Entró la tarde en la habitación y cerca de un espejo ovalado se hallaba un hombre regordete y barbudo: era Romeo que se estaba afeitando. En eso llegó Julieta y lo miró de arriba abajo y con una voz gruñona le dijo: no sé para qué te estarás arreglando, pero espero que no sea para parrandear sino para conseguir trabajo. Romeo que sabía cómo era su esposa se hizo el renacuajo y siguió acicalándose como si lo estuvieran esperando.

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Al ratico volvió a entrar Julieta y con voz agria y chillona siguió con la cantaleta: se puede saber para qué te arreglas tanto y te pones esa chaqueta, hasta donde yo sé es la que te pones cuando vamos a una fiesta. No me digas que vas para una porque a la casa no han traído tarjeta, así que dime la verdad y por tu bien, espero que no me mientas.

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Romeo no supo que decir y como siempre se quedó callado. Entonces Julieta, como si no hubiese roto ni un plato, inocente lo miró ahora de lado y le habló como una hermana le habla a un hermano: mejor te vas a dormir para que te despiertes temprano que mañana debemos madrugar porque mi familia nos está esperando y espero que tengas buen humor y no como la última vez que saliste regañado.

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Entonces Romeo se fue a la cama mientras iba pensando por qué no le había hecho caso a su familia y se había casado. Porque una cosa es estar enamorado a los 15 y una muy distinta es el amor a los 40 años.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS