Emociones que no se han borrado - Primera entrega

in #cuentos7 years ago (edited)

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Capítulo I

-Estoy embarazada, Jean Paul – comunicó Isabella a su novio, mordiéndose el labio inferior, en señal de preocupación.

Jean Paul Bertorelli abrió los ojos con asombro, sin emitir ningún sonido, pues no encontraba nada qué decir y se le quedó mirando a la asustada chica, sin saber qué decir.

Isabella Valeri, de diecisiete años de edad, es una chica alta, de ojos miel y largos cabellos negros.
-¿Estás segura? - fue lo único que se le ocurrió decir.
-Creo… el período se me ha atrasado dos semanas – contestó, bajando la mirada.

Jean Paul se pasó una mano por sus rubios cabellos en un gesto de impotencia, mientras sus verdes ojos examinaban la sala, como si fuese la primera vez que estaba allí. Tenía diecinueve años y un hijo era una responsabilidad que ninguno de los dos estaba preparado para asumir.

-Supongo que tendremos que casarnos – dijo al fin, exhalando un suspiro.
-Vamos a esperar - terció ella – Porque quizás no lo estoy y este retraso, es sólo eso, un retraso…
-Bueno, de igual forma, es mejor prevenir, Isa. Imagínate lo que pasaría si tu familia se entera de que entre nosotros ha habido más que un inocente noviazgo… - se le acercó y la tomó por la barbilla, haciéndola mirarlo.
-Pero Jean Paul…¿qué pasaría si después no lo estoy…?
-Tranquila, que si no lo estás ahora, lo estarás después – la abrazó con ternura – Tenemos que casarnos lo más rápido posible, Isa – le dijo, sin dejar de abrazarla, mientras le acariciaba el cabello – Vas a ver, princesa, que todo irá bien, vamos a ser felices – le besó la punta de la nariz – Nos amamos y eso es suficiente… - se alzó de hombros – Si viene o no un hijo en camino, ya lo resolveremos, ¿de acuerdo?
-Si – susurró ella en voz baja.
-Vamos a tu casa para hablar con tus padres – le dijo el chico.

Capítulo II

-No estoy de acuerdo – protestó Juan Valeri, padre de Isabella. –Eres muy joven, hija…
-Papito, nos queremos. Tu lo sabes – trató de persuadirlo – Necesitamos tu consentimiento… por favor… - lo miró suplicante.
-Mira, Juan – intervino Jean Paul, tuteándolo, como era costumbre, a petición del mismo Juan. – Tú sabes que Isabella es muy madura, a pesar de su edad. Y sabes, además, que yo la quiero… ¡la voy a hacer feliz! – exclamó con convicción.
-¿Adónde piensas llevarla a vivir? – inquirió dudoso.
-A mi casa, con mis padres; hasta conseguir un apartamento – respondió sintiendo que Juan estaba comenzando a ceder.
-Primero deberías buscar el apartamento… - comentó despacio – Aunque el que tenía alquilado, lo desocuparon hace dos semanas y acaban de terminar de pintarlo…- continuó e Isabella se arrojó en sus brazos.
-¡Papito! – exclamó feliz - ¡Estás dando tu consentimiento! – al decir esto, su padre soltó la carcajada.
-Si, hija. Así es. Aún sigo pensando que están muy jóvenes, pero sé que Jean Paul y tú serán felices. – la abrazó con ternura.

Esa misma noche, Isabella se reunió con sus amigas en la casa de una de ellas, para darles la noticia.

-¡Me voy a casar! – exclamó sin preámbulos.
Al decir esto, en la estancia reinó un completo silencio de incredulidad. Fue Karin quien decidió romperlo:
-¿Isa? – inquirió con el ceño fruncido, como si no hubiese escuchado bien - ¿Qué dijiste?
-Que me caso con Jean Paul en quince días – respondió divertida.
-¡Mentirosa! – gritó Susana.
-No estamos en el día de los inocentes – protestó Karin -¿Qué te pasa, mujer?
-¡Ah pues, tampoco es tan grave! – exclamó Isabella riendo.
-No, grave no es… es simplemente ¡un desastre! – exclamó a su vez, Karin - ¿tu, casada? ¿la loca de Isabella, casada? ¿Con apenas diecisiete años? – balbuceó.

