Huellas

Tras las huellas tatuadas en el asfalto de lo que parecía sin remedio una huida hacía la libertad, se perdía la vista sin encontrar el menor rastro.

No entendía el por qué, aún seguía confuso, las drogas y el alcohol habían provocado en mí una cierta disfunción entre realidad y ficción. Me encontraba en medio de la calle, amaneciendo, sin ruido, sin almas que perturbaran los pensamientos de lo sucedido, inmóvil ante la nada, ante el vacío de respuestas, giro mi cabeza y veo reflejado mi cuerpo en un escaparate, sigo con los mismos pantalones de anoche, las mismas botas, empiezo a ser consciente del frío, de que el invierno arreciaba como si no hubiera un mañana, que no llevo puesto nada arriba, ni camiseta, ni abrigo, nada, me siento desnudo, desprotegido.

Comienzo a recordar...
Lo hicimos.

Vuelvo a la habitación, arrasada como si una estampida de elefantes se hubieran cebado con ella, todo revuelto, cuadros descolgados, mantas y sábanas manchadas de sangre por el suelo, botellas de Jim Beam y Southern Comfort vacías hechas pedazos, los cristales rotos desafiaban marcas de guerra.

Y en medio de toda esa tormenta … ella, recostada sobre el sillón, impávida, desafiante, fijando su mirada en mis ojos, con el pelo alborotado, con el Rimmel corrido por toda la cara provocado por las heridas de una noche que a base de flashes…

Comenzaba a recordar...

Lo hizo.

Nos manipuló.

Volví a salir a la calle buscando respuestas, el Mustang de Raymond seguía sin aparecer. La dirección de sus huellas marcaban su destino. No lo volvería a ver, se lo había llevado todo.

Raymond no bebía, no se drogaba, hablaba como un predicador de teletienda y sabía encontrar siempre la frase correcta, la respuesta perfecta a la más aguda consulta.

Solo me quedaba una opción, correr y desaparecer lo más rápido posible. Con la condicional volvería a prisión y si vuelvo a la habitación...

Marnie comenzaría a recordar...

Te lo dije. Te dije que lo haría.

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