El abuelo
Teresita miró el reloj de la sala: las once y media de la mañana. Al mediodía y media tendría lugar el almuerzo de las Pascuas y Teresita se preparaba para otra fiesta en solitaria. Mejor dicho, sola con sus padres. Pues Teresita no tenía hermanos, y sus primos siempre preferían relacionarse con otros: sus amigos u otros primos de más edad y menos aburridos, como ellos solían decir. Como los primos de Teresita eran todos mayores y la niña solo tenía doce años, siempre se quejaban de que se aburrían mucho en su compañía. Pero a Teresita le gustaba la compañía de personas mayores: siempre tenían historias interesantes para contar. Sobre todo su abuelo paterno, a quien extrañaba mucho, pues había muerto desde hace meses en el hundimiento del buque en el que viajaba de vuelta de una cita de negocios.
Los hijos, tras el duelo, habían vendido su casa, repartiéndose el dinero. Sin embargo, uno de los tíos de Teresita, el hermano mayor de su padre, se quedó con un monto más importante, bajo el pretexto de ser el hermano más viejo que todos. El segundo hermano se quejó bastante, pero al menor no le importó: los padres de Teresita se hubieran deshecho de ese dinero que les había tocado a cambio de tener al abuelo con vida.
Alguien tocó a la puerta. La madre de Teresita se fue para abrir y no pudo creer a sus ojos: ¡era su suegro! ¡Pues, estaba vivo! Por equivocación, cuando hubo el accidente, lo creyeron muerto, pues habían encontrado en las aguas el gorro negro que el anciano siempre solía usar. Pero él contó que se salvó gracias a unos pescadores que lo habían visto, casi ahogando, entonces lo habían recogido y abrigado en su barco. Teresita no cabía en sí por la felicidad, mientras sus padres lloraban de conmoción. La niña corrió a besar a su abuelo, que tanta falta le había hecho.

De todas las historias que le contaba, esta fue, por cierto, la más valiosa, pues le devolvió a su abuelo con vida.
—Fue Dios quien me envió a esos pescadores—dijo el abuelo. —Por eso me permití invitarlo al almuerzo de las Pascuas con nosotros.
La familia de Teresita no tuvo ningún inconveniente, además, querían agradecerlos mucho a los pescadores.
—Y no se preocupen, no va a faltar comida, aunque seremos muchos. Conmigo se salvó también el dinero de mi comercio y abajo están viniendo camareros a llevar comida para todo el mundo —añadió el abuelo.
Finalmente, Teresita no tuvo más que entristecerse por fiestas en solitaria, pues los pescadores tenían a niños cerca de su edad y se hicieron muy amigos. El abuelo de Teresita se quedó a vivir en su casa, con gran alegría de toda la familia, y no pasaba tarde sin contar a Teresita las historias que a ella más le encantaban.

Invito a participar a mi amigo de la comunidad italiana @dave25, pues ama la escritura y el dibujo también. Saludos y abrazos desde Mercosur.

Ps.: espero no haber olvidado nada...