Al ver que Isabella no objetaba nada al respecto y que, por lo visto, no estaba bromeando, Janine, quien había permanecido en silencio hasta ahora, intervino:

-¿Es en serio, Isa? ¿Vas a cometer ese error? ¿Vas a arriesgar así tu soltería, la diversión…?
-Ya lo decidimos… - comenzó a decir.
-Espera un momento – interrumpió Karin – Creemos, como tus amigas que somos y que te amamos, que estás…, no digamos cometiendo un error. No. – la miraba con fijeza – Lo que estás es cometiendo el error de tu vida – recalcó. – Amiga, piensa en las fiestas, las rumbas, las salidas los fines de semana, las salidas a la playa… - le dijo – Todo eso se va a acabar, si te casas…
-No necesito nada de eso – aseguró Isabella.
-Eso es lo que tú dices ahora – la interrumpió preocupada – Piensa en lo que te gusta tu vida de soltera, piensa en los chicos que se derriten por ti… ¡no te cases, amiga, por Dios! – exclamó – Después te inflas, te vuelves a desinflar y nuevamente te inflas. Luego, los lloriqueos a media noche, los pañales sucios, los teteros…- trató de convencerla - No, chama… es una vida insoportable.- la miró directo a los ojos, antes de preguntar: - ¿No será que ya estás… inflada…?
-No vale, ¡qué te pasa! – mintió – Él y yo no hemos llegado a eso… es simplemente que nos amamos y no podemos esperar…

Capítulo III

Dos semanas después, se llevó a cabo el enlace civil y el eclesiástico. Ahora, en la celebración, mientras Isabella y Jean Paul, bailaban al ritmo de una música romántica…

-¿Qué te pasa, Jean Paul? – preguntó Isabella, al notar a su esposo distraído.
-¿No lo sé - respondió, abrazándose más a ella – Me siento raro. A nuestra edad, casados y con altas probabilidades de ser padres… - la miró con amor – Me estoy adaptando a ésta nueva vida. Y me gusta…te amo… - susurró buscando sus labios con deseo.
-También yo – le devolvió el beso con igual intensidad. – Todo nos va a salir bien.
-Eso lo puedes jurar – susurró contra sus labios – Bella, ¿cuándo nos vamos?
-No lo sé…
-Pues yo me quiero ir ya – le dijo, mirándola con deseo. – Aunque la estadía en el aeropuerto, va a ser un poco larga… pero de igual manera, ya necesito estar a solas contigo, mi bella… - la estrechó con más fuerza.
-Jean Paul, ¡te adoro! – exclamó la chica, completamente enamorada – Nunca me dejes…
-De eso puedes estar segura, mi princesita – la besó de nuevo, con más pasión – Lo nuestro será para siempre, te lo juro. – la abrazó con fuerza, sin decir más.
-¿Quién lo diría, no mi amor? – continuó ella, perdida en sus pensamientos – Ambos recién graduados de bachillerato. Dos locos que no tomaban nada en serio, que llevaban la vida de la forma más alegre posible, sin preocupaciones… míranos ahora…

Capítulo IV

Después de una bella noche de Luna de Miel, en la que dieron rienda suelta a la pasión y al amor, Jean Paul e Isabella, quedaron extenuados. Jean Paul la abrazó con suavidad y ella, acurrucándose junto a él, quedaron profundamente dormidos.

Al día siguiente…

-Cómo dormiste, bella? – le susurró el chico al oído y con su dedo índice, le dibujó el perfil de la joven.
-Delicioso, mi amor.
-Eres hermosa, eres mía, eres ahora mi esposa – murmuró con la mirada llena de amor.
-¡¡Tengo hambre!! – exclamó ella - ¿Bajamos?
-Sí que eres cortante – protestó él, soltando una carcajada – Está bien, mi amor, vamos a la ducha y bajamos a desayunar.

Después de desayunar, fueron a la piscina del hotel. Jean Paul le dijo que iría a ver si en la playa habría actividades de windsurf, le dio un breve beso en los labios y se alejó.

Isabella se dejó caer en una silla extensible, después de quitarse los shorts y colocarse bronceador. Cerró sus ojos, con la intención de tomar sol, cuando escuchó una voz masculina que le hablaba.

