La Ventana. El extraño sueño de Rosa María

in #spanish6 years ago (edited)

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Era la tarde de un viernes. El sol del llano ya se quería guardar y las garzas y las paraulatas volvían a sus nidos. Los padres de Rosa María tenían que irse a la capital a visitar a la abuela que estaba muy enferma. Se llevaban a su hermanito, pero ella tenía que quedarse sola por un examen de matemáticas que presentaría el lunes siguiente. La madre le encomendó cuidarse mucho y después de mil consejos y recordarle repetidamente que, para cualquier cosa llamara a su tío Manuel, que vivía a pocas cuadras o a la vecina de al lado, se marchó al fin. Su padre más discreto le dio un beso y un dinero extra por si acaso. Su hermanito también se despidió cariñoso, sin dejar de sacarle la lengua al último momento.

Rosa María los vio alejarse en su camioneta y cuando al fin desaparecieron al cruzar una esquina sonrió para si misma. Casi de inmediato desaparecieron los zapatos de sus pies y una música estridente invadió la sala. Fue a la cocina y se hizo un sándwich de jamón y queso dejando todo tirado y marcó el teléfono de su amigo Andrés. Habló con su amigo por horas sobre esas cosas que hablan los adolescentes cuando, de pronto, le pareció escuchar unos golpes lejanos. Al principio no les hizo caso, pero como aquel golpeteo continuaba, decidió trancar el teléfono y averiguar que pasaba. Fastidiada volvió a la sala y bajó el volumen de la música y descubrió el origen del ruido. Era en el segundo piso. Una ventana en el cuarto que se usaba para guardar las cosas viejas y las herramientas, además de otros cachivaches, se había abierto y el viento la azotaba. La ventana estaba detrás de unas cajas con ropa, retratos y álbumes familiares y para cerrarla bien tuvo que mover todo aquello. Como era de esperarse le tomó tiempo y trabajo quitar todas esas cosas pero al fin pudo cerrarla. Se ensució toda y estaba sudando.

Cuando iba a salir del cuarto una de las cajas que había apilado se abrió y todo su contenido se desparramó por el suelo. Harta del trabajo que le había causado aquella tarea se dispuso, de mala gana, a recoger lo que se había caído. Era en su mayoría, papeles, cartas y fotos viejas. En eso estaba cuando notó una foto de su nana en un portarretratos bastante antiguo. Rosa recordó que ese cuarto alguna vez le había pertenecido a la abuela. Lo recogió entre todas las cosas y descubrió aquel rostro lozano y joven que la miraba esbozándole una leve sonrisa en blanco y negro. Ella le sonrió también y acarició el rostro con nostalgia cuando la ventana, que recién había cerrado, se azotó dándole un susto tremendo. Dio un brinco que le hizo soltar la fotografía y corrió de nuevo a cerrarla. Esta vez se aseguró de hacerlo bien pasando el seguro a todo lo que daba. Entonces sonó el timbre de la puerta. Perdió la paciencia y le gritó al visitante que esperara mientras ella bajaba de mal humor.

Al abrir la puerta se encontró con la vecina, una viejecilla muy particular. La señora Gálvez se le quedó mirando por el aspecto sucio que tenía y sin mediar palabra entró hasta la sala y se sentó en un sofá. Rosa la siguió resignada y se caló la perorata que duró unos quince minutos. En resumen, la visita le dijo que estaba pendiente de ayudarla si necesitaba algo y que estaba a la orden, también le insinuó que se bañara, que no pusiera tan alto el volumen de la música y que iba a llover, que cerrara todas las ventanas. Rosa María le agradeció el gesto y le agradeció más aún que se fuera. Hecha un asco, cansada y hambrienta se fue al baño y se metió en la ducha. Cuando se estaba refrescando bajo el agua escuchó un golpeteo lejano. Trató de calmarse y no salió de inmediato, pero el ruido se hizo más intenso y los porrazos eran cada vez más seguidos. Salió en toalla a ver que pasaba y se dio cuenta que el ruido era de la ventana del cuarto/depósito. El viento había hecho de las suyas y una lluvia impertinente entraba por la claraboya. Tratando de no ensuciarse y haciendo malabares se encaramó en una silla para cerrarla, pero como necesitaba las dos manos para sujetar y cerrar las portezuelas la toalla rodó por su cuerpo, todavía húmedo, quedando desnuda. La escena era bastante cómica: la muchacha asomada a medio cuerpo por la ventana, sin un ápice de vestimenta, luchando con todas sus fuerzas para cerrar una pesada ventana. Por lo menos nadie la veía.

Cuando al fin pudo cerrarla se dio cuenta de lo que había pasado. El viento arremetió con tanta fuerza y sacudió tanto las pesadas puertas de la abertura, que había roto el viejo y oxidado seguro. Como pudo la amarró con unos trapos que había por allí tirados y cuando ya salía del cuarto volvió a ver la foto de su abuela. Esta vez le pareció que la imagen le sonreía. Por supuesto, cuando se acercó para mirar de cerca, todo era normal. Estaba sucia otra vez así que volvió al baño y continuó su ducha.

Cuando al fin terminó la noche estaba ya instalada en la sala principal de la casa. Llovía a cántaros y hacía calor por lo que decidió quedarse como dios la trajo al mundo. Se sirvió un vaso de Coca Cola helada con unos aperitivos, puso música suave, se tiró en el sofá grande de la sala y tomó su libro de matemáticas. Estaba allí estudiando cuando de pronto cayó un rayo y le siguió el respectivo trueno. Se asustó un poco y se levantó a revisar que todo estuviera bien cerrado. Se puso de nuevo un paño alrededor del cuerpo y oteó por toda la casa asegurando todo. Incluso revisó de nuevo la ventana del depósito. Todo estaba bien, excepto el cuarto de la ventana indiscreta, que permanecía regado por lo que había pasado.

