💛 Un saludo comunidad de Venezolanos Steem 💛

Hoy retomo esta iniciativa que tanto disfrute dos años atrás con un pequeño relato. Espero que lo disfruten 😊😆.

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Había una vez una nación perdida en medio del océano, un pedazo de tierra olvidada por todas las naciones del mundo quienes decidieron darle la espalda en su peor momento, acabando así en la miseria. Sus habitantes no tenían ganas de vivir, los tiranos que los gobernaban ya les habían arrebatado la poca alegría que les quedaba y solo podían sobrevivir, los viejos vivían para cuidar a sus nietos mientras sus hijos salen a trabajar por un mísero sueldo.

Muchas personas se habían arriesgado a irse en botes por el mar, pero son pocos los que se pronuncian luego de haber partido. Aún así, la gente prefiere irse y morir en altamar que soportar un día más en aquel lugar.

Una de tantas familias de aquella nación estaba planificando su viaje. Dos jóvenes veinteañeros, quienes se amaban con todo el corazón, y que por situaciones de la vida tuvieron un bebé no esperado. Inicialmente esto trajo descontentos, pues, ¿por qué traer a aquel mundo una criatura a sufrir? Además, de que el futuro de ellos se vería claramente afectado, atrasando sus planes de estudios. Aun así, decidieron tenerlo, y apenas verlo la felicidad y el amor que sintieron les dio la fuerza suficiente para pelear por su hijo.

Cuatro años después, esos mismos jóvenes decidieron partir en busca de nuevas tierras para su hijo, donde pudiera crecer libre, salir a la calle sin miedo, decir lo que se le plazca, comer adecuadamente, ahorrar y permitirse un mejor futuro. Pero él no iría con ellos. El plan era llegar a otro lugar, establecerse, y luego volver en busca de su hijo. Claro, también había posibilidad de que ni siquiera pudieran volver, pero era lo mejor que se les podía ocurrir y donde el niño tuviera menos riesgos.

Una mañana le dijeron al niño que irían a caminar al muelle para ver el mar junto con su abuela materna, y el niño claramente se mostró entusiasmado, ya que no solía salir mucho de casa. El niño se percató de que sus padres llevaban con ellos algunos bolsos, pero no le dio demasiada importancia, creyendo que quizás llevaban juguetes y comida para pasar mucho tiempo afuera. Inicialmente es así, caminan, hablan juegan y ríen todos juntos, hasta que llega la hora de irse.

Los cuatro se hayan sentados en el muelle, viendo como el agua se pone cada vez más brava y hay nubes ennegreciendo el cielo. Los jóvenes se miran preocupados, pero ya no hay nada que hacer, la decisión fue tomada y ya pagaron el puesto en el bote, y deben esperarlo. Pasada media hora, llega el bote, solo que no es un bote, sino una balsa. Los padres se horrorizan, y se quejan lo más silenciosamente posible, para que el niño y su abuela no los oyera, pues ellos pagaron por un bote donde ir seguros. De mala gana el marinero les explica que solo sigue órdenes, y sus órdenes fueron zarpar en esa balsa.

Cada uno se acerca a su niño y lo abrazan fuertemente, y lo llenan de besos y cariños quizás por última vez. El niño en su ignorancia solo puede sonreír y reír.

–Hijo mío, tu papá y yo vamos a tener que hacer un largo viaje, te quedarás con tu abuela mientras tanto –decía la chica, con un nudo en la garganta que apenas la dejaba hablar, y ojos llorosos.

–¿Adónde van? ¿Por qué no voy con ustedes? –replicó el niño con las comisuras de sus labios tirando hacia abajo y la barbilla temblando.

–Vendremos por ti hijo, muy pronto –respondió esta vez el padre, firme, pero al finalizar la oración no pudo evitar que la voz se le quebrara un poco.

–Te amamos –dijeron esta vez los dos al unísono, y le dieron un beso en la frente.

La abuela del niño se despidió de su hija y su yerno, intentando contener las lágrimas en sus ojos para que su nieto se creyera de verdad que ellos volverían pronto, porque ella honestamente, guardaba vagas esperanzas. Pero no podía intervenir en las decisiones de su hija, sabía que tenía razones más que suficientes para irse a buscar nuevas tierras. Solo le quedaba pedirle a Dios que la guiara con bien y que sucediera lo que el creyera conveniente.

En medio de nubes grises, truenos y olas, los jóvenes partieron. El niño solo podía verlos mientras gritaba y lloraba, pidiendo que se lo llevaran a él también, diciendo que él no sería una molestia ni una carga para ellos, que sería lo más silencioso posible, no les pediría dulces ni jugar con ellos, no haría nada, solo para poder viajar con ellos, pero ya ellos se habían alejado lo suficiente como para siquiera escucharlo.

Los años fueron pasando, aquel pequeño fue creciendo, y cada año pasaba por aquel muelle, esperando a que sus padres volvieran. Pero cada año, la esperanza era más y más pequeña. Por muchos años les guardó rencor, creyendo que lo habían abandonado a su suerte, que ya no lo amaban, pero cuando su abuela murió y le tocó mantener el negocio su negocio para sobrevivir por su cuenta, entendió por qué sus padres se habían ido. De alguna forma había estado ignorando todo lo que sucedía en su país, quizás una forma de defenderse inconscientemente, quizás por ingenuidad, quizás por ignorancia, o la costumbre no lo hacía darse cuenta de que esa no era la vida que les tocaba vivir. Cuando un día, en el mismo muelle donde partieron sus padres, vio una familia zarpar mientras lloraban y dejaban a sus hijos, quienes tenían más edad que el cuándo sus padres se fueron, y a quienes si se les había dicho la razón de aquel viaje.

Supo que a sus 4 años no hubiera entendido los motivos de sus padres, y que no le dijeron nada para intentar evitarle sufrimiento. Ellos no iban a poder evitar la tristeza de aquellos años, sería inevitable.

Aquel niño, que ahora tenía 23 años, no quería vivir en aquel sitio sin futuro. Ya estaba decidido. Así que una tarde de noviembre, se subió al faro que se encontraba a pocos metros del muelle, para tener una última vista de lo que habría sido su hogar. Al menos en ese momento se llevaría un bonito recuerdo.

Cuando estaba a punto de saltar, vio una sombra a lo lejos. Un pequeño punto oscilante que contrastaba con el enorme sol en el horizonte. Poco a poco la sombra se fue acercando, y unas manos se hallaban extendidas, exclamando ser vistas. Cuando estuvo más cerca detalló que eran dos personas en un pequeño barco. Aquellas dos personas gritaban y le sonreían a él.

Ese día las aguas estaban tranquilas, el viento soplaba suavemente y las nubes eran anaranjadas. Su corazón latía desbocado y las lágrimas inundaron sus ojos, y con un intento de sonrisa exclamó:

–¡Mamá! ¡Papá!

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Invito a @rosselena, @aplausos y @luisito01.