-¡Hola! – saludó la voz y ella abrió los ojos.
-¡Alex!- exclamó poniéndose de pie.
-¡Tanto tiempo, Isa! – exclamó él, abrazándola con fuerza.- Tan bella como siempre… - la recorrió con la mirada. – Pero, cuéntame, ¿con quién viniste?
-Con mi esposo – sonrió ella.
-¿con tu… tu... qué…? – balbuceó Alex y ella soltó la carcajada.
-Mi esposo, Alex. Estamos de Luna de Miel – explicó, mostrando el aro de bodas en su mano.
-Isa… - susurró, tomándola de la mano y ver el aro. – Cielos, es verdad…- comenzó a decir con incredulidad. - ¿tu, casada? No lo puedo creer… apenas tienes 17 años…
-Pues créelo…
-¡Ah! – exclamó él - ¡Estás embarazada! – adivinó – Esa sería la única razón, porque tu decías que no te casarías antes de los 30 años, Isa…
-Pues no, Alex. No estoy embarazada – mintió – Lo decidimos así y ya. Nos amamos y queríamos estar juntos, sin tener que rendir cuentas a nadie de nuestros actos.
-Es que…, me resulta increíble… ¿con quién…?
-Con Jean Paul – respondió divertida.
-¿Jean Paul? – repitió asombrado - ¿Jean Paul…? – abrió aún más sus ojos – Ese tipo que detestabas y que no podías ver ni en pintura? – soltó la carcajada - ¿Cómo pasó?
-Bueno, si… nos odiábamos a muerte, hasta aquella vez que tú estabas furioso y te ibas a agarrar a golpes con él, porque siempre me estaba molestando y que por eso fue que te expulsaron del colegio, ¿te acuerdas? – preguntó y él asintió. – Entonces – prosiguió ella – A él y a mí, nos encerraron en la dirección a solas y que para que resolviéramos nuestras diferencias – rió – En vez de eso, nos insultamos, nos dijimos de todo, hasta que todo eso, nos pareció un poco tonto y nos reímos – recordó – Pues, en ese momento, nos hicimos más o menos amigos. Nos tratábamos eventualmente, claro, sin dejar de decirnos a veces, alguna que otra pesadez – rió de nuevo y continuó, ante la mirada incrédula de Alex.

“Un día, yo fui a una fiesta, en donde lo vi y él me dijo:

-Ven, vamos a bailar, desgraciada.
-Desgraciada será tu abuela.
-¿Qué dijiste? – me gritó - ¿Quieres que te enseñe a respetar aquí mismo, delante de todo el mundo?
-Atrévete – reté yo.
-Te voy a besar y aprenderás a respetar a un hombre – me dijo y yo le di una cachetada y salí aprisa de allí, cuando me di cuenta de que me estaba siguiendo, bastante furioso, corrí y traté de encerrarme en el baño, pero él, más fuerte que yo, logró entrar, encerrándose conmigo y trancando la puerta con seguro.
-¡Sal de aquí, maldito italiano engreído!- grité, más asustada que molesta.
-Repite eso otra vez – me retó. Estaba lívido. Y con razón. Yo lo había ofendido, pero en vez de quedarme callada, salí a abrir mi bocota:
-Que salgas de aquí, maldito italiano engreído! – al decirlo, él me dio una cachetada. Alex, yo sentí que me moría de la rabia, por lo que se la devolví y comencé a golpearlo, lanzándole todas las maldiciones del mundo; fue entonces, cuando él me levantó en sus brazos, llevándome hasta la ducha y abrió los grifos, diciendo:
-A ver si así se te pasa la histeria – murmuró, bajándome bajo el agua fría.

Allí comencé a llorar yo, sintiéndome humillada, furiosa e impotente al no poderme defender. Él se reía como un miserable, hasta que se dio cuenta de que yo estaba llorando. Se puso muy serio y me tomó por la barbilla, diciéndome:

-Perdóname, no quería llegar a esto – susurró – Pero me haces enfurecer y odiarte – me dijo con sinceridad.
-Yo te odio porque tú me odias a mí – le dije entre lágrimas y temblando del frío.
-De verdad, chama. Lo siento mucho – al decir esto, yo me reí y él me miró con extrañeza, pero sonriendo - ¿Tú estás loca? ¿De qué te ríes?
-Creo que ambos estamos locos – dije riendo. – Vamos a hacer una tregua, ¿te parece? – pregunté y él esbozó una sonrisa tímida - ¿Amigos? – le insistí y él asintió en silencio, mientras sonreía. Pero en vez de hacernos amigos, él me besó y nos hicimos novios. Allí empezó todo”

Continuará...

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