El Niño que Quiso Engañar a Santa Claus - Parte I - Cuento Navideño
Hola, steemian. Ya se siente el ambiente de la Navidad, y me pareció oportuno compartirte un cuento que escribí.
Disfrútalo, es divertido 😃
Las brisas de diciembre comenzaban a corretear por las praderas; desde hacía varias semanas era esperada la visita de Santa Claus.
Rodeados de gran animosidad, y en muchos casos con la ayuda de sus padres, miles de niños, esperanzados por haberse portado bien durante el año, escribían con su puño y letra los regalos que más deseaban recibir en manos del santo de rojo.
Los papeles que contenían los mensajes que pronto serían llevados hasta la casa del risueño Claus, no tardaron en ser recogidos por el duende cartero, persona de total confianza para la navidad en almacenar y entregar todas las misivas que le mostrarían a Santa qué y a quienes regalar.
El santo de vestimenta escarlata desde hace un mes escuchaba con atención a los ángeles guardianes que acompañan a todos los niños. Con una entusiasta alegría, gracias al buen comportamiento y aplicación en la escuela, los pequeños ganaban el premio de tener sus nombres estampados en las bellas esferas de plata que se guardaban en un cofre de oro mágico. Pero gran tristeza y congoja cuando un ángel, sucio y estropeado por la mala conducta de un travieso niño le contaba horribles historias, que el hombre de la navidad escuchaba resignadamente, anotando con una pluma que contenía sus lágrimas como tinta, las numerosas malcriadeces que le impedirían obtener los ansiados regalos.
Los nombres de esas infortunadas criaturas eran escritas en una esfera de plomo con un pulso que le temblaba a Santa. Humedeciendo la gris esfera con una lánguida lágrima con la esperanza de que la bondad ablandara su malcriado corazón, le dejaba caer en el fondo de un pozo que no le era permitido salir de allí por unos horribles duendes que vivían en lo más profundo de este. La única forma de escapar del hondo y estrecho pozo era portándose correctamente, hacerle caso a sus padres, cumplir sus tareas y obligaciones como todo niño y niña deben hacer durante cada año.
Los ángeles guardianes no se dejaban engañar por aquellos que sólo se comportaban bien justo cuando la navidad comenzaba a impregnar sus aromas por los aires.
El motivo de esta historia surge cuando un niño, que nunca recibía regalos en navidad por su mala conducta, se encontró con una tía, bruja que le concedió un deseo: un plan de cómo engañar a la navidad. He aquí la historia de un niño malcriado llamado Giovanito.
Para no hacer muy largo este relato, comenzaremos desde mediados del año, justo cuando los ángeles guardianes comienzan a pronosticar quien se lleva los regalos y quién no. Santa durante el año está pendiente de dos cosas, los que califican para los regalos y como está la producción de juguetes en el polo norte.
Este incorregible Giovanito, ya su madre estaba obstinada de ver como botaba la comida a sus espaldas, ensuciaba a propósito sus ropas, peleaba en la escuela, y váyase a saber que otras triquiñuelas obstinaban a su cansado ángel guardián, pillerías que ya no tomaba en cuenta. Santa había recibido muchas quejas de ángeles guardianes, que estropeados por las travesuras le abandonaban al ver que era un niño realmente incorregible. Si continuaba así, pronto nadie querría ser su guardián.
Lo que más entristecía a su ángel guardián y al mismo Santa, era el dolor de percibir el desconsuelo que sentía Giovanito, al ver como sus amiguitos a la mañana siguiente de la noche buena, salían a relucir sus glamorosos juguetes nuevos. Bicicletas, carros de bomberos, muñecas, en fin, este niño le abrigaba la soledad porque para jugar ese día algún juguete nuevo debía llevar.
-Pobre niño – le dijo un día su tía bruja, al observar que ese pilluelo estaba perdiendo otra vez su derecho a un regalo por su atroz comportamiento, ya faltando tan solo pocos meses para navidad.
