada una, y solo uno de estos cuadros es el que se puede abrir para el paso del aire, lo que más llama mi atención es la mesa, es redonda y con un enorme vacío circular concéntrico en el medio, ¿por qué ese diseño?
Fausto se aclara la garganta, siendo lo más obvio y sonoro posible, esto me indica que quiere que diga algo y tome las riendas de la reunión lo más pronto posible, así que me acerco a la mesa.
- Caballeros -digo, en el tono más impersonal posible.
- Mi reina -contestan los Marqueses mientras dan una breve reverencia, por el otro lado, a los Feudales apenas y se les oyó y ni se molestaron en pararse y reverenciarme apropiadamente.
No debería enfocarme en estos pequeñas señales de rechazo y hostilidad hacia mí, debo concentrarme en asegurar el mejor resultado de esta reunión, uno igualitario para todos, inclusive para ellos. Estas últimas palabras me saben a vinagre.
Procedo a sentarme.
Un hombre entra a la sala, tras Fausto, un poco alterado y con diminutas gotas de sudor perlándole la frente, ¿quién será este hombre?
Mil disculpas su majestad, hubo un breve contratiempo y… -comunica el hombre exaltado tomando largas y cortas bocanadas de aire entre palabra y palabra mientras se dirige hacia nosotros.
No. No hay problema -enuncio, aun sin saber de quien se trata.
Fausto debe haberse dado cuenta de mi estado de confusión, lo cual me hace pensar que debo dominar mis expresiones para no ser tan obvia, porque se agacha un poco hacia mí y me susurra en el oído.
- Es el mediador de la reunión.
¿Un mediador?, ¿verdaderamente se necesitan partes neutrales en esta clase de reuniones?, pero, ¿en nombre de quien viene este sujeto?.
- Mi nombre es, Roner, y seré el intermediario en esta reunión, vengo representando al País de Ceres -comparte el hombre.
El País de Ceres, recuerdo haber leído de él en varios libros de geografía, es uno de los más productores de alimentos y está contiguo a la tierra de uno de los Feudales, y, a la del país del Emperador. ¿Estarán formando una clase de asamblea oculta para juntos obtener el mejor resultado de esta reunión?, debo ser precavida en todo caso.
Uno de los Marqueses se aclara la voz para comenzar la discusión.
- Debemos establecer unos parámetros para procurar tener el mejor diálogo posible -me adelanto a decir.
Al Marques obviamente le molesta haber sido interrumpido, pero otros dos de los cinco asientan a mi proposición, al igual que Roner, mientras se quita el exceso de sudor de la frente.
- Empecemos por no interrumpirnos los unos a los otros -indica el molesto Marques.
- Touché -pienso.
- Se tomaran en cuenta todos los puntos a tratar de cada uno de los presentes -acota un Feudal.
Tras cinco minutos de variadas propuestas y sugerencias para favorecer el buen desarrollo del debate asiento ante sus productivas proposiciones.
Finalmente la reunión comienza.
- Ustedes, los miembros de la realeza constituidos por los países vecinos, la confederación y las tierras adjuntas que conforman al reino, han sido reunidos el día de hoy tras la envestidura de la sucesora real a la corona, Yoko. Yo, Roner, presidiré este acto. ¡Que comience la junta real¡ -dicta.
Tras cinco segundos de un profundo silencio decido hablar primero, pero, un Feudal alza su mano con un gesto insignificante y no me queda de otra más que dejarlo hablar.
- Majestad, hay una crisis la cual nos está aquejando, nuestras tierras desde hace ya más de un año han sido poco productivas, además de haber sido plagadas por las pestes y la sequía.
Uno de los Feudales asienta con una expresión de aflicción, mientras el otro ignora el comentario hecho y sigue abanicándose desidioso.
- Yo no sabía de esta situación -pienso-. ¿Han podido llegar a alguna clase de conclusión de este problema? -pregunto.
Es lo único que se me ocurre decir, y ni sé si mi pregunta hace sentido.
