La maldición Istúriz (Relato)

in #spanish6 years ago (edited)

Ilustración


«La vida es fascinante: sólo hay que mirarla a través de las gafas correctas.»

Alejandro Dumas.



Hace tiempo, cuando la prosperidad era traída por los grandes, los visionarios, los intelectuales, aquellos que llevaban la batuta dirigiendo la sinfonía de la gloria. Aquellos que desafiaron al destino y le dieron un alto a la miseria.

Aquellos que con solo contemplar la belleza de las ideas, levantaron pueblos de sus cimientos y los convirtieron en paraísos habitables de gran reconocimiento. La «meritocracia» era una jerarquía al cual admirar, y las personas alababan la gracia de aquellos semidioses que trajeron la buena fortuna a sus regiones.

En el pueblo de San Jaén, más allá de las colinas de árboles encorvados de la región de Tancal. Rodeado por las sabanas verdosas y pantanos mugrientos y espesos, donde la vasta vegetación anteriormente, impedía el paso a todo ser humano indeseable. En aquél pueblo, vivió la afamada familia Istúriz.

Pertenecientes también a aquella raza de visionarios emprendedores, que levantó aquél pueblo desde sus fatídicas entrañas hasta convertirlo en una joya de la región. Los Istúriz vivían en el barrio más antiguo y el más acaudalado, su influencia traía civilización y espantaba a la barbarie.

Su presencia galante era reconocida por todo el lugar, las personas cuchicheaban sobre ellos pero se apartaban para darle el paso a cualquier miembro de los Istúriz. La equitación era una de sus principales actividades, su casa de campo estaba repleta de establos con caballos galopantes que retozaban señoriales en aquél amplio campo donde los Istúriz jineteaban.

Toda aquella notoriedad, todo aquél encanto empañado sobre el nombre de los Istúriz se fue deshaciendo con el pasar de los años. El declive de la casa Istúriz no se debió a una falla económica en sus negocios, tampoco a un descontento político por algún contrincante poderoso, tampoco por un saboteo inesperado de algún grupo que quería destruirlos.

No… lo que acabó con el auge esplendoroso de aquella opulenta familia fue una enfermedad, no una contagiosa, sino más bien, hereditaria. Los Istúriz estaban marcados por una afección que los decaía al llegar a la quinta década de sus vidas.

Entre ellos, no podían calificar aquella degenerativa anomalía incurable como otra cosa sino como una «maldición», y la gente sabía que mezclarse con un miembro de los Istúriz suponía engendrar hijos que no tendrían vidas largas sino cada vez más cortas.

Y es que con cada nueva generación, la enfermedad se hacía más fuerte. Ya no cobraba la vida de sus desdichados anfitriones a partir de los cincuenta años de edad, sino a una edad más temprana. Poco a poco y hasta la actualidad, la estirpe Istúriz llegaba a su fin, hasta quedar solo una última generación, la más infeliz del linaje.

De esa generación, solo quedaron tres miembros. Octavio Istúriz el mayor y cabeza de la familia, quien manejó la fortuna hasta el día de su muerte. Sus dos primas, Adela y Cristina, ambas más jóvenes que él. Todos tenían entre veinte a treinta años, y la enfermedad ya empezaba hacer minúsculos daños.

Los tres vivían juntos en la casa de su familia, conscientes de que la maldición vendría por ellos acabando espantosamente con sus vidas. Sabían los efectos que la enfermedad causaría puesto que lo han visto con sus propios ojos.

Primero; el deterioro del cuerpo es algo terrible de ver, el cuerpo va perdiendo su vitalidad poco a poco hasta convertir a la persona en un muerto en vida, causándole dolores en sus articulaciones y derruyendo todo organismo vivo hasta quedar sin soporte.

Luego, las insoportables alucinaciones, que llevaban a la víctima a una aguda locura. La demencia mezclada con una esquizofrenia atroz, causaban un total desprendimiento de la persona con la realidad. Y por último, una catalepsia mordaz, que dejaba paralizado al infortunado anfitrión hasta el último soplo de vida.

Octavio pensaba que él sería el primero en sufrir los efectos de la maldición, pero no fue así. Recordaba con nostalgia su niñez y los días hermosos que vivió con su familia, sin preocupaciones. Se crió junto con sus dos primas, y juntos jugaban en los vastos y floreados jardines detrás de la casa donde imaginaban incontables aventuras.

La casa Istúriz era imperiosa en enormidad y belleza, resaltaba del resto de casas que la rodeaban aisladas de su espacio en aquél valle de concreto. Pero ahora… ahora ya no es ni el recuerdo de lo fue en sus días de gloria. Sus paredes y techos grises y corroídos daban un aspecto malsano.

