Cuento - La bailarina de hierro Parte I

in #spanish7 years ago (edited)

—¡Tatiana, Tatiana!, mira, chica, levántate —clamaba su mamá.

—Mmmm, ¿qué… pasó? —contestó Tatiana, mientras abría sus ojos lentamente.

—¿Cómo es eso de qué pasó?, ¡Levántate de esa cama, que pareces una pereza!,¿No ves que tienes que fregar los platos, limpiar el baño, pasarle coleto a la sala, acomodar…?—

Así empezaba su día. Uno como cualquier otro, aparentemente. La joven, 17 años apenas, se pasó las manos por la cara, bostezó y se dispuso a levantarse de la cama. Salió de su cuarto, se dirigió al baño, se duchó (como todos los días por la mañana), luego se fue a cepillar los dientes. Al verse en el espejo, la muchacha notó que tenía ojeras, y cómo no las iba a tener, si la noche anterior la gente del edificio de enfrente de su casa hizo tremenda fiesta y no dejó dormir a nadie.
Cuando regresó a su cuarto, tomó su teléfono celular y vio la hora, eran las 4:50 A.M.

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—…Cooo, con razón tengo tanto sueño, mira a qué hora me vienen a levantar —dijo en voz alta, peinándose fuertemente.

Al salir de su cuarto, la chica (la bailarina de música clásica), fue a la cocina, vio lo que tenía que lavar, era algo así como la Torre de Pisa. Una cantidad impresionante de ollas y sartenes que ocupaban el lavaplatos. Sin pensárselo más, empezó a lavar todos esos utensilios de cocina, el ambiente estaba callado, su madre se había ido a acostar, su padre ya había salido a trabajar y su hermana aún dormía.

Tatiana terminó de lavar todo, luego barrió la cocina, sacó la bolsa de la basura, pasó coleto en el baño e hizo el desayuno. Al finalizar todas las tareas, prendió la computadora para revisar su correo.

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—Pero, mira, chica, ¿Tú piensas estar todo el día en esa computadora? —Recriminó la madre de la joven—. Es que hay que ver que tú no haces nada en esta casa, todo tengo que hacerlo yo.

Tatiana giró los ojos, resopló, pero prefirió no responderle nada a su mamá. Al abrir su bandeja de entrada vio un correo que confirmaba que sí tendría clases. Corrió a su cuarto, metió sus cuadernos en el morral, se puso un suéter y salió a toda prisa.

— ¿Y tú, para dónde vas, Tatiana López? —preguntó la madre.

—¿A dónde crees que voy, Maribel?, A la universidad, obviamente. ¿No me ves el bolso? — respondió la señorita.

—Tú si eres maleducada, muchachita. Regresas temprano, me haces el favor, recuerda que tienes a esa perra allí y cuando hace pipí pone hedionda toda la casa —dijo Maribel.

—Ok, mamá, pero no creas que yo voy a ir a jugar metras, yo voy a estudiar —agregó la muchacha, con los dientes apretados, y luego tiró la puerta de su casa con fuerza.

Caminó por el largo pasillo de su edificio, llegó al ascensor y se llevó la grata sorpresa de que no funcionaba: eran 12 pisos y tenía que hacer ejercicio mañanero.

—¡Coño!, ¿Será posible que esto esté dañado de nuevo? —gritó Tatiana, apretando con fuerza el botón del ascensor.
Llegó a planta baja sudando como alguien que recién sale de un sauna. Su caminata debía continuar, ahora tenía que llegar a la estación del Metro. En el camino se cruzó (una vez más), con la violencia, esa a la que se enfrenta día a día: los chamos que venden droga, el galpón de los colectivos y el malandro que se hace el amigable… Esas son las caras que esta chica ve cotidianamente.

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Quizás, por haber estado expuesta a tanta criminalidad, por verla a diario, la joven soñó desde temprana edad en convertirse en periodista de sucesos, en ser la voz de aquellos que no son escuchados, y de los que sencillamente no pueden serlo porque ya no están entre los vivos: por ese motivo decidió estudiar Comunicación Social en la Universidad Central de Venezuela.

CONTINUARÁ...

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