En todo el pueblo las conocían y todos estaban de acuerdo que era mejor tenerlas como amigas y no como enemigas. Se habían hecho famosas porque cada día se sentaban en la plaza, puntuales, con mal tiempo o sin él, solo para mirar a todos los que pasaran y hablar de ellos. Ellas tenían las primicias, los batacazos, las informaciones de buena mano.

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Sentadas allí, observaban todo y a todos. Como si la mirada fuera una agenda en la que recogieran todos los pasos de los habitantes del pueblo, no se cansaban de mirar y hasta de preguntar, si era necesario: ¿Para dónde va tan temprano, Don Casimiro? ¿Es cierto que hoy la niña está de cumpleaños? ¿Y le van a hacer fiesta? Y si le decían que sí, preguntaban cuándo y si le decían que no, preguntaban por qué no habría festejo.

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Con verdadero placer e interés averiguaban y creaban rumores. Dicen que una vez una de ellas se puso grave y hasta de ella misma hablaron: "Se enfermó de mal amores", dijeron y nadie siguió preguntando porque sabían que las vecinas se encargaban de buscar chismes o de crearlos: Que fulano dijo esto, que la otra se ve a escondida con mengano, que si ese hijo no es de zutano, que la otra volvió con perengano."

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS