Misterios del Arte: detalles ocultos en una obra de Francisco Comontes

in #spanish7 years ago

Decía Pablo Picasso –según comenta Carlos Rojas en el prólogo de su libro ‘El mundo mítico y mágico de Picasso’- aquello de: ‘todos sabemos que el arte no es la verdad. El arte es la mentira que nos hace comprender la verdad, al menos la verdad comprensible’. Pero el Arte, así, con mayúsculas, es también ese espíritu justiciero que, cual el James Bond de Ian Fleming, tiene licencia, si no para matar, evidentemente, sí para transgredir. Y como transgresor, se acerca más a esa figura arquetípica del Don Juan, en su hechizadora cualidad de seductor y burlador, capaz de valerse de cualquier artificio para conseguir sus objetivos. En él se concentra, pues, el viejo axioma de que el fin justifica los medios; o dicho de otra manera: todo es válido, si con ello se consigue un fin determinado.
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Pero tras la figura metafórica de Don Juan, y como contrapunto, quizás, para mantener un equilibrio necesario, está también la figura de la Ley. La Ley no siempre ha sido imperativo de Justicia –ni siquiera hoy en día, por lo que se puede pensar que no en vano se representa a ésta alegóricamente con una balanza en una mano, una espada en la otra y los ojos vendados-, y generalmente, ha tendido a ser partidista, defendiendo, en muchos casos, unos postulados imperativos, que obligaban a aceptar la visión del mundo –tanto física, como política, como espiritualmente-, de acuerdo a unos estamentos preestablecidos inexorablemente por los poderes fácticos de cada época. Tampoco se tenía antiguamente esa visión del Arte que tenemos en la actualidad. El Arte no estaba al alcance de todos; no era, por tanto, de carácter popular. No podía serlo, excepto desde una visión netamente ‘educadora’ y bajo esa rigidez, tampoco se permitía al artista salirse de unos guiones previamente desarrollados, donde no había lugar para cambiar los puntos y las comas que éste debía representar, bajo pena de severos castigos, no exentos, en muchas ocasiones, de una condena fatal.
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Sólo le cabía al artista, entonces, valerse de su inteligencia y de un sinfín de artimañas para transmitir, oculta en esa obligada y aparente verdad generalizada, una filosofía y unas ideas que podían costarle la muerte, de atreverse a exponerlas abiertamente. Si entendemos y compartimos este punto de vista, entenderemos también otro concepto que posiblemente nos sea más familiar, pues determina esa ‘conciencia de lucha’ que viene practicando el pueblo llano, al menos desde la Revolución Industrial.
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La época en la que vivió Francisco Comontes –siglos XV y XVI- fue una época tan turbulenta, como aquellas otras que llegaron a continuación y que dieron episodios tan trascendentes como la Revolución Francesa. Fue la época de Calvino y de Lutero; de encendidas guerras de religión; de escisiones; de imperios emergentes y de escuelas florecientes, como la flamenca, cuyos precursores causaron admiración en una Europa convulsa, marcando un estilo que fue seguido por numerosos artistas. Comontes, fue uno de ellos. Su asociación con una ciudad como Toledo, se evidencia, cuando menos, en varias de sus obras, expuestas actualmente en el museo catedralicio de la catedral. De ellas, llama poderosamente la atención la Epifanía o Adoración de los Magos. Se trata de un óleo sobre lienzo, que supuestamente realizó en el periodo comprendido entre los años 1540 y 1545. Observándolo, se sacan interesantes conclusiones.
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En principio, podría sugerirse que uno de los detalles más repetitivos en su obra, es la cruz de color dorado, brazos florenzados y ajena a cualquier referencia nimbada, que se aprecia detrás de la nuca del Niño, como también puede comprobarse en otra de sus obras –La Huida a Egipto-, igualmente perteneciente al pequeño museo catedralicio, realizada en el mismo periodo de tiempo, donde se aprecia, además, idéntico rostro en los personajes de San José, la Virgen María y el Niño.
