Héroes Muertos: ¡Rindete Valencey, rindete!

45 minutos habían pasado desde el comienzo de la gran batalla por el departamento de Venezuela en aquellas Sabanas de Carabobo. 6200 soldados del ejército de Colombia la Grande se enfrentaban, en un choque de poderosas naciones, a 5300 hombres de aquel ejército pacificador enviado por Su Majestad Fernando VII de España. El inmortal Centauro de los llanos, General José Antonio Páez atacaba con furia a la decidida retaguardia de infantería española del poderoso batallón Burgos, que en 30 minutos había logrado frenar dos cargas de caballería del Bravos de Apure con Páez a la cabeza, mientras tanto, el General de división Manuel Cedeño comandaba la segunda división del ejército colombiano, la cual, se hallaba en el centro despedazando a los batallones realistas Barbastro, Príncipe e Infante, quienes se han batido en batalla como nunca antes lo habían hecho.

Las sabanas de Carabobo se habían convertido en un océano de cadáveres, destino compartido por realistas, patriotas y caballos por igual; uniformes azules y rojos abrigaban a los cientos de héroes muertos caídos en defensas de sus patrias.

—¡La batalla es nuestra! —Gritó el General Manuel Cedeño mientras extraía la punta de su lanza de la agonizante existencia de un soldado español. A lo lejos, el toque de la trompeta realista tocaba la retirada, cientos de infantes y jinetes peninsulares intentaban huir mientras sus defensas mermaban, los patriotas se lanzaban al campo en una carga general mientras en la colina, el furioso Batallón Valencey cubría al Mariscal La Torre y a su estado mayor, formándose en un gran cuadro; fortaleza humana impenetrable para la violenta caballería patriota.

—¡Su Excelencia! —Dijo un jinete patriota dirigiéndose al General Cedeño—, ¡Se están retirando, los españoles se retiran! —Dijo denotando afán. El General Cedeño, quien jadeaba de cansancio, se llevó los dedos a los labios soltando un fuerte silbido y, mientras movía las manos, llamó a sus hombres.

—¡Formación hombres de patria! —Ordenó a gritos entre los disparos y relinchares—, ¡Los españoles quieren huir, no los dejaremos! —Dijo. Sus jinetes estaban listos, un solo silbido bastó para reunir a casi 300 jinetes.

—¡Hombres de Colombia, los españoles pretenden huir, el cobarde del Mariscal La Torre pretende escapar, nosotros no se lo permitiremos! —Proclamó el General con voz ronca y decidida—. ¡Viva la Patria! —Gritó alzando su sable, todos aquellos jinetes gritaron con júbilo y brío. La gran cabalgata había empezado, aun se escuchaban cañonazos y disparos en aquellas sabanas.

El batallón Infante ha sido derrotado por la Tercera División al mando del Coronel Ambrosio Plaza, quien, junto a sus jinetes del batallón La Guardia y parte de la infantería patriota del Granaderos se unen a la persecución del Valencey, quienes se retiran en marcha perfecta evitando los embates.

—¡Mi General! —Gritó el Coronel Plaza mientras alcanzaba al General Cedeño.

—¡Coronel Plaza! ¿Qué hace aquí? —Preguntó Cedeño.

—Pues mi General, vengo a apoyarle en su empresa de hacer rendir al Valencey. —Respondió el Coronel.

—Pues ya hemos dado dos cargas fulminantes Coronel, ¿me acompaña al frente en una tercera carga? —Preguntó sonriente. El Coronel Plaza respondió con una sonrisa.

A unas cuantas varas, el batallón Valencey, orgullo del ejército español, marchaba en retrogrado manteniendo a raya a las cargas de caballería patriota. Cedeño se postró frente a sus hombres, su rostro estaba sucio; una extraña mezcla de pólvora, sudor, sangre y tierra cubrían ciertas partes de su piel, de igual forma, sus uniformes estaban sucios y ruidos, como aquel que soporta mil batallas.

—¡Colombianos, la victoria es nuestra, carguemos contra lo mejor de España y mostremos la fuerza de nuestras lanzas! ¡A la Carga! —Gritó mientras emprendía la gran carga. Una gran estampida de caballos, lanzas y bayonetas se dirigía contra el poderoso muro humano de aquel batallón. Los españoles podían sentir como el suelo temblaba ante aquella masa equina. A pesar de la formidable batalla que han presentado y del cansancio que tienen, aquellos españoles tenían sus miradas fijas en aquellos patriotas, un solo paso en falso y aquella unidad monolítica sería quebrada. Todos apuntaban fijamente, sin titubeos, sin pestañear.

—¡Preparaos hombres del Valencey! —Gritó su comandante Tomás García mientras más de 500 percutores de fusiles sonaban al unísono, en una sincronía casi perfecta.

—¡Apunten! —Gritó más fuerte mientras los patriotas casi estaban encima.

—¡Fuego! —Ordenó. Todos dispararon hiriendo a decenas de patriotas, algunos rodaban con sus caballos y otros caían sin vida.

—¡Coronel Plaza! —Gritó el General Cedeño al ver que el Coronel Plaza cayó de su caballo herido. Pero no fue mucho lo que pudo observar, pues, de inmediato, giró su vista al frente, milésimas de segundos pasaron mientras sentía un golpe caliente en su frente, milésimas de segundos y aún Cedeño no comprendía que estaba dejando de existir, solo sentía que caía de su caballo y que sus miembros no respondían, no podía hablar, no podía luchar, no podía dar más órdenes…

«¡Ríndete Valencey, ríndete!». Fue su último pensamiento antes de caer en el profundo abismo de la inmortalidad y la gloria.

Juan Carlos Díaz Quilen

Serie Héroes Muertos

¡Rindete Valencey, rindete!

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