-¿Y qué quieres que haga? – dijo Giovanito – No es mi culpa, nunca me quieren en navidad, ¿para qué me voy a portar bien?
Con un malicioso brillo en sus ojos, su tía le preguntó:
-¿Te gustaría que esta navidad fuera diferente?
-¿A qué te refieres?
-Yo conozco una forma de que los regalos no vayan a las manos de los niños y niñas buenas. ¡Aburridos! ¡Fastidiosos! No son como tú, que pueden ser libres al romper cosas y no hacerle caso a nadie.
-¡Es verdad! Nunca he comprendido por qué si hago lo que me da la gana, la navidad tiene que castigarme los diciembres.
-Mi querido sobrino, escucha. Un día antes de la navidad, un duende cartero recoge las cartas que le envían los niños.
-¿Y que tiene eso de raro?
-No entiendes. Este año, alguien podría hacer algo para que esa correspondencia no llegue a manos de Santa, y como no va a poder saber que quieren sus mocosos niños buenos, ¡no habrá regalos para nadie!
-¡Yupi! ¡Esa si es una buena idea!
Durante el tiempo que transcurría hasta la llegada del último mes del año, este niño se convirtió en un incontrolable rey de las travesuras. Había que mirar a su tía bruja disfrutar de su pequeña obra.
Dejemos a Giovanito haciendo sus diabluras y veamos como dos niñas si contaban con la aprobación de sus ángeles para ganar los mejores juguetes del polo norte.
Valeria y Arianna eran dos amiguitas inseparables, y siendo tan aplicadas en su casa y en la escuela fueron muy queridas por todos.
El tiempo pasaba, y los niños del mundo se entretenían contando los días que faltaban para la navidad. Pronto sus padres le dijeron que escribiesen sus cartas, sólo así Santa Claus sabría que regalarles.
El día antes de celebrar el nacimiento de Cristo, ya estaban listas las correspondencias. Sin que nadie lo viese, el duende cartero de la navidad pasó recogiendo las alegres cartas que debía llevarse al polo norte.
-Vaya – dijo el duende -, solamente me falta recoger una carta, pero seguramente no tendrá regalos, ¡siempre se porta tal mal!
Ya sabemos que se trataba de Giovanito.
Pero el duende cartero era muy cumplidor en su trabajo, y aunque sabía que ese niño travieso no se ganaría ningún obsequio, fue a recoger su última carta.
Sorpresa para el duende al ser visto por Giovanito. Su tía bruja le dio un brebaje que le permitía hablar con el duende cartero, porque solamente los niños y niñas que tienen un corazón de oro pueden ver a los duendes de la navidad sin la necesidad de beber amargas pociones.
-Te esperaba – le dijo el niño malcriado.
-Pero, ¿cómo puedes verme?
-Eso no importa. Te veo cansado, fatigado. ¿Te gustaría tomar algo antes de partir?
Aunque el duende dudó un poco, esto era algo que nunca le había pasado, y decidió entonces aceptar la inesperada cordialidad del Giovanito.
Este niño, a espaldas del duende, le sirvió en un vaso de tosco metal una pócima que su tía le dio para embrujarle.
-Toma – le ofreció al cansado cartero -. Tómalo todo, te espera un largo viaje hasta el polo.
La inocencia del duende no le permitió ver la maldad que le estaba ofreciendo Giovanito, y dándole las gracias, se bebió toda la pócima embrujada.
El duende, casi sin darse cuenta, cayó profundamente dormido sobre la sucia alfombra que estaba en el cuarto de Giovanito, y sin perder tiempo, se vistió con el uniforme del cartero. El plan de su tía bruja era llegar al polo disfrazado como el duende cartero.
Mientras Giovanito se cambiaba de ropa, Valeria y Arianna entraban en casa del niño, quien era primo de Valeria.
-¡Qué haces Giovanito! – le gritó Valeria cuando le vio disfrazado de duende.
-¡Me voy al polo norte!
-¿Cartas, qué cartas son esas?
-¿Cuáles van a ser? Las que dicen que quieren de regalo para esta navidad los niños de mundo.
