El enigma de Baphomet (105)

in #spanish7 years ago

Prepararía el ajuar con esmero como si fuera la primera boda y, cuando volviera, la celebraríamos en Santa María de Astorga

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(Astorga. Palacio de Gaudí y detrás la Catedral. Esta catedral del siglo XV en adelante, se construyó sobre la antigua catedral románica de Santa María, a la que alude el texto. El cuadro lo pinté el año 1061)
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con las campanas al vuelo para que se enterara todo el mundo, con invitados y todo el cabildo en procesión detrás de los novios para desposeerse del sentimiento de postergación que había sufrido. Sería la esposa de un valeroso cruzado que, habiendo sido caballero templario, abandonaría solemnemente la orden del Temple reinstaurada y floreciendo de nuevo gracias a su intrepidez y valentía, cautivado por la belleza de la dama de más alta alcurnia, orgullo de todos los Osorios y los Núñez. La unión con su tío, el molinero, quedaría atrás como una diabólica pesadilla. Y acudirían a escoltar a los novios, entrando en la iglesia, los caballeros templarios de Ponferrada y de Turienzo y de todos los castillos de la península Ibérica con sus armaduras y capas blancas con la cruz bordada en rojo y en oro, precedidos por el Gran Maestre del Temple venido de París exclusivamente para asistir a la ceremonia.
“Martín escribirá en un libro becerro todas las batallas y aventuras, y será la admiración de todas las cortes y de la Santa Iglesia” —pronunciaba estas palabras Gelvira garabateándolas con el dedo en el aire limpio como si el cielo fuera una pizarra.
Por acelerar la boda, al verla destilar ilusión por sus pupilas, pensé decirle a Roderico que la copia del segundo pergamino del juicio de 1235, podría valer en un auto a falta de la original, y podíamos probar a presentarla, renunciando a buscar la original que tenía Rechivaldo. La ilusión que veía en Gelvira me desbordaba y a veces me hacía recular en mi proyecto, temeroso de que algo me fallara.
Al día siguiente, de nuevo, con la carreta, subió otra quilma de harina al monasterio para citarme en el castaño con Roderico para proponérselo, pero le pareció una locura y perdimos otro día. Él estaba harto del convento y, cuanto antes, quería restaurar el Temple. Deseaba ardientemente seguir siendo un orgulloso caballero templario, ya que no había conocido otro estado. Quería un juicio contundente con las pruebas irrefutables que tendríamos con todos los pergaminos originales. Mi determinación fue tajante al ver su semblante desconfiado cuando empecé a cambiarle los planteamientos. Por nada del mundo podía fallarle en mi palabra.
Llegó el momento en que teníamos que separarnos y, antes de la despedida, rogué a Gelvira que me hiciera una promesa pues el cillerero estaba a punto de llegar de Astorga. “Si intenta forzarme —me dijo atendiendo mi súplica—, simularé agrado sin oponer resistencia, porque es un hombre corpulento al que no tendría posibilidad de reducirlo, y le clavaré el cuchillo en la espalda”. Yo se lo dejé bien afilado y dispuesto en el larguero de la cama.
Cuando tenía las alforjas llenas con ropa, algo de comida para los primeros días, un fardel con las monedas de oro que había atesorado el molinero, y los tres pergaminos: la copia de Arias Didaz, el original de la primera hoja de 1235 y la copia de la segunda hoja de 1235, Áureo me miró relinchando como si se quejara del peso.

Captura de pantalla 2017-11-17 a las 9.37.58.png “No queda más remedio, amigo” —le dije con unas palmadas en el pescuezo y caricias en las crines—; con lo que quedó satisfecho e inquieto, ya que, al verse cargado, sabía que emprendíamos la marcha después de tanto tiempo sin apenas habernos movido, acostumbrado como estaba a caminatas titánicas.

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Ciertamente. Gracias. Lo he tomado como personaje muy importante de mi novela.

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