Las bisagras oxidadas de sus ventanas y puertas se veían casi desprendidas de sus lugares. Los vidrios de sus ventanas estaban opacados por corpúsculos de suciedad, por los cuales, era difícil mirar hacia adentro. Su puerta principal, enorme, echa de madera de pino estaba terriblemente deteriorada.

Sus floreados jardines desaparecieron. La casa estaba rodeada de vegetación muerta y maleza que nunca era desprendida, y que con el pasar de los años, dominó por completo todo el lugar.

Al ver la casa, se sentía una especie de aura invisible que flotaba voluminosa encima de ella, y una energía tétrica, que imbuía miedo en la mente de todo aquél que quisiera acercarse aunque sea a unos metros de la entrada.

Octavio observaba como la decadencia había consumido el esplendor de su casa, y a sus dos primas, tan alegres eran. Adela y Cristina eran hermanas y muy distintas. Adela era la pasional, la aventurera, la arriesgada; quería viajar y conocer el mundo y desprenderse de toda preocupación.

Cristina era la analítica, la intelectual, la reservada; se la pasaba en la biblioteca de la casa leyendo todos los libros que a sus ojos le interesaban. Octavio por su parte, estaba en un estado neutro, tenía un poco de Adela y un poco de Cristina, era la pieza del medio que sostenía a aquellas dos personalidades tan desiguales.

Vivieron juntos hasta el último de sus días. La primera en padecer los crueles efectos de la enfermedad fue Adela, su cuerpo lleno de energías desapareció hasta convertirse en un cadáver viviente. Sus alucinaciones la hacían deambular por toda la casa, huyendo de fantasmas y espectros que sus ojos decían ver, hasta que finalmente, su cuerpo quedó catatónico y finalmente pereció.

Cristina fue la siguiente, y para ella, la enfermedad fue menos catastrófica en su segunda fase, al no dejarse llevar por las alucinaciones y esperar a sucumbir completamente por la enfermedad, se entregó a su lecho en su habitación, sin prestarle atención a las sombras que la acompañaban.

Octavio estuvo con ella sosteniendo su mano, hasta que al final, la muerte la elevó con sus alas. Octavio había quedado solo y tardó más en sentir el dolor de la enfermedad, se había convertido en el último de su familia y la agonía trágica del ambiente, lo obligó a esperar a sucumbir dentro de la casa.

Dos sirvientes le atendían mientras el pasaba horas y horas, y días tras días en el sillón donde su padre pasaba mucho tiempo meditando. Hasta que llegó el momento, en que comenzaron los dolientes cambios.

La enfermedad había sido más devastadora con Octavio que con sus dos primas, los sirvientes le ayudaron a recostarse en su habitación, contemplando, como se apagaba la luz del último Istúriz de San Jaén.

Las alucinaciones no tardaron en revelarse a sus ojos y una desconcertante agitación empezó a recorrer su cuerpo. Una sombra recorría las paredes, deslizándose, posándose en cada lugar, a cierta distancia de Octavio. Trató de mantener siempre la cordura pero cada hora que pasaba, se volvía más difícil.

Constantemente escuchaba unos pasos en su habitación, eran cada vez más fuertes y no lo dejaban dormir. Pensaba que eran los sirvientes que venían a ayudarle pero nunca sentía a nadie tocando su cuerpo. Los pasos lentos y fuertes se habían convertido después, en correteos, a partir de ahí ya él sabía que eran las alucinaciones martirizándole.

Sabía que en cualquier momento moriría ya que la enfermedad lo hacía perecer con más rapidez. Fue después de varios días que cayó totalmente en la locura, donde decía que el fantasma de una de sus ya fallecidas primas lo perseguía, fue cuando sus músculos se atrofiaron y cayó en aquél estado cataléptico.

Octavio después de unas horas murió, suplicando clemencia y llorándole a su soledad, pero antes, una imagen, la de una mujer, se acercó a él antes de fallecer y le dio un beso en la frente. Octavio no podía distinguir aquella imagen borrosa, si era Adela o era Cristina, nunca lo supo al final, y feneció, al instante bajo una apoplejía.


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'memento mori' ... entras a la publicación e inmediatamente la imagen asociada te devela un preámbulo de la misma. Seleccionaste una imagen que a primera vista pareciera una fotografía post morten, que realmente acompaña muy bien al relato que sigue.
Un placer leerte!

La fotografía fue lo más difícil de decidir, así que escogí esta ya que fue la que más me cautivó.

¡Gracias por siempre leerme amiga un placer siempre tenerte por aquí!

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Esa maldición era bastante peculiar; infame manera de morir, un final doloroso a mi parecer.

Nuevamente, sorprendido con tus creaciones, tienes un talento extraordinario. Saludos.

Hay demasiadas ideas que deseo drenar, jajaja. Gracias por lo honores, nos vemos en un próximo post, saludos amigo.

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