Rica en detalles y matices, que en un principio podrían considerarse meramente circunstanciales, la escena propuesta por Comontes nos invita, sin embargo, a prestar mayor atención, no sólo a los objetos que aparecen en ella, sino que, además, nos impele a ir más allá, para centrarnos en los personajes y reflexionar en las características y en las actitudes de algunos de ellos. En base a ello, cabría, en primer lugar, preguntarse por qué esa mirada de taxativa acritud que dirige San José hacia el rey mago que aparece en primer plano, esperando a que Melchor, hincadas las rodillas en el suelo en un acto de sumisión, entregue su presente; un presente, por añadidura, que en el caso de estos dos reyes, se aleja de la tradicional copa –que sin embargo, sí se aprecia en la mano del Fusco o rey negro-, e introduce un elemento quizás más simbólico y complejo: el cofre o arca.
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Melchor, arrodillado, no lleva ni corona ni tocado en la cabeza, a diferencia de los otros dos. El cofre que le entrega al Niño, está abierto. Pero su contenido, lejos de esa ofrenda evangelista del oro, invita a la especulación. No son monedas, ni tampoco el prístino mineral liberado de las impurezas de la tierra. Parece que la ofrenda que en realidad Melchor le está ofreciendo al Niño, fueran hongos. Y si esto es así, se comprenderá mejor, entonces, la supuesta figura de Baltasar y posiblemente también la actitud de enojo, quizás de ira contenida, de San José. La estrella, elemento primordial en cualquier Epifanía, llama también a especular: su halo, esa cola cometaria que supuestamente determina el movimiento y por defecto, su misión de guía de los magos, se aprecia en la parte inferior, como si quisiera indicar una ‘ascensión’ desde abajo, desde la tierra y no una procedencia estelar. Por debajo de ella, en la laboriosa corona que luce el rey Baltasar, ya nos encontramos con un símbolo muy específico, que no representaría únicamente al mundo musulmán, como pudiera pensarse –y en esto, hay que reconocer la habilidad del artista para jugar con las dobles intenciones-, sino también a algo mucho más arcaico, importante y primordial: la luna o el mundo ginolátrico de la Diosa. Y de la misma manera que en el cristianismo se habla de los tres reyes magos que fueron a adorar al Niño –la vieja religión, rindiendo pleitesía a la nueva-, me pregunto si Comontes no quiso ir más allá en sus detalles, recordándonos, precisamente, el carácter trinitario de lo que ya existía antes que los supuestos reyes, es decir, la Triple Diosa, en cuyas ceremonias de iniciación, como las que se llevaban a cabo en lugares como Eleusis, se sabe de la utilización de hongos alucinógenos que ponían al neófito en contacto con esas otras ‘realidades’ interiores, donde todas las religiones, incluido el cristianismo, insisten en situar a Dios...o a la Diosa. Dicho esto, y aunque me lluevan chuzos de punta, cabe ahora preguntarse: ¿a quién pertenecen en realidad, las supuestas reliquias de los magos que se custodian en la catedral de Colonia?. Y sin ánimo de minar la ilusión de la infancia, y dejando aparte las teorías zoroástricas, que explicarían, según algunos sectores, el paganismo subyacente en tan enigmáticas figuras, ¿existieron alguna vez los tres reyes magos?.

Bibliografía:

  • Carlos Rojas: ‘El mundo mítico y mágico de Picasso’, Editorial Planeta, S.A., Barcelona, 1984.
Sort:  

Me he quedado muerta con el presunto contenido del cofre, cuántas lecturas tiene un cuadro, si se saben ver los detalles.

Imagínate yo, cuando amplié la foto. De todas formas, tengo que volver y conseguir mejores tomas. El Arte, sobre todo el de esos periodos de aparente oscuridad e inflexibilidad fáctica, esconde muchos secretos. Pero en fin, como se suele decir, a veces la ficción supera a la realidad. O viceversa.

La acabo de ampliar, por curiosidad, y parece claro que son hongos. Como diría mi sobrina, qué fuerrrteeee...

Eso me parece a mí. Habrá que tener cuidado con las pistas en el futuro. Creo que no debía de haberlo publicado.

Que sí, hombre, es arte.

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