Era ella una de las miles de mujeres que se despertaban a la madrugada cuando el sol ni siquiera se asomaba. Desde esa hora comenzaba su trabajo de hormiguita: primero se aseaba, luego despertaba a los niños, hacía comida y los mandaba al colegio; luego ella empezaba a sacar todos los utensilios que ponía en un puesto de comida donde ella trabajaba.

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Allí hacía arepas para vender. Cuando no había hecho el relleno en la noche anterior, a esa hora comenzaba su faena culinaria. Como un pulpo, sus manos se multiplicaban para picar, amasar, sazonar, sancochar, freír. Todo lo hacía rápidamente antes de que los primeros clientes llegaran. Montaba las telas, ponía los envases, prendía la hornilla, hacía las arepas y luego comenzaban a llegar los clientes.

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Pero un día se enfermó y no supo qué hacer para ganarse la vida!! Ella era el sustento y no sabía que hacer para pagar todas las cuentas que tenía. Sus hijos, al ver a su mamá enferma, decidieron ayudarla y comenzaron entre todos, hacer lo que ella hacía: guisar, cocinar, freír, estar todo el día en la cocina. Ella miró sus manos todas destruidas, pero supo que sus hijos, la ayudarían.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS