Seguro que todos hemos pasado por ese momento en el que desearíamos que la tierra nos tragara. Seguro que alguna vez habrás “metido la pata”. Y te habrá embargado esa sensación de desconcierto, vergüenza, pena, sorpresa. Donde el deseo de escapar o desaparecer se mezclaron de tal manera en el momento que la única salida que avizorabas era que la tierra te tragase, llevándote lejos de ese momento y lugar.

Pues les confieso, como todo buen humano que se aprecie, —eso de meter la pata es, modestia aparte —, una de mis facultades mejor desarrolladas. —¡Yo, como buen maestro de las metidas de pata, sé de lo que hablo!— No exagero cuando digo que tengo un don especial para ser inoportuno en cada palabra y acción que hago. Al punto que me he visto envuelto en no una, sino varias ocasiones en que el querer hacerme invisible, volar o simplemente escapar bajo tierra fue mi más angustiante deseo.

Recuerdo una ocasión, que le dio un vuelco total a mi futuro profesional. Me encontraba, iniciando mis veintes, recién graduado como docente de la universidad, colmado de muy buenas referencias de mis profesores. llevaba conmigo, la síntesis curricular en una mano, y en la otra a mi pequeña sobrina que precisamente iniciaba clases ese día en la escuela donde comenzaría mi carrera como docente.

El plan era simple: escuchar el discurso de bienvenida de la directora a todos los estudiantes y comunidad educativa; dejar a mi sobrina en su grupo y dirigirme a la oficina de la directora para tener la entrevista y asumir mi puesto. Parecía fácil, ¿verdad? Pues prepárense para el desastre.

Me ubiqué con mi sobrina, en el descanso una escalera del segundo piso, intentando escuchar mejor el discurso de bienvenida. La alcé y la senté en el borde, con las piernas colgando. Me encargué de su mochila y su “cooler” para el agua, mismo que coloqué de manera "oportuna" a mi lado mientras me inclinaba para sostener mejor a mi sobrinita.

Como era de esperarse, en uno de esos momentos de distracción, empujé con el codo el cooler lleno de agua, y este fue directamente a estrellarse en la cabeza de la directora que en ese momento pasaba justo debajo de la escalera, dirigiéndose a dar apertura al año escolar.

Se hizo un silencio sepulcral, mientras la directora caía desmayada cuan larga era y todas las miradas se dirigían mí, todavía con el brazo estirado intentando agarrar el bendito cooler.

Amigos, comprenderán que no hubo entrevista; que me tocó pagar la clínica y los puntos de sutura que le dieron a la directora en la cabeza. Y demás está decir que esa no fue la escuela donde me inicié mi carrera docente. Y que la tierra NO TE TRAGA cuando más lo necesitas.