- El río del cual solíamos recolectar agua para nuestras cosechas ha redirigido su curso fuera de nuestras tierras. -me responde.
¿El río ha redirigido su curso?, ¿así como así?, eso no puede ser posible, alguien debió haber intervenido para ocasionar tal cosa.
Temiendo a quedar como una idiota, pregunto.
- ¿Cómo es posible que esto haya ocurrido?
El Feudal esquiva mi mirada.
- ¡Maldición!, lo sabía, fue una pregunta estúpida -me adelanto a deducir.
Abruptamente el segundo Feudal se alza de su silla.
¿Qué debería hacer por esto?, Fausto se agacha hacia mí y me susurra una idea. El señor Feudal deja de abanicarse y me interroga.
- ¿Qué le están aconsejando su majestad?, no hay necesidad de secretismos entre nosotros, ¿cierto? -infiere mientras moldea una satisfactoria sonrisa en su rostro.
- Viejo bastardo -pienso.
Poso mi vista fulminantemente sobre el hombre, queriendo usar mi magia para hacerle saber que no puedo, no, no debe hablarme así. Controlo mis ideas y contrario a lo que mi instinto y Fausto me sugieren, le expreso.
- ¿Qué ha ganado haciendo eso señor Feudal?
La mueca de regocijo en su rostro se desvanece, y muchas otras de, sorpresa, enojo y confusión aparecen en los demás presentes.
- Algo debió haber ganado para ocasionar tal hecho -continuo.
El Feudal esquiva mi mirada.
- ¡Te tengo sabandija! -celebro internamente-. Es de conocimiento publico que su tierra es la mas rica en metales pesados- reanudo-. Así que hacer una bifurcación en el río haría la extracción de oro mucho más sencilla, ¿no? -concluyo confiadamente.
Mi comentario retumba en las sólidas paredes de la sala, espero que al igual que en las cabezas de todos.
El colérico Feudal se levanta y comienza a lanzar improperios contra el otro.
Por supuesto, en el reino solo hay dos ríos, el que desemboca desde nuestras tierras y avanza subdividiéndose poco a poco a través de los países y las comarcas cercanas, y, el que atraviesa las tierras de los Feudales, las cuales se encuentran en la zona fronteriza con la barrera magica, lo cual les garantiza el cuerpo de agua únicamente para ellos.
Antes solían ser todos como una gota de agua del otro; materialistas , ególatras, negligentes e intransigentes. O, al menos así siempre se refería mi padre hacia ellos, supongo que de la misma forma en que yo he cambiado desde aquellos tiempos, ellos también. Veo al señor Feudal agitando el abanico en su mano de un lado al otro mientras regurgita insulto tras insulto.
- O quizás no -pienso.
Ambos Feudales se han quedado sin palabras con las que dirigirse al otro, agitados y con pesadez son asistidos por sus soldados a reincorporarse en sus asientos. Estoy segura que Fausto desaprobará el cómo maneje esta reunión, no me importa. El único Feudal que no se sumo al ajetreo se inclina hacia su compañero. Como gesto de buena fe, aunque temerosa, hago flotar la vasija de agua sobre la mesa para llenar un vaso y lo guio hacia el exhausto hombre, quien sin titubear lo toma.
- Si, tómalo -dice, el codicioso Feudal-. Quien sabe cuándo será la próxima vez que tomes un vaso de agua fresca -concluyendo con una acida risotada.
El agotado Feudal no se toma el punzante comentario a la ligera y revitalizado, quizá por el vaso de agua, se levanta y trata de írsele encima, mientras los Marqueses observan el despliegue de odio de ambos hombres, unos genuinamente estupefactos y otros indiferentes.
- Es suficiente -digo, con voz firme y autoritaria.
Los Feudales y sus soldados se congelan de inmediato y paso a paso vuelven a sus respectivos lugares. Veo a Roner, quien se encuentra totalmente desconcertado por lo acontecido, al darse cuenta de que lo estoy viendo sale de su trance.
- Marqueses, ¿tienen algo que inquirirle a la reina? -les pregunta.
