Los talentosos @mllg y @leveuf (con quienes empiezo a saldar mis deudas) han ideado esta atractiva iniciativa Concurso de dramaturgia: Navegando la escena.

Como ya lo he dicho antes, ha sido una experiencia muy bonita ver que dos usuarios que aprecio y admiro (no solo por la calidad del contenido que comparten aquí en Steemit, sino por su calidez humana) se unieran en este proyecto original y muy bien llevado. Me estreno en este mundo de la dramaturgia con sencillez y humildad, pues es un área que poco he explorado (aunque sí he leído una buena cantidad de obras).

La falta de electricidad y fallas en la conexión a Internet me han impedido encender mi PC para publicar a tiempo, pero por nada del mundo me quedaría sin compartir mi participación. Así que después de matar muchos mosquitos y trasnochos, me atreví a publicar mi escena.

Un mundo sin teatro es un lugar sin magia. Por eso me alegra agitar por una vez la varita.

Fuente

Escena para el Concurso de dramaturgia: Navegando la escena

Personajes:

El Diablo y Cristina

Cristina vuelve a burlar al Diablo

(Es una noche solitaria, silenciosa y sin luna. Alumbrada por un bombillo incandescente de bajo voltaje, apenas se distingue una mujer ebria y medio dormida frente a lo que queda de una ranchería de bahareque, en una silla de mimbre muy deteriorada; entre las hebras de cabello castaño que se han salido de un moño de bailarina con redecilla de ganchillo (mal arreglado y torcido), se deja ver de vez en cuando el cigarrillo estropeado y a medio fumar que trae detrás de la oreja derecha; se ven tirados en el piso, a su lado derecho, una botella de ron a medio acabar y dos vasos desechables. La luz del único poste cercano falla, pero en un destello oportuno deja ver una sombra que se desplaza hacia ella y se oculta en la penumbra del saúco en medio del páramo, a tres metros de nuestra heroína. Es el diablo en persona.)

Diablo— He vuelto, mujer. Y no veo lo que he venido a recoger.

(Cristina se inquieta. Despierta lentamente y se incorpora con dificultad.)

Diablo— ¿Dónde está mi tributo?

(La voz del Diablo es masculina y recia, igual de grave que calmada. Apenas se ve su figura alta y siniestra, pero sus ojos fulguran entre los racimos negruzcos.)

Cristina— Dices que eres el Diablo, pero no sabes dónde está mi hijo. En cambio yo si sé dónde está. Y yo que pensé que leías mi mente. De verdad que tu lengua es muy mentirosa. Y si tanto lo quieres, ¿por qué no vas donde está, te lo llevas y ya? Y así damos esto por terminado de una vez.

Diablo—Te confesaría que no puedo, querida, pero eso ya lo sabes bien. Por lo visto, vienes bien informada y balandrona. ¿Es el ron que te ha metido un demonio en el cuerpo? …Aunque podría hablar con él, cuando tenga edad de entender. Eres una mujer muy necia, Cristina. ¿Acaso piensas romper tu promesa? ¿Tienes idea de lo que significa?

(Cristina aprieta los puños y cruza los brazos. Levanta la cara en gesto desafiante y responde tratando de imitar el tono taimado del Diablo.)

Cristina— Dímelo tú, Lucifer.

(Constantemente, el Diablo ha estado desviando la mirada hacia el cigarrillo detrás de la oreja de la mujer. Ella lo nota. Y él se ha dado cuenta.)

Diablo—Dame al niño, mujer. No tientes mi paciencia. Aquí el que tienta soy yo. Veo que hoy, de nuevo, no lo has traído. Bebe tu botella, embriágate y duerme. Mañana lo traerás a la hora acordada. Si fallas por tercera vez, me llevaré algo que atesoras más que lo que di y lo que ofreciste a cambio.

(La mujer toca el cigarrillo detrás de la oreja, mientras lo ve fijamente. Hay silencio absoluto por cinco segundos, durante el cual ninguno de los dos se mueve.)

Cristina— ¿Fumas?

Diablo— Sabes que no.

(El Diablo insiste en su amenaza, esta vez más agresivamente.)

Diablo— Si llegas a fallar, sabes que les irá peor a los dos. Habrá más efectos colaterales de los que tu corazón mortal podrá soportar. Vendrás a mí por tu cuenta y me darás el triple.

Cristina— Así que eso es. Tengo que dártelo yo. No puedes tomarlo. Así de débil eres; es tu maldición depender de la flaqueza de los hombres.

(La mujer saca una caja de fósforos del portacosméticos que trae por bolso de mano. Y ante la mirada abismada del Diablo, toma el cigarrillo detrás de su oreja con la determinación de quien quita el seguro de un arma cargada. Tiene un ojo aquí y otro en su enemigo; las manos le comienzan a temblar. Inmediatamente y con torpeza, enciende un fósforo y se sorprende al ver que no necesita encender el cigarrillo, pues la figura siniestra se ha desvanecido en el acto. Mientras hurga ansiosa en la oscuridad para cerciorarse de la ausencia de Lucifer, la brisa apaga la flama. La luz del poste enciende y permanece. El Diablo se ha ido. Cristina toma otro cerillo y se lo lleva en la mano; emprende el camino de regreso con paso apurado pero sin llegar a correr, mirando a todos lados, sobre todo hacia atrás. La voz del Diablo suena debajo del saúco, aunque es evidente que ha desaparecido.)

Diablo— Mañana, Cristina. Te espero mañana, sin trucos.

Gracias por leer.

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