Las nieves de antaño
Estoy convencido, que no hay nadie mejor que un poeta para expresar con las palabras, rimen o no sus versos, lo que verdaderamente se esconde detrás de la melancolía, cuando de pérdida se trata.
François Villon, poeta libertino francés, posiblemente contemporáneo de Rabelais, padre imaginativo de aquél gigante glotón, Gargantúa, que en el fondo no representa sino una metáfora del propio Saturno, padre cruel que devora a sus propios hijos, lo definió como las nieves de antaño, haciendo referencia a todo aquello cuanto se ha perdido.
Inermes, descabalados y depositados sin conmiseración en frías salas asépticas, estos hermosos restos, pueden creerlo, formaron un día parte del extraordinario mensaje simbólico que durante la Edad Media se convirtió, no sólo en la universidad de la que bebía un pueblo analfabeto y sin posibilidades culturales, sino también en aquél punto donde éste se reencontraba con la síntesis de su propio mito.
En esta fría sala del Museo Arqueológico Nacional de Madrid, reposan, por poner un ejemplo, restos de lo que en su día fueron importantes iglesias y monasterios, que situados tanto dentro como fuera de los ámbitos marcados por los diferentes caminos de peregrinación, constituyeron, no obstante, un faro de esperanza en las tumultuosas aguas de un mundo que comenzaba a recuperar su identidad perdida, en ese preámbulo de las Cruzadas, que fue la Reconquista de la Península Ibérica.
Fueron, de alguna forma, algo más que simples piezas ornamentales, que un día ejercieron una labor pedagógica sobre la mentalidad de una sociedad temerosa de Dios y de su propio destino, actuando, dicho sea de manera metafórica, como el psicólogo que mantenía el equilibrio entre conceptos arquetípicos, que posteriormente fueron denominados por C.G. Jung como pertenecientes al inconsciente colectivo.
Vistos en su contexto original y seguidas en la disposición en la que se encontraban, constituían, en sí mismas, un libro abierto, cuyo mensaje subliminal actuaba sobre el espíritu del hombre del Medievo como el prozac moderno para curar las depresiones.
Las estatuas trinitarias de los Apóstoles, que en su día pertenecieron al monasterio gallego de San Payo de Antealtares, el Pilar de la Lujuria de la Colegiata de Armentia o los capiteles del monasterio de Santa María la Real, de Aguilar de Campoo, en Palencia, conformaron, en su día, parte de esa espectacular herencia histórica, mitológica y cultural con la que todo un pueblo se identificó.
Verlas hoy aquí, fuera de su contexto, fuera de su lugar, expuestas de cualquier manera, causa una tremenda sensación de pérdida, haciendo que la sensibilidad, como hiciera el poeta Villon, continúe preguntándose, con aterradora melancolía, aquello de a dónde fueron a parar las nieves de antaño.
AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual.
increíble las esculturas y pensar que se tallaron a mano. te voy a seguir para ver mas post tuyos. saludos desde argentina:D
Cierto, estimado amigo. Y tiene mucho más mérito saber que había que ser extraordinariamente preciso, porque si la escultura se rompía a consecuencia de un golpe mal dado, el cantero se quedaba sin su jornal y en ocasiones hasta tenía que costear una nueva pieza. Imagina lo que eso podía llegar a significar. Además, estas esculturas, como ves, a pesar de conservar el carácter lineal con el que el experto Edwin Panofsky definía al estilo románico, están excelentemente labradas, sobresalen por su gran calidad. Cuesta pensar cómo sería en su conjunto el magnífico edificio que originalmente las albergó. Muchas gracias por tu seguimiento y tu amable comentario. Saludos desde Madrid.
hola
que bonitas y bien talladas y por supuesto muy mal conservadas, ellas que cuentan tanto serian preciosas en su contesto y intactas
feliz viernes
Son una auténtica obra de arte. Te aseguro que he visto mucho románico y no todas las esculturas tienen la calidad y la perfección de detalles que se aprecian en estos restos. Por ejemplo, los apóstoles que originariamente pertenecieron al monasterio de San Payo de Altealtares, podrían compararse, en base a sus ojos, con aquellas otras que labró el misterioso Maestro de Agüero o de San Juan de la Peña. O como diría el fallecido investigador de la España Mágica, Juan García Atienza: parece que tuvieran la mirada perdida en el infinito...En fin, todo un mundo de Arte, de Historia y de Tradición perdido. Feliz viernes