Desperté muy temprano el día Miércoles, debo decir que guardaba muchas expectativas por conocer la Ciudad del Vaticano. Desayunamos y partimos a la estación Termini donde tomamos el bus que nos trasladaría a la sede principal de la Iglesia Católica. Allí estábamos de primeras, admirando y recorriendo la sorprendente Piazza San Pietro y al fondo la mayor Basílica del mundo del mismo nombre. No podía creer que estaba allí, me sentía orgullosa de mi misma y de mi amiga por lo que habíamos logrado.

Esperamos a que abrieran el acceso y entramos. Aquel templo era impresionante, inmenso y albergaba muchas obras de arte religioso. La basílica contaba a su vez con varias pequeñas capillas donde se celebraban constantemente misas en latín, pero el altar principal era imponente y muy hermoso. Posterior a la visita dentro del templo decidimos subir a la cúpula, el mirador más alto que se puede visitar en Italia. Desde allí se veía toda la ciudad. Aquello era extraordinario, la agotadora travesía por cientos de escalones hasta la cúpula definitivamente había valido la pena.

Luego de tomar algunas fotos decidimos bajar a las tumbas Papales que se encontraban justo debajo de la Basílica. Allí pudimos apreciar los sepulcros de los diferentes Papas de la Iglesia, donde la más visitada era la tumba del Papa San Juan Pablo II. Al salir apreciamos a los curiosos agentes de la guardia suiza con sus uniformes extravagantes.

Era hora de continuar hacia los Museos Vaticanos. Allí visitamos varios de los museos que alojaban grandes obras de arte de reconocidos artistas de diversas épocas y estilos, aunque nuestro objetivo principal era conocer la famosa y de difícil acceso Capilla Sixtina. Después de recorrer variados y confusos laberintos hechos a propósito para así resguardar la ubicación exacta de la capilla, finalmente llegamos a la misma. Era muy bella, toda cubierta con frescos renacentistas donde resaltaba el Juicio Final, en la pared norte y la famosa Creación de Adán en el techo. Ambas obras fueron realizadas por Michelangelo, las cuales nos atrevimos a fotografiar a pesar de la prohibición existente y la constante vigilancia por parte del personal de seguridad. Fue una gran experiencia.

Antes de continuar el paseo que posteriormente nos llevaría Castel Santangelo, tomamos un delicioso almuerzo en un pequeño ristorante en las cercanías a los muros vaticanos. Allí degustamos una suculenta pasta italiana. Al salir, pregunté en la tienda de suvenires cómo llegar a una discotienda donde luego compraríamos unos Cds de Laura Pausini que en nuestro país no se conseguían. Luego de recorrer las inmediaciones del Castillo Santangelo se nos hizo hora de regresar a descansar, después de un día más que grato.