Al escuchar eso, Arianna y Valeria trataron de detener a Giovanito, justo cuando este pilluelo ya estaba soplando el silbato que le llevaría hasta el polo. Pero como este pícaro siempre fue desordenado, soltó el silbato apenas lo utilizó, dejándolo caer en el suelo al desvanecerse en medio de unas centellantes escarchas que revolotearon por unos segundos por los aires.
-Arianna, tenemos que impedir que mi primo le haga algo malo a esas cartas.
-Usemos el silbato.
-Espera, no podemos ir así. En el polo hace mucho frío.
Buscando entre el escaparate de Giovanito, encontraron unos abrigos que les servirían, aunque no les gustaron mucho porque tuvieron que sacarlos en medio de la ropa sucia.
-Valeria, qué desordenado es tu primito.
-No tenemos tiempo para protestar. Quien sabe que estará planeando.
-¿Dejaremos al duende en el piso?
Entre las dos arroparon con una gruesa manta al cartero, ya que era muy pesado para levantarlo. Así descansaría hasta la mañana siguiente.
Llegó el momento de sonar el silbato. Valeria, tomando firmemente de la mano a su amiga, sonó con fuerza el silbato de la navidad.
Veamos que le pasaba al travieso de Giovanito.
Por no saber aterrizar, ya que hay que portarse bien para eso, dándose un tortazo cayó a tropezones sobre la fría nieve del polo. Muy cerca de allí Santa Claus le esperaba ansiosamente para cargar de juguetes a su trineo.
La jugarreta de Giovanito era cambiar los nombres de las cartas por los de los niños que se portaban mal. Por supuesto, la primera carta que cambió de nombre fue la suya. Buscando una carta de un niño bueno que pidiese un formidable regalo, revolvió el costal, hasta dar con una que le gustó. Pero la ambición de Giovanito no tenía fin. Decidió poner su nombre en todas las cartas de los niños buenos y romper las de las niñas, que de poco le servían a él.
Mientras ese niño preparaba su fechoría, Valeria y su amiga, cayeron cerca de allí, detrás de una colina de hielo, que no les permitió ver la cabaña de Santa Claus. Para su mala fortuna, comenzaron a caminar hacia el sur, alejándose sin querer cada vez más.
-Valeria – le decía tiritando Arianna -, tengo mu-mucho frí-frío.
-Cúbrete mejor, no es el momento para ser escrupulosa.
Esto le decía porque veía como mantenía descubierta su cabeza por no encontrar limpio el abrigo.
Al pasar dos horas de camino en el desierto de hielo, ya la sospecha de que se habían perdido pasaba por sus mentes.
Sin saber hacia qué dirección tomar, en un breve descuido, casi pisaron a un oso polar que dormitaba sobre la nieve.
-¡Tengan más cuidado! – les dijo el enorme oso blanco.
-No le vimos – se disculpó Arianna -. Usted es tan blanco como la nieve.
-Es verdad. Es verdad, con mi blanco pelaje, nunca me pueden ver.
El temible oso, orgulloso por su camuflaje polar, toma como un cumplido las palabras de Arianna. Ahora, con un mejor humor les pregunta a las niñas:
-¿Qué hacen por aquí? Y esos abrigos, deberían de lavarlos. Apestan más que una pata de lobo sarnoso.
-Estamos perdidas – le responde Valeria -. Íbamos a la casa de Santa Claus, pero no la encontramos.
-Ya lo creo que se perdieron. Lo que me extraña es como pudieron saber dónde vive el gordo navideño. Es un secreto para todos los niños saber dónde vive.
-La culpa es de mi primito. Tiene unos planes muy malos para engañar a Santa Claus, y como dejó este silbato, así fue como llegamos hasta acá.
-¡El silbato del cartero! – exclamó asombrado el oso al verlo en las manos de Valeria.
En ese momento, Giovanito en las puertas de la cabaña polar, se disponía a encontrarse con Santa Claus. Recordemos que este gordo bonachón es muy inocente y más aún los duendes que le acompañan. Para ese malvado niño, le sería fácil engañarlos.