Se echó de nuevo en el sofá y empezó a repasar el algebra. A los pocos minutos estaba concentrada y luego de un buen rato ya manejaba los ejercicios. Entonces sonó el teléfono. Rosa se levantó del sofá y atendió, era su tío Manuel. Como todavía llovía no se escuchaba bien por lo que trancó el aparato pronto, no sin antes calmarlo y decirle que todo estaba bien. Vio la hora en el antiguo reloj de pared y advirtió que era tarde y estaba agotada. Recogió los libros y puso los trastes sucios en la cocina y después se puso a escuchar la música que ambientaba el sitio. Estaba allí tranquila en la penumbra mientras que el murmullo leve de la lluvia, el ritmo suave de la música y la comodidad del inmenso mueble donde estaba acostada la hicieron soñar. Sus pechos enhiestos se izaban ante un plácido fresco que llenó la habitación. Sus manos traviesas jugaron con su cuerpo y casi sin querer se acariciaba. Y vio entonces la sombra de un joven fornido y de movimientos elegantes que se le acercaba. Aunque no reconocía al personaje le parecía vagamente conocido. La figura en forma de sombra se acercó a ella con agilidad felina y ella, extasiada y con un poco de miedo, la esperaba con ansiedad cuando, repentinamente, escuchó un cañonazo. La explosión la hizo despertar con el corazón latiéndole a mil por hora. Entonces escuchó una serie de golpes y de cosas que caían al suelo en un desbarajuste. Se levantó rápido y se vio desnuda en el medio de la sala con algunos arañazos en las piernas y brazos. Pero no se detuvo a pensar, el ruido del desastre proseguía y ella sabía su origen.

Subió las escaleras y corrió al almacén. Bien supuso lo que pasaba, la ventana se había abierto otra vez y el viento y la lluvia estaban haciendo de las suyas tirando las cajas y mojando todo. Rosa, enfurecida, cerró una vez más las portezuelas y las ató, esta vez con un alambre. Luego, se medio vistió con un short y una franelilla, fue por un trapeador y se dispuso a arreglar el cuarto. De vez en cuando, mientras trabajaba, sintió que el retrato de la abuela tenía algo que ver con el asunto. Tardó un tiempo en arreglar los estragos causados por la estúpida ventana. Cuando al fin terminó eran casi las tres de la madrugada. La lluvia afuera había arreciado y la ventana empezó a forcejear para abrirse otra vez. Rosa vio sus intenciones y rauda reforzó las amarras de alambre, entonces un ruido de cristales rotos llamó su atención, la foto de la abuela se había caído y se había roto el antiguo marco que la protegía. Rosa la recogió del suelo y se cortó un dedo. Gritó de dolor y de impotencia, no quería saber más nada de ese cuarto, ni de la abuela, ni de nada más. Quería irse a la cama y quizás, con un poco de suerte, volver a soñar con aquel sujeto apuesto que la quería seducir. Guardó la imagen de la nana en una gaveta, cerró con seguro la puerta del desván y se fue a su cuarto. Caminaba sin ganas hacia la cama mientras dejaba un rastro de ropa en el camino cuando tuvo la sensación de que la foto de la abuela ya no sonreía. Se sintió extraña y quiso regresar para verificar ese extraño sentimiento, pero entonces cayó un rayo y se fue la luz. Hastiada decidió irse a la cama y no luchar más contra lo que le pasaba: mañana sería un nuevo día.

Se tiró en su cama mullida y caliente. Se cobijó bajo su edredón favorito y como tenía mucho cansancio se adormiló casi de inmediato. Entre despierta y dormida escuchaba ruidos en la casa y la tormenta eléctrica que se acrecentaba. Pero no le hizo caso, quería soñar. Le pareció escuchar la voz de su madre que la llamaba, ¿o era su abuela? No importaba, ella no quería levantarse. Más ruidos, más lluvia. Entonces llegó el mancebo que esperaba. El corazón le pulsaba tan fuerte que podía escucharlo. El joven soñado se paró en la puerta y le miraba. Únicamente veía con claridad sus ojos brillantes y su sonrisa, lo demás no estaba claro, pero le era conocido, ¿Andrés? Pensó. No, no era Andrés. Ya no importaba quien era, la fogosidad la tenía desesperada. La figura se acercó despacio y suavemente le quitó la sábana. Un murmullo lejano y conocido la llamaba desesperadamente y los latidos ahora eran más fuertes, como un martilleo más ella no podía hacer caso, estaba embelesada. Una mano fuerte le agarró un muslo y subió lentamente, le rozó el pubis, el ombligo, los pechos y llegó a su garganta. Ella erizada hasta el último centímetro de su piel lozana trató de besar al joven amante que ya estaba en su lecho. No pudo moverse, él estaba encima de ella. Entonces se dio cuenta, no estaba escuchando el latir de su corazón, era la ventana que la llamaba, era la voz de su abuela que le advertía, pero ya era tarde, la sombra la tenía por el cuello y apretaba poco a poco, la sonrisa y los ojos eran cada vez más brillantes. Lo último que escucharon sus oídos fue el batir lejano de la ventana azotada por el viento.

Fin

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