Cuatro de ellos se quedan viendo los unos a los otros, mientras uno por su lenguaje corporal se ve está decidido a no dirigirme la palabra. Uno de ellos al fin manifiesta señales de querer participarme algo.
- Su majestad, la confederación viene a usted en busca de asistencia, una revuelta está por estallar en nuestras tierras a causa de los altos impuestos.
¿Impuestos?, a medida que me siguen explicando las intricadas ramificaciones del problema me toma un segundo ver las manos de los Marqueses, y noto que todos las tienen igual de ocupadas, con varios anillos y joyas, decoradas con gemas, zafiros, diamantes y hasta perlas. Sin pensarlo mucho intuyo que la verdadera disyuntiva a la que estos caballeros se ven enfrentados es, como resolver el dilema de los impuestos sin que esto afecte su estilo de vida.
La disertación se alarga por horas, afortunadamente, no hasta el punto de querer terminarla de manera apresurada o de ver como las luces del atardecer se cuelan por las ventanas. En este tiempo todos los presentes exponen diversos problemas y puntos que deben ser solucionados, uno de los más resaltantes fue el cómo la confederación se ha visto traicionada por la naturaleza tras haber sobrevivido a un inesperado tornado y una fuerte tormenta eléctrica que les dejo casi añicos. El señor Feudal el cual servía de interventor entre los otros dos expone como la mortalidad infantil ha aumentado de manera abrupta lo cual ha hecho que su vasallaje este primariamente compuesto de gente arraigada ya en su senectud y por consiguiente ha disminuido la producción en las cosechas, no quiso hacer mención del hecho de que la bifurcación del río no le había afectado tan severamente como a su vecino Feudal.
También, otros de los temas más importantes que transmitió, fue el mal estado de las vías que comunican su territorio con el resto del reino, lo cual, unido a la temporada de lluvia ha dejado dichas vías en un estado deplorable e inhabilita el paso de sus habitantes, de negociantes e inversionistas, los cuales representan un bien económico para ellos. Sin embargo, mucho a mi disgusto, este día no significo nada, ya que tras ser dada por concluida la cumbre real, Fausto me informa que una reunión con El Emperador será programada para mañana, ¿por qué no pudo ser hoy mismo?. No dejo que esta noticia arruine mi percepción de la junta real, quede en acudir personalmente a resolver cada uno de estas situaciones, y las caras de ánimo no aparecieron en ninguno de los concurrentes.
Me confunde es cuan ignorante era de todas estas coyunturas, jamás había oído de cosas similares, he permanecido demasiado en la sombra con respecto a estas realidades. A pesar de ello, me asombro por no estar cansada o agobiada como pensé estaría.
- Mañana no tendré tanta suerte -afirmo certera.
Fausto me sigue aun sin haberme dicho nada acerca de mi comportamiento, comentarios o proposiciones durante el concilio, lo cual sin lugar a dudas me preocupa, pero prefiero callar y convencerme a mí misma que es porque no tiene ningún inconveniente o corrección que hacer y que me apoya.
- Su alteza -inicia.
- Oh Dios, cante victoria muy pronto, aquí viene -cavilo.
- ¿Hacia dónde se dirige? -me pregunta.
La simplicidad de la pregunta me toma por sorpresa. Veo que señala el pasillo el cual da hacia mi habitación.
- Oh, claro -pienso, y le niego con mi cabeza-. Debo ir a ver a Hiro -respondo.
Noto como la incomodidad y el bochorno se reflejan en su rostro. Veo que no soy la única que debe trabajar en ocultar sus expresiones faciales.
- Majestad -me dice, tras una reverencia, y se retira con paso apresurado.
Continuo mi camino. Las pocas veces que he ocasionado que Fausto se sienta apenado en última instancia soy yo la que acaba sintiéndose mal, pues comprendo que nunca es su idea el pasar por inocente o pecar por erudito. Sé que no es su intención olvidarse de mi hermano.
Abro la habitación, y voltea hacia mí.
- ¡Yoko! -me saluda risueño.