-¡Ya llegó! ¡Ya llegó!
Así de efusivos fueron los anuncios que recibieron a la llegada del cartero de la navidad.
-Por fin has llegado – le dijo Santa Claus al cartero -. Veo que estabas un poco retrasado.
-Es que he recogido muchas más cartas – le respondió Giovanito, tapándose lo más que podía su rostro con el enorme gorro del cartero y tratando de hablar con voz ronca, tal como hablaba el duende.
-Pero que flaco te ves, mi cartero. Pasa, pronto. Debes llenar tu barriguita, que bien vacía debe estar.
Lo que Santa no sabía, era que estaba invitando a pasar a quien sería el responsable de que no se repartieran los regalos a los niños buenos.
Unos duendes amigos, le ayudaron con el pesado costal, y sin perder tiempo, Santa Claus, parándose a un lado de su trineo, supervisó como van llenado el costal con los miles de regalos navideños.
-¡De prisa, comencemos, no tenemos toda la Nochebuena! – animaba un duende.
-Primer regalo: Una bicicleta para Giovanito.
Aplausos entre los duendes cuando escucharon el nombre del primer niño que recibiría el obsequio.
-Segundo regalo: Un tren de juguete para Giovanito.
Se repitieron los aplausos.
-Tercer regalo: Unos vaqueros de juguete para Giovanito.
Así continuaron, y así llenaban el saco del trineo.
-Regalo tres mil doscientos cuarenta y cinco: Una pelota para Giovanito.
Aunque la inocencia de estos duendes navideños no le permitía ver lo que estaba pasando, Santa Claus sentía que algo no estaba bien. Imagínense la cara de felicidad que tenía el travieso de Giovanito al ver que le llevarían bajo su deslucido árbol de navidad tal cantidad de juguetes.
La astucia del malcriado fue superior a la de Santa, y viendo como este santo de rojo comenzaba a sospechar, ese niño disfrazado corrió hasta el cofre de oro, donde estaban guardados los nombres de los niños que se merecían una justa recompensa por su buena conducta.
Entró hasta el cuarto de Santa Claus, y tomando el pesado cofre de oro, huyó con este; y sin saber qué hacer, lo arrojó a un pozo que cerca de allí estaba. Era el pozo de los niños malos.
-¡Cuidado! – Reclamó uno de los feos duendes que resguardaban el fondo del pozo - ¡Dejen de lanzar cosas para acá!
Giovanito al escuchar tan espantosas voces, corrió despavorido hasta donde el trineo de Santa, que continuaba siendo cargado de regalos.
En las afueras, entre el frío hielo, Valeria y Arianna se dejaban guiar por el buen oso, que amistosamente decidió ayudarlos. Debían llegar antes de que el trineo partiera. Lamentablemente, se habían alejado mucho de la cabaña polar.
Los renos mágicos ya estaban siendo sujetados al encantador trineo, sólo faltaba la sonora y feliz carcajada de Santa. Pero una corazonada le decía que algo no estaba bien.
A lo lejos, el oso observaba como se abrían las compuertas que permitirían el vuelo del trineo. En un impulso por la urgente prisa, el oso montó sobre su lomo a sus dos amigas, y cabalgando apresuradamente, con escandalosos gritos alertaron justo antes de la partida a los duendes.
-¿Qué quieren? – les preguntó el portero.
-Hay un error, las cartas no están bien – les decía Arianna -. Un niño les quiere engañar.
Los duendes, al escucharlas, se rieron de sus palabras. No podían creer que alguien se atreviera a hacer semejante trampa.
Esta historia continúa, mañana publicaré la segunda parte.
Saludos, steemian. Me encantará conocer tus comentarios.
Thomas Flores.
ahora a esperar la continuación. 😉. te invito a pasar por mi blog. somo #latinsteemit. Nos estamos siguiendo...
Mañana publico la segunda parte.
Gracias por visitarme.
Saludos.