Un ùltimo deseo
Parpadeé un par de veces antes de abrir los ojos por completo ¡Dios, que frío hacia en los hospitales! La silla metálica rechinó cuando me moví para acurrucarme en mi misma por el frío del aire acondicionado que inundaba el pequeño espacio de la sala donde sólo estábamos dos personas a parte de la recepcionista, un señor de edad avanzada a unos puestos de mí leyendo una de las revistas que tenían fecha del 2008 tomadas del arrume que sobresalía de una pequeña canasta en un esquinero junto a él, y con el cual había mantenido una conversación la noche anterior cuando se acercó y me ofreció de un emparedado que había comprado en el cafetín para cenar.
-Me comí uno de pollo en el camino, pero gracias.- Le sonreí y a los pocos minutos de terminar su cena se levantó para sentarse al puesto donde se encontraba ahora inmóvil y sumergido en lo que fuera que encontró en aquella revista.
Me levanté para tomar un vaso de agua y aprovechar de mover mis músculos atrofiados por el tiempo sentada en la misma posición. Junto al filtro yacía un gran reloj con un fondo de la torre Eiffel colgado al lado de una gran cartelera con una única hoja sostenida con chinches que se movía de un lado a otro con el pasar del aire que se colaba por una pequeña rendija de la pared lateral, el reloj movía sus agujas indicando que ya eran las cinco y cuarto. Presioné el pedal de la papelera y ésta se abrió haciendo un ruido que llamó la atención de las otras dos personas en la sala al chocar con la pared. Sin embargo, hice caso omiso de estos dos y dejé caer el vaso de papel para después darme vuelta y caminar hasta la misma silla que había estado ocupando todo el tiempo después del viaje. Al cabo de unos minutos inmóvil en mi silla, la gran puerta al final del pasillo con un letrero de EMERGENCIA se abrió dejando a mi vista a un señor de unos cincuenta y tantos años vestido con una bata blanca y un estetoscopio alrededor del cuello. Caminó hasta la recepcionista indicándole algo en un susurro y después giró para mirarme por encima de sus lentes.
-¿Es usted el familiar de la Sra. Wegman?
-Sí, soy yo.-Me levanté casi en un salto y estiré mi camisa por debajo del abrigo de lana que me había regalado mi abuela el día de mi graduación hace más de cinco años.
-Permítame presentarme. Soy el doctor Arthur Crowley y soy el médico de turno a cargo del caso de su abuela. Pretendo sonar lo más sensible posible, porque sabrá usted que hablamos de algo delicado. No sabemos cuánto tiempo más pueda resistir su corazón y sus signos vitales cada vez se reflejan más débiles, así que me adelantaré a pedirle que aproveche de despedirse; y si tiene algo más que decirle no dude en hacerlo -Venga conmigo, por favor.
Asentí tragándome el nudo de la garganta y lo seguí a través del pasillo, atravesando aquella gran puerta por donde lo había visto aparecer hace algunos minutos.
Recorrimos un pasillo del otro lado y doblamos a la derecha para quedar al frente de la única puerta de ese lado, decorada con un gran 12 en la puerta de color ocre. El doctor Crowley movió la manilla dejándome pasar primero...
Hola, muy entretenida tu lectura, pero quedé con ganas de saber el final 😊