El Enigma de Baphomet. Novela. (63)

in #spanish7 years ago

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Mientras yo comía, le dije a Rodericus que mirara debajo de la cabecera de mi cama de helechos, y que leyera en alto los escritos.
Al verme la cara, Cerecinos se levantó como un rayo y se adelantó a Rodericus.
Les dije que leyeran todo y se apelotonaron los tres con las orejas juntas. Roderico sentado en medio y los otros dos custodiándolo arrodillados.
Como yo no me movía, me instaban a que les adelantara algo y yo les insistía:
—Seguid leyendo.
La miniatura de colores, con la luz del día, no era tan maravillosa como por la noche a la luz de la vela.
Cuando avanzaban en la lectura, Cerecinos se levantó, de repente, como si un bicho le hubiera picado llamando a voces a Rechivaldo que no respondía, mientras Rodericus decía:
—Hay textos sin sentido. Están cortados. Faltan pergaminos.
Yo le contestaba:
—Sólo cogí los que me cabían en la mano para leerlos durante la guardia.
Alarmados, nos miramos, y también nos pusimos de pie al instante, mirando a todas partes, buscando a Rechivaldo.
Roderico, que tenía la voz más potente, también se quedó afónico llamándolo, y sólo le respondieron los ecos de los montes.
Había presentido que Rechivaldo era perverso pero nunca creí que hasta este punto de dejarnos sin nada, en medio del monte y perseguidos a muerte.
Sentí dolor de cabeza. Me ardían los pómulos.
“¡Salir corriendo tras él y matarlo sin preguntarle nada, arrebatándole el resto de los pergaminos!” Sólo este sentimiento me penetraba el cráneo.
Las piernas se me doblaban como si fueran juncos sosteniendo una roca.
Repasé mi vida en unos instantes, mi madre,

pote.JPG mi casa, la belleza de Gelvira a la que nunca había olvidado y seguía sintiendo por ella una pasión irresistible, la entrada en el Temple, las guerras en las que había peleado, los sangrientos viajes a las Cruzadas, el haberme librado de la muerte milagrosamente tantas veces, mi padre aconsejándome coger la trucha con las dos manos y no aflojarla ni un instante hasta tenerla metida en la cesta. Yo la había tenido agarrada por el centro con una sola mano y sin clavarle las uñas.
—¿Cómo puede ser que no se me ocurriera la fuga de Rechivaldo? —me preguntaba en voz alta, acrecentándose en mí las ganas de matarlo.
Me caí al suelo derrumbado, mirando el cielo con las piernas y brazos abiertos sobre la tierra poula y le pregunté a Dios a ver por qué era tan malo con nosotros. ¿Qué le habíamos hecho sino venerarlo y arriesgar la vida, muchas veces, en su defensa? ¿Así nos lo pagaba?
También se me vino a la cabeza el diablo tentando a Jesucristo en el monte, mostrándole los valles secos de Palestina; y éstos, verdes a mis pies. Desde aquella altura y con tantos caminos, carreras(19)_ y senderos que poder emprender, me puse nervioso en el titubeo. Uno sólo podía ser el recto, el verdadero por el que se escapó Rechivaldo para poder perseguirlo a pesar de que había una trifurcación en la encrucijada.
Se mezcló en mi pensamiento su figura galopando por uno de ellos. Intentar alcanzarlo tomando uno al azar sería inútil.
La tierra me agarraba las costillas y me apretaba como si quisiera absorberme. En ese momento era lo único que deseaba. Estaba muy cansado así que me quedé dormido. Me despertó Roderico con el oído en mi pecho oyendo los latidos. Quería comprobar si estaba vivo o muerto. Me vieron tan deshecho que Matalobos me trajo agua del arroyo.
Ya despierto, nos quedamos los cuatro mirándonos, sin decir nada un buen rato, sentados, con los pergaminos en medio, encima de la capa.
Nunca habíamos pensado, ninguno de los cuatro, tan deprisa; y deliberamos qué hacer con nuestras vidas en adelante.
Yo los vi tan desolados, que me creció la furia de golpe: me levanté y tiré una piedra tan lejos, que se perdió en el ramaje del bosque y grité a los montes: “¡Rechi-val-do! ¡Hi-jo de pu-ta! ¡Te voy a matar cuando te encuentre!”
Atónitos, los pájaros dejaron de cantar para oír otra vez lo que decía; y aproveché el silencio para repetir lo mismo, por si se había escondido cerca esperando a que nos fuéramos, que todo era posible.
Grité por tercera vez y ya no pude seguir porque me quedé ronco. Pero las voces y sus ecos se habían multiplicado por los valles.
Al fondo, nítida, la cumbre del Teleno brillaba cubierta de nieve._20

Teleno.png


Notas:
19
Caminos para carros

20
La autoría de este escrito nos pareció muy clara tras el primer análisis, pero entraña una problemática compleja, ya que el estilo difiere del resto:
“Yo, Martín de Castrello de Halile, (Castrillo de las Piedras), fiz esta carta e pus en ella mio nome.
Empieza así el escrito:
“Rechivalde, ata que se ende partise, traydore pusose fora, traditore judicio divino dampnatus luat penas in eterna dampnatione, pera val, o per carreras o per lamas per lo camino antigo ye acima, o per a val de veneyros per terminos de regalengo ata soutos ye enna ual pera ela reguera o per acima ye desende a encrucijada de terra poula...”

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